El teatro continúa presente con un sinnúmero de obras en cartel. Entre ellas, Último encuentro, de la directora y dramaturga María Dodera, quien celebra con este estreno los 30 años de su productora independiente, Mado. La pieza se inspira en la novela de Sándor Márai El último encuentro y toma de ella la idea de enfrentar a dos hombres, luego de varios años sin verse, con un pasado compartido. Ese encuentro señalado trae, como en aquella novela, los recuerdos y secretos del ayer. En este caso, los personajes que se enfrentan a un duelo de palabras son un joven infractor (Franco Rilla) y su exprofesor del internado (Horacio Camandule). Como en su anterior puesta El accidente (pesadillas patrióticas y otras creencias), los personajes se encuentran en un espacio que parece un cruce, un no lugar que construye un tiempo otro, un intersticio en el que el diálogo se convierte en un arma para construir o destruir.
Rilla compone a este joven infractor con un pasado de abandono, solitario y duro, que no parece haber cambiado su rumbo, más allá de haber profundizado sus dolores. En un trabajo corporal que lo acerca a un arquetipo, es en su verborragia encendida y ansiosa que dibuja su lugar vulnerable e inestable en la pieza. En su discurso trae recuerdos en común con su profesor-cuidador, con quien tuvo un vínculo solvente que se acercó a algún modo de afecto, pero deja entrever ciertas grietas y heridas no resueltas, producto de esa relación. A su vez, su voz es una gran cuestionadora del aquí y ahora, y del sistema que lo tuvo recluso por una importante parte de su vida. Camandule contrasta en su serenidad, aparentemente pasiva, y en su complexión física con el personaje del joven, mientras su silencio en los primeros momentos de la pieza anticipa que sus diálogos traerán momentos reflexivos y decisivos en esta pulseada de palabras.
Dodera crea un espacio frío, rodeado de estructuras de hierro y rejas que rememoran aquel entorno que fue marco de un nexo que parecía ser constructivo para la vida de ambos personajes. En el presente de la pieza, ese momento en el que se produce el encuentro, lo metálico y la frialdad, apoyados en las notas eléctricas interpretadas en vivo por el músico Federico Deutsch, crean un espacio que los sostiene pero no puede contenerlos, porque existe una distancia insalvable que los define como solitarios.
Nuevamente, Dodera ahonda en su búsqueda de seres rotos, hijos de un sistema enfermo. Tres momentos del día en los que las luces cambian definen los tres actos de esta pieza, que en un devenir afiebrado va develando los claroscuros de los personajes. Aquí no hay buenos ni malos, solo dos seres que intentan rendirse cuentas para conseguir, si es posible, la salvación. El texto fue escrito en dos noches por la directora y dramaturga, que participó en un taller que impartían otros dramaturgos contemporáneos como Anthony Fletcher y Gabriel Calderón. De ese diálogo creativo están embebidas las voces de estos seres de ficción, que tanto nos hablan del tiempo que vivimos.
En otro formato, el teatro Solís volvió a albergar los monólogos del ciclo Ellas en la sala Delmira Agustini. Entre ellos, la pieza De apellido amor, dirigida por Susana Souto. Esta obra rescata trazos de la vida de la poeta, maestra y traductora minuana Olegaria Machado Amor. Poco registra la historia oficial sobre su vida y esta pieza lo expresa de forma directa. Basada en un texto de Juan Scuarcia llamado La que sueña, cuestiona si las nuevas generaciones deben poner aún más las barbas en remojo con respecto a estos significativos baches en la memoria. Con una excelente interpretación de Pilar Cartagena, la puesta va develando, de mano de la voz de la propia protagonista, parte de la historia de la juventud de esta poeta que llevaba como uno de sus apellidos la palabra amor.
Trabajando en el espacio sobre un lienzo en el que las palabras se dibujan mientras rememoran situaciones del pasado, la actriz plasma las diferentes vetas del personaje: su condición de poeta (es considerada la primera poeta minuana), su lugar dentro de una familia vinculada a la política, muy respetada en su ciudad natal, su veta militante y sus vínculos de idolatría con los caudillos blancos de la época. Además, destaca su rol de maestra, profesión en la que tuvo como alumno al dramaturgo Florencio Sánchez.
Trabajando sobre lo desconocido y el misterio que rodea a la figura de Olegaria, la obra aborda un hecho violento en el que se vio inmersa debido a un drama pasional y la forma en que fue resuelto en aquella mitad del siglo XIX. A su vez, incorpora los escasos documentos hallados sobre la vida de la poeta, sus versos, su correspondencia y los encuentros ficticios entre su amante y un Sánchez que, como alumno, también le profesaba admiración. Un importante encuentro con una voz relegada que hoy se hace visible en una sala emblemática del Solís.
1. Último encuentro, de María Dodera. En el auditorio Carlos Vaz Ferreira de la Biblioteca Nacional. Próximas funciones: del 1 al 3 de octubre.
2. De apellido amor, de Susana Souto. Se repone como parte del ciclo Ellas, en la sala Delmira Agustini del teatro Solís.