Lucifer nuestro que estás en la tierra - Semanario Brecha

Lucifer nuestro que estás en la tierra

La literatura y el diablo.

Revisando algunas viejas notas sobre El matrimonio del cielo y del infierno, de William Blake, me encuentro con una de mis viejas obsesiones: el rol que el ángel caído cumple en el imaginario occidental. En esas notas les explicaba a mis ocasionales alumnos que, acorde con los valores que alentaron el romanticismo más radical, Blake proponía –en su reivindicación de Lucifer– una estética de la trasgresión o, si se quiere, la rebelión como acto poético.

La idea no era nueva y ni siquiera manejada con mucha elegancia por mi parte. Necesitaba algo más y lo encontré en un extraordinario libro de Franz Hinkelammert: El asalto al poder mundial y la violencia sagrada del imperio. En el capítulo que versa sobre “El diablo y su historia en el interior de la historia de la modernidad”, este teólogo alemán que eligió Costa Rica por patria analiza el significado específico de las diversas figuras que adopta el diablo en la historia del cristianismo, así como el uso ideológico que se ha hecho de los contenidos míticos asociados al diablo en la historia de la modernidad occidental. Al respecto distingue dos imágenes radicalmente diferentes: el diablo que habla en nombre del poder y el diablo que representa a seres humanos diabolizados (oprimidos que resisten la opresión, seres débiles cuya persecución se busca justificar porque estorban las estructuras de poder, rebeldes de diversa estirpe, mujeres, luchadores sociales, etcétera). Mientras que la figura de Satanás se asocia al primer tipo de diablo, Lucifer se vincula al segundo. La polaridad de lo satánico y lo luciferino reemplaza a la anterior polaridad griega de lo apolíneo y lo dionisiaco, a partir de la irrupción del cristianismo en el imperio romano. Representa la tensión entre ley y vida humana. “La ley se torna vehículo satánico en cuanto pasa sobre la vida humana y la sacrifica en nombre del cumplimiento de la ley. Satanás no viola la ley, sino que dentro de ella transforma su cumplimiento en fuerza destructora de la vida. Se trata de un nuevo pecado: la opresión que se comete en cumplimiento de la ley.”

En el otro extremo de la polaridad, la ley es interpelada por un sujeto que discierne su alcance y su sentido; en consecuencia, la legalidad deja de ser un principio absoluto y pasa a ser puesta en función de la vida humana y natural. Hinkelammert considera que, en los Evangelios, el rol del sujeto está representado por Jesús: “En los Evangelios este sujeto, en el cual todos y todas se hacen sujeto, es Jesús. A ese Jesús, ahora en este significado, ya los Evangelios lo llaman ‘estrella de la mañana’”. En el Apocalipsis Jesús dice: “Yo soy el Lucero radiante del Alba”; conforme a esa interpretación, Lucifer fue, durante los primeros siglos de la era cristiana, uno de los nombres asociados a Jesús. La construcción de Lucifer como ángel caído y su equiparación con Satanás se lleva adelante a partir del siglo XIII y corresponde a la inversión de la significación original de esa figura mítica. Especialmente para signar, de un modo inquisitorial o sanguinario, los movimientos heréticos y las revueltas populares que propugnaban otras formas de organización, así como otros modelos socioculturales.

Habría que ver quiénes son hoy los luciferinos frente a las diversas manifestaciones de un dios que cosifica el mundo y ejerce su psicopatía. Más aun cuando en términos geopolíticos se sigue usando la expresión “eje del mal”. Blake, el poeta, sigue haciendo su llamamiento. Él sabía que el acto de escribir luciferinamente, que es el acto de escribir desde la inminencia, desde lo que todavía no es, no significa abstraerse de lo socialmente existente. Es habitar un lugar donde el mundo puede pensarse como algo que podría ser de otro modo. Raya en la obviedad más inconcebible, pero no cuesta nada repetirlo: por muchas vueltas teóricas que quieran darle, la literatura no se sitúa en una nada ahistórica, sino en esa instancia de enunciación poética que desafía la prosa del mundo, las estructuras sedimentadas en una sociedad específica. Lo que justifica la existencia de la literatura es esa capacidad poética del arte de escribir, que desnaturaliza los vínculos entre un sistema de relaciones prácticas, las formas de visibilidad de esas prácticas y sus modos de inteligibilidad.

La rebelión sigue siendo, entre nosotros, un acto poético.

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