Juan Antonio Bayona quizá sea el director español que saltó al éxito más rápidamente. Para su primer largometraje, la notable El orfanato (2007), obtuvo el padrinazgo de Guillermo del Toro, quien ofició como productor dándole a la película un empujón a nivel de financiación y difusión. A partir de allí el ascenso fue meteórico: Lo imposible (2012) fue una muy lograda incursión en el cine catástrofe que recogía fielmente la experiencia de una familia durante el tsunami del océano Índico en 2004. A pesar del reparto internacional y de haber sido rodada en inglés se trataba de una superproducción española, pero Summit Entertainment, filial de Fox, se encargó de distribuirla por sus canales. Esta,1 su tercera película, coproducción española-estadounidense-británica, fue un taquillazo en España pero un fracaso radical en los Estados Unidos. Sin embargo, la crítica anglosajona fue muy favorable a la cinta, dándole un 87 por ciento de reseñas positivas en el sitio Rotten Tomatoes.
Al comienzo una voz en off explica que Connor, el protagonista, es “un niño demasiado grande para ser un niño de verdad y demasiado pequeño para ser un hombre”. Y es ahí mismo donde se encuentra uno de los más grandes aciertos de la película: el joven actor británico Lewis MacDougall (fue también el protagonista de Peter Pan, de 2015) es formidable, un niño que convence en sus enojos y sus frustraciones y que pareciera estar sufriendo las circunstancias que lo aquejan. Atraviesa duros momentos, obligado a madurar de golpe por su madre tomada por el cáncer, un padre ausente, una abuela con la que deberá convivir y con la que no tiene afinidad alguna, y para colmo, sufriendo un ensañado bullying escolar. La mirada amenazante y escuálida de MacDou-
gall, siempre a medio camino entre la pura tristeza y un dañino resentimiento, es uno de los puntos altos de la película.
No es el único. El monstruo del título es un árbol gigante que se le aparece recurrentemente al niño para contarle historias que le ayudarán como enseñanza. Cada una de estas apariciones está bien lograda y cuenta con un notable despliegue de efectos, pero además las historias son recreadas mediante un brillante trabajo de animación artesanal, que juega con motivos de acuarela y manchas de pintura dando forma y fuerza a las fábulas y sus personajes.
Es curiosa la forma abrupta en que el monstruo hace su primera aparición, y esto es sumamente interesante: por un lado, se ahorra todo el asombro y todos esos tiempos muertos de fascinación que cualquier otra película mainstream hubiese utilizado, ya que el monstruo arbóreo se le aparece al protagonista sin vueltas, y él no da muestras de temor y reacciona hasta con hastío y desinterés por lo que tenga para decirle. Así, ya se señala de entrada que esas escenas fantásticas suceden en el terreno de la imaginación, siendo simplemente la imagen alegórica de la transformación psicológica que afecta al niño en momentos difíciles. Esta alusión directa a lo que es irreal e imaginado anula deliberadamente el suspenso o el miedo que pudiera generar el monstruo, porque va en otra dirección; el foco está justamente en esa dimensión alegórica. Pero ahí surge uno de los problemas: la película es demasiado autoexplicativa en lo que refiere a sus propias metáforas, intenta dar a entender a toda costa que las historias relatadas por el árbol refieren a las circunstancias que el niño atraviesa. Esto no sólo es innecesario –¿a qué otra cosa referirían?– sino que además tanto subrayado termina acotando la lectura. Aun así, estas pequeñas “fábulas” son sumamente interesantes y el espectador debe hacer cierto esfuerzo para interpretarlas.
Un monstruo viene a verme es cine mainstream que se corre un poco de la monotonía de la categoría en que se ubica. Y es justamente en esas diferencias donde más reluce.
- A Monster Calls. Estados Unidos/España/ Reino Unidos, 2016.