Miles de centroamericanos huyen de sus países, azotados por la violencia y la pobreza, rumbo al norte. En México, donde no está garantizada siquiera la seguridad de los locatarios, esperan, expuestos a todo tipo de abusos, que Estados Unidos les abra una puerta.
La
trabajadora social de la Casa del Migrante de Tijuana
me lleva hasta una mesa donde varios hombres están haciendo flores de papel. Al
fondo de la mesa, completamente concentrado, está Brayan Rivera. La delicadeza
con la que sus manos trabajan contrasta con la rudeza de los otros hombres. Sus
flores son imposibles. Demasiado pulcras. La trabajadora social me dice que él
lleva sólo tres días en la casa y que, detrás de la aparente timidez, se
esconde un espíritu abierto y conversador.
Aprieto la mano de Brayan. “¿Quieres
qu...
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