Los socialistas se desgarran debatiendo sobre el sentido de una fórmula que suena como un manual para el suicidio político: el “social liberalismo”. La expresión y su traducción en la política económica de François Hollande fracturaron al Partido Socialista, al gobierno y a la sociedad.
En 2012 el socialismo francés fue a las urnas con una propuesta de sueño, para luego gobernar con la vara de los recortes, de la austeridad y la reducción de los déficits impuestos por la Unión Europea. El engaño fue tan inmoral como mayúsculo. Símbolo estridente de este nuevo socialismo cínico de corte anglosajón fue el nombramiento, como ministro de Economía, de Emmanuel Macron, ex asociado gerente del banco Rothschild. Días después, reconfirmado en sus funciones, el primer ministro Manuel Valls se hizo ovacionar por el empresariado francés. El ps quedó como nunca dividido entre un partido oficial, que gobierna según el timón de las elites liberales de Europa, y un ps romántico, apegado a sus valores de igualdad y redistribución pero acorralado por la burla y los epitafios como “fuera de época”. En su carta de dimisión, la renunciante ministra de Cultura Aurélie Filippetti retrató con lucidez la disyuntiva que persigue a los progresistas: “¿Acaso en el futuro vamos a tener que pedir perdón por ser de izquierda?”. Hasta ahora, la presidencia de Hollande ha sido un cementerio de promesas. La también renunciante ministra ecologista de la Vivienda, Cecile Duflot, dejó un testimonio que roza lo ignominioso sobre los dos años durante los cuales formó parte del Ejecutivo. En su libro Desde el interior, viaje al país de la desilusión, escribe: “Hollande se olvidó de quienes lo llevaron a la presidencia. Poco a poco le dio la espalda a la aspiración de más igualdad y justicia social que desembocó en su elección”. La ex ministra define el estilo del presidente como una conducta que consiste en “no molestar a los mercados”.
MEGADECEPCIÓN. El socialismo francés se encuentra hoy ante la realidad que él mismo construyó. El repertorio de desencantos y promesas no cumplidas o trastrocadas es una sinfonía patética. Todo poder está destinado a decepcionar inevitablemente, pero el encarnado por Hollande rebasó los máximos históricos. Apenas un modesto 13 por ciento de los franceses mantiene su confianza en él. El paso del socialismo al social liberalismo ha sido una hecatombe. Thomas Wieder, jefe del servicio político del vespertino Le Monde, señala que “el presidente de la república paga al mismo tiempo su impotencia y su traición”. La ex ministra Duflot acota también que “a falta de haber querido ser un presidente de izquierda, François Hollande nunca encontró su base y sus apoyos. A fuerza de haber querido ser el presidente de todos no supo ser el presidente de nadie”. En la dirigencia del ps los responsables barren las críticas con una retórica contradicha por los hechos. “El Partido Socialista no será social liberal. El social liberalismo no forma parte de nuestro vocabulario ni de nuestra tradición”, dijo el actual primer secretario del ps, Jean-Christophe Cambadélis. Guillaume Balas, diputado europeo del ala izquierda del ps, tiene otro análisis sobre la última versión del gobierno donde, siempre con Manuel Valls a la cabeza, hay un ministro de Economía oriundo de la banca Rothschild: “La teoría de Manuel Valls consiste en decir que la izquierda de transformación social ha muerto. Valls sigue el paradigma de la ‘tercera vía’ de Tony Blair (ex primer ministro laborista británico) durante los años noventa. Al mismo tiempo nos explica, como Margaret Thatcher (ex primera ministra liberal de Gran Bretaña), que no hay alternativa”.
SIN ALTERNATIVAS. Esa es la piedra que se atraca en la boca: la no alternativa a la austeridad. El mandato de François Hollande ha sido el certificado de defunción del socialismo francés. Ninguna alternativa salta por encima del muro infranqueable de la austeridad y de ese social liberalismo de inspiración anglosajona y alemana. Una sociedad liberal, regida también por los ideales de justicia social, donde la empresa ocupa el centro del paradigma. Un triángulo de las Bermudas que se tragó al ps de la misma manera que en los años noventa arrasó con el spd alemán luego de la renuncia del entonces ministro de Finanzas Oskar Lafontaine. El canciller alemán de aquella época, Gerhard Schrôder, había ganado las elecciones gracias a los votos de la izquierda que le aportó Lafontaine. Fue el principio del fin de la socialdemocracia alemana. Lafontaine se volvió “el hombre más peligroso de Europa”, el representante de un socialismo demodé, mientras que Schröder pasó a ser el aliado del empresariado. La izquierda francesa sigue el mismo rumbo. Hace mucho tiempo que el inventario socialista está lleno de hojas vacías. El gobierno del ex primer ministro Lionel Jospin (1997-2002) fue calificado como una suerte de “social liberalismo a la francesa”. Ese Ejecutivo, compuesto por una alianza de socialistas, comunistas y ecologistas que se llamó “la izquierda plural”, fue el que llevó adelante el mayor número de privatizaciones de la historia de la Quinta República francesa. Desde hace varias décadas el ps evoluciona en la frontera de esa ambigüedad. Gana la apuesta electoral contra lo que Marie-Noëlle Lienemann, senadora socialista y representante de la corriente de izquierda, llama “los poderes divinos”, entiéndase, las finanzas. Luego, una vez en el poder, pacta con ellos. Hollande llegó así a la presidencia. En el mitin más importante de su campaña el entonces candidato Hollande dijo que su enemigo eran “las finanzas”.
Estos años de presidencia han tenido un mérito mayor: el presidente y su primer ministro corrieron el velo de las tergiversaciones. El ps asumió su línea mayoritaria. “Sí, la izquierda puede desaparecer”, dijo Manuel Valls a mediados de junio. “Todos sentimos que llegamos al fin de algo, tal vez al fin de un ciclo histórico para nuestro partido.” La nueva farmacopea socialista es entonces social liberal y sin complejos. “Asumo nuestro reformismo, nuestra socialdemocracia”, agregó. La ruptura entre esa izquierda reformista y la que los analistas del sistema califican como “la izquierda de los remordimientos” es inapelable. Para Valls sólo hay un camino: reformar o morir. Para los otros, sólo hay un destino: transformar a la izquierda en social liberal es morir. Quienes se oponen a la derechización del ps, como Gérard Filoche, miembro del buró nacional, consideran que “la actual orientación de austeridad aplicada por la fuerza para conformar a los bancos, a los mercados, a los liberales europeos y a Angela Merkel es un suicidio”.
DE OPERETA. La política del gobierno resolvió el paradigma de manera autoritaria, sin debate, renegando de sus compromisos y convirtiendo a los parlamentarios socialistas en rehenes. Si no votan las leyes hacen caer al gobierno en un momento en que, con la derecha descompuesta, la ultraderecha del Frente Nacional está en su mejor posición. La líder del fn, Marine Le Pen, ya adelantó que estaba lista para ser nombrada jefa de gobierno. El momento francés es una ópera dramática: desempleo, desindustrialización galopante, crecimiento estancado, quiebre profundo en el seno del ps, desencanto colectivo y, por encima de todo, derrumbe estrepitoso de la figura presidencial. Hollande se postuló como un presidente “normal”, comparado con las exuberancias de su predecesor, Nicolas Sarkozy. La anormalidad de la vida lo devastó en apenas dos años de presidencia. El descubrimiento de sus aventuras sentimentales con la actriz Julie Gayet fuera de su pareja oficial con Valérie Trierweiler, y la forma en que la ex primera dama fue literalmente desalojada del palacio presidencial, le valieron un oprobio histórico. Trierweiler le arrojó el último desafío con la publicación de un libro en el cual relata el engaño y la ruptura. Escrito desde la misma alcoba, Gracias por este momento retrata a un Hollande doble e insensible. Según Trierweiler, el presidente llamaba a los pobres “los sin dientes”. “No voy a dejar que se ponga en tela de juicio mi acción al servicio de los franceses, en especial la relación humana que tengo con los más frágiles, los más pobres y los más humildes, porque estoy a su servicio”, respondió Hollande. El libro de Trierweiler ha sido una revolución, un atentado íntimo, una mancha más sobre un edificio presidencial desacreditado por la felonía, la falta de palabra y de narrativa política. El ps gobernante heredó una situación desastrosa de Sarkozy, pero hizo de la austeridad un fin en sí mismo y dejó un vacío político. Sólo le queda la salida del milagro por el que apuesta: el retorno del crecimiento, el éxito de las reformas. Se terminó un ciclo, sin dudas. El pensamiento unidimensional del liberalismo expandió su virus en una de las últimas ciudadelas de Occidente.