¿Qué hace a la tradición ser tradición? Y, sobre todo, ¿a partir de qué momento deja de serlo? Uruguay es un país muy tradicional y hasta conservador, en gran parte bastante rígido, al menos conscientemente. La música no está libre de ello: se toca de tal manera, con tales instrumentos, con tal sonido e, incluso, con tales tipos de personas, a veces hasta con nombre y apellido. Nuestra relación con la tradición supone una enorme resistencia al cambio, nos congela en el tiempo.
Decir Julio Cobelli no es solo nombrar a un gran guitarrista. Su nombre es sinónimo de lo que concebimos como la tradición de la guitarra uruguaya, tanto en instrumento como en estilo y estética. Cobelli se ganó un lugar desde el cual establecer una forma de hacer las cosas, pero siempre contó con el respaldo de otros grandes que llevaban la batuta. La admiración que causa quien llega a ese nivel viene de la mano de cierto miedo: ¿qué sucederá el día en que ya no esté?, ¿quién mantendrá la llama encendida?
Cobelli cuenta que empezó con las enseñanzas de su padre, mediante una transmisión oral y práctica, vivencial, del toque de la guitarra, y piensa que ese conocimiento hay que transmitirlo, porque, si no, se pierde. Desde ese lugar encontró su rol de maestro y fue docente de muchísimas personas, entre las que se encuentran los tres guitarristas que lo acompañan en este cuarteto. Son músicos que no empiezan de cero, sino que cuentan con una larga trayectoria en otros ámbitos. En vez de limpiar esas historias, la propuesta del maestro para el cuarteto y para el disco es incorporar lo que traen los demás, ver hasta dónde se pueden estirar las cosas y que, aun así, uno pueda reconocer que allí está «lo de siempre».
El tema «Milonga para las Américas» es un claro ejemplo. Nos encontramos con la guitarra criolla y el guitarrón, pero también con la guitarra de 12 cuerdas de acero y la guitarra eléctrica. La base es, como dice el título, una milonga, pero en ella aparecen distintos mundos. Tal vez lo más disruptivo es la guitarra eléctrica, tanto por el timbre limpio y opaco como por su fraseo más moderno, que llega al límite con el uso de un pedal de volumen que, por momentos, elimina el ataque de las cuerdas y desarma el fraseo típico del estilo. Se siente como un giro piazzollesco, pero es aún más moderno.
La guitarra de 12 cuerdas también le da otro color, con un timbre que recuerda a lo andino y un fraseo cortante que pretende ir por la línea uruguaya, pero que, al remitir a un clave, le otorga una personalidad barroca. De todas maneras, la selección instrumental no es arbitraria, pues podemos trazar una línea que va desde la guitarra criolla hasta la eléctrica, pasando por la de 12 cuerdas. La transmisión no se da solo entre personas, sino también entre instrumentos. Estos músicos –sobre todo Julio, con su peso histórico– no encuentran un conflicto entre lo tradicional y lo moderno: lo viven como una sola cosa que se ensancha, como un terreno en el cual es posible transitar, ir y volver, poner los pies en dos lugares a la vez, porque la historia no es una sola.
La tradición es transmitida hasta en los detalles que no se pueden enseñar con ejercicios técnicos: los arrastres, el ataque, esa suciedad que hace al estilo y le brinda esa sensación de cercanía, de algo que está vivo, que no es de museo. Si la transmisión oral permite que la historia adopte nuevos matices según cómo se encuentra el narrador cuando la cuenta, lo mismo sucede con esos espacios que no pueden ser definidos en la música y que dependen del aquí y ahora. Por ejemplo, en «Gato puntano», no son tanto las notas y la armonía las que definen la música, sino el pequeño golpe en las cuerdas, que marca el 1, 2, 3, 4. O cerca del final, cuando tocan la frase más veloz y aparece algún que otro pifie; pero esos errores son necesarios para que la música suene correcta. El folclore contiene elementos que no pueden ser definidos en términos de belleza. Tiene que ser áspero, tiene que denotar que hay algo por fuera de la música que no está bien, tiene que demostrar que el acto de tocar es una necesidad. ¿Quién lo querría limpio y pulcro?
El disco cierra con una interesante interpretación de «La cumparsita». Escuchamos a Cobelli totalmente solo, diciendo, a sus 69 años: «Esto es lo que soy…». En el correr del tema, cada guitarrista tiene un espacio para hacer un solo con su estilo, con su impronta. De esa manera, Cobelli cierra la frase: «… y dejo parte de mi legado a ellos tres».