Los unos y los otros - Semanario Brecha

Los unos y los otros

Una estancia en el campo de Tucumán es el entorno donde se desarrolla esta película -“Los dueños”-, en la que las diferencias de clase, las trampas y diferencias entre patrones y empleados se van enhebrando en un tono a la vez jocoso y distanciado.

Los dueños

Una estancia en el campo de Tucumán es el entorno donde se desarrolla esta película, en la que las diferencias de clase, las trampas y diferencias entre patrones y empleados, y también entre sí en el interior de cada grupo, se van enhebrando en un tono a la vez jocoso y distanciado. Apenas arranca la proyección se ve a tres personajes, dos hombres y una mujer, que al escuchar el ruido de un auto que llega, saltan de una cama, arrollan toda la ropa para no dejar rastros, y huyen de la casa por la parte de atrás, mientras por la puerta principal entran las dos hijas del dueño de la estancia. Ruben (Germán de Silva), Sergio (Sergio Prina) y Alicia (Liliana Juárez) son a la vez caseros y trabajadores del establecimiento rural casi siempre vacío, por lo que sin prejuicios aprovechan de las comodidades de esa gran casona desperdiciada. La llegada de Pía (Rosario Bléfari) y su hermana Lourdes (Cynthia Avellaneda) no sólo interrumpirá el disfrute de la propiedad patronal por algunos días, sino que además amenaza cortarlo para siempre, puesto que en algún momento Pía manifestará su intención de dedicarse al trabajo de la estancia.

Con una narración serena y precisa –cuesta pensar que Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, los directores, provienen del teatro y se inauguran en el cine con esta película– se van introduciendo otros personajes que pueblan la historia redondeando su sentido, aunque de alguna manera es la más ajena en ese ambiente, Pía, la que se constituye en el núcleo del relato, imprimiéndole además ese aire frío que emana de ella. Un padre ausente con una novia extranjera y jovencísima, el educado esposo de Pía, que da asimismo una sensación de ausencia, el novio de Lourdes, que además trabaja de administrador del establecimiento y mantiene con los trabajadores un arreglo poco ortodoxo –es un decir– para que uno y otros se hagan de algunos pesitos extra. La película observa a unos y a otros, y a los hechos que los unen y desunen, con una neutralidad de espía; observa a Sergio observando a Lourdes en la piscina, o espiándola cuando se ducha, de la misma manera que sigue a Pía cuando ésta se introduce en la casa de Sergio y se para a escuchar, detrás de una columna, los sonidos que emiten aquel y su novia haciendo el amor. Mérito del libreto es cómo resuelve los descubrimientos mutuos, que logran hacer que “lo que no debe saberse” esté tanto en uno como en el otro lado de la cuerda, y también haber controlado una cierta tentación de romper límites creíbles que aparece cerca del desenlace. Y mérito de la puesta en escena es la distante naturalidad con que avanza el relato, mostrando los ambientes –la casona, la casa de los trabajadores, el campo– sin el menor énfasis, bajo una luz pareja, sin ninguna recarga visual, ya sea de embellecimiento o de miserabilidad.

Es un nuevo fenómeno en el cine argentino –que da cuenta a su vez de su extensión y su madurez– que aparezcan cada vez más realizaciones hechas en las provincias y por habitantes de esas provincias, a la que viene a sumarse Los dueños con talante suficiente como para lograr una mención en Cannes. Es que no resulta nada común lograr mostrar el enfrentamiento de clases desde una versión picaresca. Al menos para uno de los dos bandos en cuestión; los otros, los dueños en un sentido jurídico, son los que poco tienen que hacer ahí, y además, se divierten menos.

* Argentina, 2013.

 

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