Su madre llora al teléfono; su tío se enoja, y su hermana agradece por «ponerse en contacto». La familia de Lucas Pedrozo duela su muerte mientras pintan las paredes de gris, intentando cubrir las manchas de sangre que dejó el operativo policial que lo mató el domingo 12 de mayo, en su propio cuarto.
Tenía 23 años. Estudiaba, hacía changas y quería ser profesor de Educación Física. Con los pesos que hizo, se había comprado una guitarra y una bicicleta. «Tenía una familia que lo quería y lo cuidaba, tenía cuatro hermanas y vivía conmigo», relató al semanario Silvia, su madre.
La familia vive en la capital de Durazno, en varias casas contiguas. Todo iba relativamente bien con Lucas hasta 2020, cuando tuvo su primer intento de autoeliminación, cuentan. «Era muy cercano a su abuela y, cuando ella murió, quedó mal», dice Silvia. Se cortó las muñecas cuando tenía 19 años y a raíz de ello lo llevaron a la psiquiatra. Sus episodios «depresivos» eran cada vez más graves y frecuentes, y ocurrieron luego otros intentos de autoeliminación. Allí comenzaron las internaciones y, con ellas, vino el diagnóstico: esquizofrenia.
—¿Habían tenido que internarlo contra su propia voluntad anteriormente?
—Sí, no sabría decirte cuántas veces exactamente, pero eran dos o tres veces al año que llamábamos a la Policía para que se lo llevaran.
—Y esos encuentros con la Policía ¿cómo eran?
—Siempre venían y hablaban con él, nos ayudaban a convencerlo de que fuera con ellos… Siempre fueron pacíficos. Nada que ver con lo que sucedió esa noche…
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No era fácil que Lucas siguiera con su tratamiento cuando no estaba internado. Por eso, víctima de su enfermedad, comenzó a tener comportamientos erráticos y, a veces, incluso se ponía agresivo con su propia familia. En esos momentos era cuando tenían que acudir a la Policía.
«Teníamos que hacer la denuncia en las comisarías especializadas de violencia doméstica. Siempre se burlaban de nosotros. La señora nos trataba mal e, incluso, una vez una de las funcionarias me dijo que lo que tenía que hacer era tirarlo para la calle. Yo le decía que esa no era la solución. ¿Tirar a un hijo a la calle con problemas? En vez de intentar incorporarlo a algún lado, la respuesta era que lo tiremos. A esa comisaría tuvimos que ir dos días antes de que sucediera todo», recordó Silvia.
La salud de Lucas se agravó con el tiempo. Luego de algunos intentos de autoeliminación, su madre decidió comprar unos cajones con cerraduras para guardar las cosas que no quería que estuvieran al alcance de su hijo. Por ejemplo, los cuchillos. Además, el joven empezó a tirar todo lo que encontraba: ropa (la suya y la de su madre), cosas de la casa; todo terminaba en el contenedor. Era habitual que los vecinos se cruzaran con él, descalzo y «mal vestido», por la calle, camino a la volqueta.
Lucas se empezó a descompensar unas 48 horas antes de que la Policía lo matara a balazos. Delirando, decía que tenía dos hijas y que vivían en la casa de un vecino. Golpeaba la puerta y las llamaba. Los vecinos fueron a hablar con Silvia y le advirtieron que tenían armas y que Lucas los estaba molestado.
—¿Los estaban amenazando?
—No sé, por eso fui a la Policía, para explicarles lo que me habían dicho y decirles que Lucas estaba mal. Ellos, baboseándome, me decían: «¿Y usted qué pide?». Yo le expliqué que quería que lo internaran y que no quería que le pasara nada a mi hijo. Tampoco quería que a la vecina le pasara nada, porque ella tenía problemas cardíacos. Yo pedía que no sucediera una desgracia –narra Silvia.
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El sábado 12 de mayo, la madre se acostó a dormir temprano. A eso de las 23.20 horas se despertó con los gritos de su hermano: Lucas se había subido a la azotea de su casa. Entre el tío y la madre lo convencieron de que bajara, y, a los portazos, se encerró en su cuarto. En ese momento llegó Florencia, hermana de Lucas, y quiso hablar con él. «No podés estar molestando a los vecinos», le dijo. Él le pegó una cachetada.
Acto seguido, Florencia llamó a la Policía y se quedó esperando a los oficiales en la vereda; su idea era que los ayudaran a trasladar al joven e internarlo.
«No la dejaron ni hablar, se bajaron del patrullero y una de las policías sacó el arma y prendió la cámara», explicó Silvia. «Tonfa y escopeta», dijo la oficial. En los operativos policiales, es obligatorio el uso de cámaras GoPro, para que quede registro fílmico de lo sucedido. «Nunca me imaginé lo que iban a hacer, si no, no los dejaba entrar», lamentó su madre.
La casa de Lucas tiene un pasillo abierto que separa las habitaciones del resto de la casa. Cuando la policía llegó, Lucas salió al pasillo para ver qué pasaba. Según narró a Brecha el abogado de la familia, Juan Straneo, Lucas comenzó a insultarlos y los invitó a pelear. Los insultos fueron devueltos por los policías, que –según el defensor– «en ningún momento pusieron paños fríos a la situación. Estaban tratando con una persona con patologías psiquiátricas, diagnosticado y descompensado».
Una vez en la vivienda, los oficiales le pidieron a la familia que se alejara. «¡Soltá el cuchillo!», le gritó la policía a Lucas. Según la versión del abogado, basada en lo que habría constatado luego la Policía Científica, el «cuchillo» era en realidad una espátula sin filo.
Florencia se quedó al lado de los uniformados y Silvia se metió en la cocina, a unos 4 metros de donde estaba parado Lucas. «En ningún momento se cumplió con la alerta disuasiva», explicó el abogado. En ese momento llegaron los primeros dos disparos.
La munición menos que letal que utilizaron los policías hirió de gravedad a Lucas debido a la distancia y la trayectoria de los proyectiles, que están pensados para ser disparados hacia el piso, en un ángulo de 45 grados. En este caso, de acuerdo con el abogado, fueron directo al cuerpo e impactaron en el costado derecho de la zona abdominal y en el brazo.
Lucas, asustado y lastimado, se encerró en su cuarto. En ese momento, según contó Silvia
–que fue invadida por un intenso estado nervioso–, los efectivos policiales le pidieron permiso para tirar la puerta abajo. Aceptó. La policía derribó la puerta y se encontró con Lucas en el piso y allí mismo efectuaron los últimos balazos: según la versión de los familiares y del abogado, lo hicieron a quemarropa y en el pecho. El joven no murió en el acto.
De acuerdo con la versión de la familia, los agentes colocaron a Lucas boca abajo y lo esposaron. Intentaron luego que se incorporara, pero no lo lograron, pues se estaba desangrando. Entre cuatro policías, dice la familia, lo arrastraron hasta el patrullero. «No le hicieron presión en la tremenda herida que tenía y lo tiraron para el patrullero, como si fuera un perro. Le quebraron los dos dientes delanteros y tenía el pómulo roto», narró Silvia al semanario. «¡Lleven la cédula!», les gritó la policía femenina a sus familiares, que no tenían claro si los agentes se dirigían al hospital o a la comisaría.
Como pudieron, siguieron al patrullero. Terminaron en la puerta del centro asistencial Camedur, donde una de las hermanas de Lucas trabaja como enfermera. Allí, la médica que recibió a Lucas le preguntó a la policía de qué era la herida que tenía en el pecho. Según narra la familia y su abogado, los efectivos policiales dijeron que era una «herida autoinfligida por un cuchillo».
En la policlínica no pudieron hacer nada.
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«No puedo hablar mucho para no entorpecer la investigación», declaró a Brecha el jefe de Policía de Durazno, Gabriel Lima. El funcionario confirmó, no obstante, que el policía que disparó está bajo sumario administrativo. Además, Lima fue citado por el ministro del Interior, Carlos Negro. El caso está en manos de la Fiscalía de Segundo Turno de Durazno, a cargo de la fiscal Erika Persel.
Consultado sobre los detalles del episodio, Lima admitió que fueron los cuatro disparos con una escopeta cargada con munición «menos que letal» los que terminaron con la vida del joven. «Quien trasladó y quien hizo las primeras actuaciones puede haber dicho cualquier cosa, pero nosotros en ningún momento barajamos que las heridas pudieran haber sido hechas por el propio muchacho, incluso a nivel de la fiscalía», asumió el policía.
«Entendemos que esto es doloroso, hay un accionar policial que es lo que está evaluando la Justicia, por lo que nosotros no podemos decir nuestro punto de vista. Dimos todo lo que la fiscalía nos pidió y hasta ayer no había informe forense, algo que enlentece el proceso, pero estamos a disposición de lo que la Justicia nos pida para aclararlo», finalizó.
La familia de Lucas aguarda a ser llamada a declarar en la fiscalía. Adelantaron a Brecha que presentarán denuncias civiles y penales contra los funcionarios que protagonizaron el episodio.