Narrativas disidentes y liberadoras: Gabriela Mansilla viene a Uruguay a presentar el libro en el cual cuenta el proceso que hizo junto con su hija, que se convirtió en la primera niña trans que obtuvo un documento de identidad gracias a la ley de identidad de género aprobada en Argentina.
—Yo me llamo Luana. Y si no me decís así, no te voy a hacer caso.
Era una advertencia clara y sana que le hacía la pequeña de 4 años a Gabriela Mansilla, su mamá. Era 31 de julio de 2011 y desde hacía un tiempo la niña no quería responder más al nombre de Manuel. No encajaba allí. Era Luana, como su compañerita del jardín, y quería respeto. La tristeza por no poder ser, que la había hecho llorar y golpear su cabeza contra la pared, llegó a su fin cuando el mundo adulto quiso escucharla. Dos años antes ya había dicho: “Yo nena, yo princesa”.
Luana, su hermano mellizo, Elías, y su mamá, Gabriela, pasaron por unos 12 psicólogos hasta que la licenciada Valeria Pavan le dijo a Gabriela: “Dejala ser”.
Mansilla había llevado a Luana a neurólogos infantiles, psiquiatras y psicopedagogas por supuestos síntomas que tenía la niña que había nacido con pene. Hasta que llegó a Pavan, nadie le había dicho que su hija era una niña trans: “Todos sostenían lo mismo: que había que obligarla a ser varón, que había que corregirla, masculinizarla, aunque Luanita se lastimaba y no dormía, y yo cambiaba de psicóloga. Todo desapareció cuando respetamos su identidad”, dice Mansilla a Brecha.
Gabriela, que ahora preside la Asociación Civil Infancias Libres, logró, entre otras cosas, que por primera vez en el mundo un Estado reconociera la identidad de género asumida por una niña trans y la reflejara en su Dni. No fue fácil ni automático. En mayo de 2012 se aprobó en Argentina la ley de identidad de género. Luana tenía 5 años y Gabriela quiso registrar a su hija con un documento acorde a la identidad que la pequeña vivía. Pero le negaron el trámite, por muchos prejuicios: “Me llevó un año más denunciar que me negaban el Dni de Luana”. Al hacer público y masivo el caso, el Estado tardó dos meses más en reconocer la identidad autopercibida de Luana. No fue necesario judicializar la situación.
Además de haber pasado por el “maltrato horroroso” de las instituciones médicas que habían cuestionado el sentir de Luana, el acoso mediático fue muy fuerte. Por eso, Gabriela necesitaba contar con sus palabras cómo había sido el proceso. Así nació el libro Yo nena, yo princesa (Ungs, 2014), que Mansilla presentará este sábado, 3 de agosto, en Montevideo (Canelones 1299, 19 horas), junto con el Colectivo Trans del Uruguay, Trans Boy Uruguay e Infancias Libres, organizaciones convocadas por el colectivo La Contracultural.
El libro reúne un diario que la mujer llevó desde 2011, cuando comenzó a escribirle cartas a Luana para transmitirle sus ganas de que fuera feliz. Tenía miedo ante las altas tasas de suicidio (80 por ciento) de personas trans, que tenían, a su vez, una expectativa de vida de 32 años. Con los mensajes de amor familiar en el cuaderno, con el registro de lo que pasaban todos los días y no quería olvidar, “quizás podía salvarle la vida, ¿viste?”.
Escribir se hizo costumbre para Gabriela y así adelantaba lo que quería retomar luego en sesiones con la psicóloga. El diario está escrito para Luana, y ella, junto con su mellizo, fueron los primeros lectores, aunque ya sabían todo lo que decía esa historia, que inspiró a otras madres y a otros padres para vencer el miedo y las dudas.
Hoy Luana tiene 12 años y el año que viene comienza el liceo. Es la protagonista de una nueva historia: Mariposas libres: derecho a vivir una infancia trans (Ungs, 2018), en la que su mamá cuenta cómo siguió la vida después de tener el Dni y por qué el cambio registral es necesario, pero apenas un trámite si no hay un cambio cultural profundo para cambiar la mirada de la sociedad sobre las infancias trans y “abrazar estas corporalidades que no son binarias”.
¿Cómo está hoy Luana? “Ha cambiado la aceptación de su cuerpo –dice su mamá–. Está transitando la palabra ‘travesti’; dice: ‘Yo soy travesti’. Ama su cuerpo, ama su pene. Tiene mucha conciencia de cómo viven las travestis. Era una criatura triste y en peligro; hoy es una preadolescente supertranquila, que todavía enfrenta mucho la violencia de la sociedad.”