Comparte su techo con un gato siamés que parece entenderlo y, a menudo, con una bailarina nocturna de origen europeo que la hermosa Naomi Watts encarna con su habitual energía. Nada de gracia le causa al irascible beodo que una madre separada (Melissa McCarthy) y su hijo de edad escolar (Jaeden Lieberher) se muden al lado, menos aun cuando ya de entrada los encargados de traerle las pertenencias quiebran una rama del árbol que, por supuesto, cae sobre la cerca del dueño de casa, destrozándola o poco menos. Lo que antecede no es más que el comienzo de una historia1 que poco a poco va involucrando a los nuevos vecinos con el desaforado protestón quien, en determinado momento, se convierte además en niñero –rentado, por supuesto– del chico en cuestión en las horas que la madre debe dedicar al trabajo. El relato se toma asimismo tiempo para mostrar no sólo hacia dónde se dirige a menudo el babysitter a regañadientes sino también los problemas de relación que “su protegido” debe sortear en la escuela, donde, por lo menos, se encuentra con un adulto comprensivo (Chris O’Dowd).
Ingredientes atractivos, entonces, que el libreto que firma el propio realizador Theodore Melfi no aprovecha de manera satisfactoria al elegir un tono más cercano al dibujo animado (y en que los personajes resultan de una sola pieza) que a una película capaz de revelar los altibajos de un grupo de seres humanos con defectos y virtudes que juegan en contra o a favor de quienes los rodean. Aquí Melfi da la impresión de decretar que todo el mundo, casi de entrada, resulta bueno y dispuesto a ayudar a sus semejantes a extremos que conviene no revelar y que no sólo afectan al vecinito que tiene unos 10 años (pero que habla y procede como alguien de 38), sino a los demás personajes que transitan por esta fábula que, de decidirse a ilustrar algunas de las maldades que gente como la que se detalla podría cometer, favorecería una anécdota que reclama un poco más de realismo en lugar de tantas buenas intenciones. Es una lástima, sobre todo cuando se cuenta con un Murray que se sobra dando a entender qué puede esconderse detrás de sus desplantes y un elenco que no se le queda atrás, desde la rolliza McCarthy y la desenvuelta Watts, al suspicaz O’Dowd y al pequeño Lieberher. Pero tales son las leyes de juego en un Hollywood que cada vez más apuesta a la facilidad y a la repetición aunque el ingenio y la verosimilitud queden por el camino.
1. St. Vincent. Estados Unidos, 2014.
https://youtu.be/Iy-4VbRelvw