Luces y sombras de la sociedad - Semanario Brecha

Luces y sombras de la sociedad

Tres recientes estrenos posan su mirada en las variadas maneras que la sociedad adopta para mantener al margen a los menos favorecidos, ya se trate de pobres, minorías raciales o desempleados.

 

Cocinando con Elisa (El Galpón, sala Cero), de la argentina Lucía Laragione, dirigida por Gerardo Begérez, se ubica en la gran cocina de una estancia, recinto dominado por la afrancesada Nicole, una empleada que se niega a compartir conocimientos con la recién llegada Elisa. Aunque ambas no son otra cosa que servidoras del establecimiento, la primera usa el poder que le confiere su veteranía en el cargo, maltratando de distintas maneras a la cocinera novata. La autora sitúa ese juego de poderes en un ambiente por demás inhóspito donde la lucha por sobrevivir puede conducir a extremos insospechados, como bien puede suceder en el mundo exterior que acecha a las dos protagonistas. Algo estirado en un preámbulo que no olvida explicar cómo la tal Nicole en una localidad tan alejada maneja tamaña información sobre la cultura culinaria francesa –y ni que hablar del cancionero de aquella procedencia–, el texto se desarrolla con mayor comodidad en todo lo que concierne a la forma en que las dos mujeres se desempeñan en el entorno, un acierto que, por momentos, se desdibuja cuando Laragione se deja tentar por efectismos que la hacen caer en una culminación más aparatosa que justificada. La dirección de Begérez, de todos modos, sabe extraer el mejor partido de las excelentes Myriam Gleijer y Elizabeth Vignoli, sumergidas en las realistas y crueles inmensidades de la cocina diseñada por Rodolfo da Costa, abierto escenario que involucra a una platea que sigue con interés las andanzas de dos siluetas femeninas sobre las cuales merecería poseer mayor información.

Ecos de esclavitud (Terminal Goes), de Almari Albarenque, con dirección de Carmen Tanco, parte de una creación colectiva del grupo de afrodescendientes Umana acerca de un hecho ocurrido en la ciudad de San Felipe y Santiago en 1821. La culpa del asesinato de una patrona que recae sobre tres esclavas da lugar a la exploración de esos personajes, sus sentimientos y motivaciones, con la perspectiva que otorga el pasaje del tiempo y la visión desinteresada y circunstancial de un empleado del cementerio donde reposan los restos de las protagonistas. El paso de los años, a su vez, le confiere al asunto la proyección de un tiempo presente que lleva a apostar por la integración definitiva de las razas, una aspiración que la puesta sugiere, más que con palabras, con la importancia de los desplazamientos y la expresión corporal de las siluetas femeninas y el creíble trabajo de Marcelo Cervantes en el papel del dicharachero empleado municipal. Este fin de semana, el espectáculo se ofrece en la sala del Florencio Sánchez del Cerro.

¿Acaso no matan a los caballos? (Alianza, sala 2), escrita y dirigida por Fernando Rodríguez Compare a partir de la novela homónima de Horace McCoy que inspirara la película Baile de ilusiones, se sitúa en los suburbios del Hollywood de los tempranos años treinta
–plena depresión económica–, a lo largo de una competencia de resistencia de bailarines que pone a prueba la energía de los jóvenes que allí acuden con la esperanza de ganar un poco de dinero y quizás atraer la atención de algún buscatalentos. La versión de Rodríguez Compare, aparte del mérito de poner en movimiento a casi una veintena de actores con credibilidad, logra plasmar una imagen de la lucha de gente en dificultades que la escenografía de Sofía Arocena, el vestuario de Cecilia Carriquiry, las luces de Pablo Caballero y la selección musical del propio director apoyan con adecuación, una tarea en la que incide el desempeño, entre otros, de Bruno Travieso y Lucía García, en el papel de los recién llegados, de Anselmo Hernández como el animador, y de Noemí Alem, el “hada madrina” de los protagonistas. Falta quizás una mayor insistencia en el desgaste de los participantes, un detalle que hubiera demandado extender el espectáculo, una decisión que, al mismo tiempo, podría haber dotado de otra contundencia a una culminación en la que no queda demasiado clara la razón por la cual se interrumpe la competencia.

El interés no disminuye, sin embargo.

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