Ella tiene en sí sus seres típicos,
vencedores de obstáculos ¡de peligros mortales!
(…)
El ingenio en su seno es ave fénix.
Su lozanía atrapa y vigoriza.
Su porte enigmático ¡desafía!
«La montaña me llama», de Adelia Silva
Fue maestra de educación primaria, inspectora y directora de escuelas, profesora de formación docente, docente de piano, de matemática, de física, de química, de francés, de italiano, de sociología, de pedagogía y de psicología de la educación. Dio clases en cárceles y hogares. Fue una escritora y poeta premiada, además se formó en periodismo y en relaciones públicas.
Nació en Artigas el 7 de abril de 1925, y quizás por haber perdido a su madre a los pocos meses de vida, tuvo que trabajar desde niña; primero en tareas de su hogar adoptivo, luego dando clases. Y por ser negra, además, tuvo que esforzarse el doble para dedicarse a lo que más le importaba, la educación.
«Era sencilla. Con su trabajo y su personalidad se fue ganando a la gente. Era flaquita y menudita, pero nunca vi que le tuviera miedo a nada», recuerda su nieto, Gonzalo de Araújo, que para ilustrar la forma de ser de Adelia recurre a una anécdota de la antigua Grecia, que a su abuela le gustaba citar, en la cual Alejandro Magno, buscando llamar la atención del filósofo Diógenes, a quien admiraba, un día se le acerca solícito y ofrece satisfacerlo con cualquier cosa que él desee. El sabio le respondió: «Solo quiero que te corras, porque me tapás el sol».
NEGRA Y ROJA
En 1948, años de posguerra, en los que el racismo era dominante, Adelia fue pionera al ser la primera mujer afrouruguaya en convertirse en inspectora de una escuela primaria. Sin embargo, era resistida por familias e instituciones, exclusivamente por su color de piel.
«Como era negra, no querían que fuera inspectora. Por eso se organizaron actos para apoyarla», cuenta el maestro Mario Arbiza, quien era su vecino en la calle Misiones, de Artigas. La maestra Olga García da Rosa, entonces adolescente, también evoca el episodio: «Me acuerdo que organizaron un “acto de desagravio” en apoyo a Adelia porque algunos padres no querían que les diera clases a sus hijos. Decían que era “desprolija”».
La supuesta «desprolijidad» tenía que ver con su aspecto que, si bien era llamativo para la época, mostraba la conciencia que Adelia tenía sobre su negritud: usaba colores vivos, collares y pulseras, una trenza en el pelo y solía llevar un pañuelo rojo en la cabeza, entre otros accesorios.
«Le encantaba el rojo. Una vez en Brasil se le acercó alguien para pedirle que le leyera la mano. Pensaban que era una gitana», recuerda Gonzalo.
Adelia no era de reaccionar y su respuesta a la discriminación era redoblar esfuerzos y concentrarse en su trabajo. Hasta que su presencia en la capital la llevó a ser noticia nacional.
Sucedió en 1956: siendo directora de una pequeña escuela rural, la maestra ganó una beca del gobierno nacional para estudiar y enseñar en Montevideo. Al llegar a la escuela capitalina donde esperaba ser designada maestra titular, la directora, que respondía al modesto nombre de Ofelia Ferretjans de Ugartemendia, utilizó sus influencias para que «esa negra tan desprolija» fuese trasladada.
La recepción en la siguiente escuela fue similar, por lo cual Adelia decidió volver a Artigas y renunciar a la beca. Pero el episodio fue denunciado a las autoridades, difundido en la prensa de Montevideo y, un año después, Ugartemendia fue sancionada.
La maestra artiguense eligió quedarse en su escuela rural. Y tras el destrato sufrido, recibió el apoyo inmediato de sindicatos, asociaciones civiles y de la opinión pública de la época. Tal es así que su caso se convirtió en un emblema de indignación ante una violación flagrante del principio de igualdad social, y de defensa de los derechos de la población afrouruguaya.
«El ejemplo de Adelia se transformó en una señal de alarma. Si se les prohibía a los negros capitalizar las oportunidades creadas por una economía en plena expansión, en un área vocacional de especial interés para ellos, ¿cuál era el lugar que la sociedad uruguaya les destinaba?», destaca el historiador George Reid Andrews.1

TE RECUERDO
En 2024, en el marco del Día Internacional de las Mujeres Afrolatinas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, se presentó en la sede Este del Programa Urbano en Montevideo la obra teatral In memoriam a Adelia Silva. «Solo fallece quien se olvida. Por suerte siempre hay alguien recordándola», dice Gonzalo.
Para recordarla, se puede hablar de su buen talante y sencillez; de su capacidad para no distraerse de lo importante, que era la educación de los gurises; se puede evocarla a través de sus vecinos de Artigas, como la entonces adolescente Cristina Castro, que la recuerda como una persona «muy dulce, suave y agradable»; o como otro vecino, el también maestro Arbiza, que impulsó la colocación de una placa en su homenaje en una placita artiguense, donde también plantó rosas (rojas, obviamente), que consiguió en el vivero municipal. «Era macanuda. Les daba clase particular a muchos, incluso luego de haberse jubilado e incluso a gurises que no podían pagar», recuerda.
O también se puede hablar de su deseo permanente de aprender. Cuentan que, luego de la Segunda Guerra Mundial, llegaron a Artigas unos italianos con quienes Adelia hizo amistad. El resultado: estudió hasta convertirse en profesora de italiano, viajó cuatro veces a Italia con sus propios ahorros, e incluso ganó el premio Rocco Certo en 2001, por su poesía escrita en italiano.
«El único canal que miraba en la televisión era la RAI para practicar su italiano. Siempre estaba leyendo diarios, noticias o libros. Hacía ejercicios matemáticos para mantenerse activa mentalmente», recuerda Gonzalo. No contenta con eso, a los 56 años estudió y se graduó en periodismo, y a los 68 hizo lo propio con relaciones públicas.
Se puede también cantar un tango en su honor, cosa que frecuentemente ella hacía, vistiendo estrictamente de rojo. Hay algún video que circula por la red y lo testifica. O aprovechar que volvieron los vinilos y desempolvar algunos de los que ella tenía en su casa: Pablo Estramín, La vieja guardia, Los Iracundos.
Adelia murió en julio de 2004 y todavía no parece que le hayamos hecho justicia a la importancia de su figura. La celebración de sus 70 años fue en el Club Deportivo Artigas, donde las cámaras también la pudieron captar bailando. Un detalle: en la torta le gustaba poner la misma cantidad de velas que de años. Ese día, claro, fueron 70, una por una. En este 2025, que sean cien a su salud.
- Reid Andrews, George. Negros en la nación blanca: historia de los afro-uruguayos 1830-2010. Linardi y Risso, 2010. ↩︎