La consideración de la figura del Che Guevara como el héroe de la revolución y de la integración latinoamericana ha sido una constante. Y Uruguay no es la excepción. Poco después de la noticia de su muerte, desde el semanario Marcha su director, Carlos Quijano, ya reconocido antimperialista y latinoamericanista, mencionaba las posibilidades de integración económica en América Latina. Allí afirmó que la integración sería posible en un marco socialista y no capitalista, en una “larga marcha” que haría de América Latina un continente integrado y libre. Su escrito fue un homenaje al Che con motivo de su muerte y también un análisis coyuntural previo a las elecciones en Uruguay, en un marco de creciente autoritarismo. Uruguay no debía ingresar en la escalada revolucionaria, incluso en pos de la integración —había reflexionado que los tiempos “no estaban maduros”—, pero tampoco debía abandonarse al conformismo de acuerdos económicos que, según sus conocidos análisis, perjudicaban al país. El artículo se llamó “La larga marcha de América Latina”, y en su título citaba otra larga marcha: la retirada del Ejército Rojo chino en los años treinta. A pesar de esa “larga marcha”, Quijano ya había insistido en otros artículos, como en “La nostalgia de la patria grande” (de octubre del 66), en la heroicidad de una integración que no fuera la pacífica que proponía, por ejemplo, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc), o las opciones de integración económica manejadas por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), porque a sus ojos eran mojones del imperialismo.
Ese mismo año Alberto Methol Ferré publicó el ensayo El Uruguay como problema. Quien fue en su momento un intelectual del ruralismo se autoinscribía en la izquierda nacional y batallaba desde su catolicismo; discutió lo que consideraba el “mito salvador” de la revolución con el que operaba Quijano para pensar las integraciones económicas: ya como “nostalgia”, ya como “larga marcha”. Consideraba que la revolución como mito desconocía las realidades de las integraciones posibles para América Latina. El intercambio polémico siguió con el artículo “Morir oriental”, del año siguiente, donde Quijano reafirmó la capacidad de la revolución para transformar el mundo, a la vez que era cauteloso en cuanto a los tiempos y los espacios. No olvidaba así la importancia que para él tenían las luchas por la liberación nacional, como la de Vietnam; Methol Ferré en su respuesta titulada “Vivir oriental” lo tuteó diciéndole, entre otras cosas, que tuviera “más recato con la muerte”. Entre 1967 y 1968 pesaba la ejecución del Che en La Higuera.
Ambos ya habían cuestionado la violencia revolucionaria; aunque Quijano, sobre todo, la comprendía en el marco de las luchas por la liberación nacional. Para Methol el foquismo guevarista —como afirmó en un artículo controversial de 1967— era finalmente una trampa que además desconocía las especificidades de cada región. Quijano insistió más de una vez en la importancia de la democracia uruguaya frente a las consecuencias de la violencia política. Que, como ha mostrado Greg Grandin, debe ser tenida en cuenta en el escenario de la Guerra Fría y de la violencia contrarrevolucionaria.
La polémica giró sobre el alcance de la integración latinoamericana, entre modelos de integración económica y política, la diferencia entre los países de América Latina, y en especial sobre el temor o no a los llamados en ese entonces “subimperialismos”, como el de Brasil y Argentina bajo las dictaduras iniciadas en 1966 y 1964, respectivamente. Quijano en este último punto era inflexible: no podía negociarse con dictaduras.
Ninguno de los dos podía desconocer las palabras del Che de 1961 en la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social (Cies), en Punta del Este, desde donde se concretó el proyecto formulado meses antes por John Fitzgerald Kennedy que se llamaría Alianza para el Progreso. El Che había criticado las opciones de integración económica que no contemplaran a la socialista Cuba. Citó al poeta y revolucionario cubano José Martí, y afirmó: “quien dice unión económica dice unión política. El pueblo que compra, manda; el pueblo que vende, sirve”; aclaraba así que “todas las conferencias económicas son políticas”. También conocían el ímpetu con que Guevara confiaba en una revolución que expandiese sus fronteras por América Latina, concibiendo a ésta como parte del Tercer Mundo.
EL SANTUARIO DE LOS HÉROES. Como sabemos, el Che se convirtió, aun más después de muerto, en una de las banderas de la integración latinoamericana, antimperialista y con respeto por la soberanía de las patrias chicas. En el entorno uruguayo también fue comparado con José Artigas, como si la heroicidad de ambos los hiciera idénticos. Quijano los emparentó una vez llamándolos “hombres solos”, y así repitió una imagen propia de la simbología de los héroes.
Muy diferentes aproximaciones desde la política y la cultura han tenido al Che como protagonista, donde el ejemplo uruguayo es uno entre muchos. En los últimos años, y en función de diversas coyunturas, distintos trabajos revisaron quién era ese personaje antes de ser el Che. O, también, se han ocupado en describir las imágenes y el santuario sobre el Che para pensarlas como tradiciones selectivas: disputas concretas por la hegemonía en el presente, en torno de las elecciones de momentos, personajes, proyectos y palabras considerados claves del pasado.
En estos últimos acercamientos se ha preguntado por la materialidad del mito, sus claroscuros, las disputas y debates sobre el alcance de su figura, y sobre todo, por su presencia: el insistente rezo del “hombre nuevo”. Lo que muestran esos trabajos es que, en definitiva, podría haber sido de otro modo: Ernesto Guevara de la Serna podría no haber sido el Che, y si lo fue, pudo serlo en el marco de, como analizó Claudia Gilman, una época. En un repaso por los escritos de sus viajes por el subcontinente, como muestran los trabajos sobre los viajes del Che del libro compilado por Paulo Drinot, Ernesto Guevara de la Serna hizo afirmaciones sobre las sociedades recorridas que van desde la admiración hasta el más corriente de los sentidos comunes, pasando por aprendizajes variados. Fue construyendo esa América Latina unida y socialista y rearmó sus sentidos al calor de la lucha revolucionaria y de su gestión como funcionario del gobierno cubano: su América Latina integrada también fue parte de una elección política, del qué hacer político.
Vale la pena poner en cuestión el mito del Che cuando sólo es tenido en cuenta como la abstracción de un concreto —el héroe solitario, el hombre excepcional—, porque finalmente diluye los hechos y sus historias. Y, a la vez, se trata de no anular la capacidad que tienen los mitos de hacer mover a la historia: Che Guevara, América Latina, integración. Se puede discutir esa cualidad del heroísmo, que además tiene una marca de género furiosa, e imaginar otras caracterizaciones que, sin menospreciar la singularidad de alguien como el Che, capturen el alma colectiva y concreta de las luchas.
* Ximena Espeche (1974, Montevideo. Está radicada desde los 8 años en Argentina). Doctora en ciencias sociales por la Universidad Nacional General Sarmiento-Instituto de Desarrollo Económico y Social (Ungs-Ides) y licenciada en letras por la Facultad de Filosofía y Letras (Uba). Es investigadora asistente del Conicet, profesora de la Uba y miembro del colectivo Ni Una Menos. En 2016 publicó La paradoja uruguaya. Intelectuales, latinoamericanismo y nación a mediados de siglo XX (Unq).