Desde la Asociación Psicoanalítica del Uruguay (APU) –su casa– despedimos con profunda emoción a Marcelo Viñar. Fue presidente de la APU y de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL), representante de América Latina en el board de la Asociación Psicoanalítica Internacional, autor de una obra profunda publicada en múltiples idiomas. Fue un pensador que trascendió fronteras, que ya no pertenecía solo a la APU; referente importante para el psicoanálisis latinoamericano, con su ética, su mirada crítica, su defensa de los derechos de los más desamparados, su dedicación a formar generaciones de psicoanalistas que dejó marcas y huellas para siempre.
Viñar tenía una manera particular de hablar y de escuchar. Su palabra, siempre clara y sensible, era como una melodía, una voz envolvente que nos ayudaba a pensar el psicoanálisis en contextos difíciles, atravesados por el dolor, la violencia y la historia. Escucharlo era una experiencia en sí misma. Tenía la capacidad de entrelazar lo personal y lo colectivo con una profundidad que emocionaba. Sus teorizaciones lo llevaban a pensar en la interfase de lo individual y lo colectivo.
En «El vértigo civilizatorio y la clínica actual»,1 se preguntaba: «Como psicoanalistas, nuestro objeto de estudio es la causalidad fantasmática del inconsciente, la constelación edípica, los puntos singulares de la identificación, la noción fundante de sujeto descentrado –una de las decantaciones básicas del descubrimiento freudiano– y desde ese lugar me pregunto: ¿cómo opera esto para orientarnos en la realidad y qué relaciones hay entre ese sujeto de la intimidad, al que vemos en el espacio artificial del consultorio, con el sujeto que pelea su vida en el vértigo civilizatorio de esta sociedad?»
Nos deja su obra valiosa, un pensamiento profundo y una forma ética de estar en el mundo. Su voz vive en nuestras instituciones, en nuestra clínica, en nuestras conversaciones. Viñar siempre me transmitió, en el acuerdo o en el disenso, algo del orden de la autenticidad.
En «Alegato por la humanidad del enemigo»,2 nos invita a pensar que «los efectos del discurso simplificador que transforman al diferente en enemigo son a temer. Los amigos son amigos porque piensan como yo, esto es entendible. Pero este es el único vínculo concebible –por mimetismo y anexión– y el que piensa diferente resulta aliado de mi enemigo, por lo tanto, es enemigo. Una lógica absurda pero eficaz que produce la abolición de la diversidad y la constriñe al mundo maniqueo de aliados y enemigos y empuja a la acción salvadora de destruir el mal y salvar al bien».
Hoy, en APU y FEPAL, y diría que junto con muchos psicoanalistas del mundo, estamos de duelo. Nos duele mucho su partida, pero celebramos su vida, su pensamiento y su generosidad.
Su legado es amplio. Vivió su pensamiento con integridad, no separaba teoría de práctica, ni clínica de ética. Fue un analista, sí, pero también alguien que luchó por un mundo más justo. Una lucha que compartió junto a Maren, su compañera de vida.
Viñar abrió caminos para pensar cómo trabaja el inconsciente cuando lo indecible lo atraviesa todo. Insistía en la necesidad de construir dispositivos clínicos que dieran lugar a la escucha del horror, sin patologizarlo ni simplificarlo. Para él, el psicoanálisis debía ser, también, un espacio de reparación simbólica, de elaboración de lo vivido y de resistencia.
En «Alegato por la humanidad del enemigo», también se preguntaba: «¿Qué puede decir un psicoanalista sobre terrorismo? […] ¿Cuál es la incidencia de la causalidad inconsciente –lo específico del psicoanálisis– y cuál es su articulación con otras determinantes que son evidentes y objeto de exploración de otras disciplinas?»
Nos deja un trabajo con sentido, con dignidad y con esperanza. En este sentido, en el prólogo de Fracturas de memoria, Daniel Gil nos habla del retorno del exilio de Marcelo y de Maren: «En el momento del encuentro con el objeto nostálgico, intuyen que no lo van a encontrar y que ese objeto es utópico y atópico (sin lugar, sin realidad). La no existencia del objeto es vivida como desencuentro con los seres. Porque –como dice Edmundo Gómez Mango– no hay desexilio posible, no hay acto que anule y conjure el exilio. Nuevos duelos por lo doblemente perdido: por el país que los cobijó y por la tierra soñada y no encontrada.
Pero, aun así, como dice Neruda: “Vuelvo…/ más joven y más viejo/ esta vez como siempre he regresado,/ más joven por amor, amor, amor…/ más viejo porque sí/ porque me muerden los relojes, los meses/ los agudos dientes del calendario/ lo que fui ayer, allá a lo lejos aquí lo traigo/ aquí lo dejaré a tus pies/ áspera y dulce, pequeña patria mía”.
Todo esto es este libro, memoria del horror, lucha y esperanza incansable por el futuro, ofrenda que nos dejan, amorosamente, Marcelo y Maren».
Por nuestra parte, solo caben una enorme gratitud y el reconocimiento por su legado.
José Gallego Pérez es psicoanalista, presidente de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay.
- Marcelo Viñar, «El vértigo civilizatorio y la clínica actual», en Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis, número 19, 2015. ↩︎
- Marcelo Viñar, «Alegato por la humanidad del enemigo», en Psicoanálisis, El psicoanálisis en tiempos de terror, número 2, volumen XXVIII, Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, 2006. ↩︎