Me hago ilusión que volvés - Semanario Brecha

Me hago ilusión que volvés

Sucedió una noche de hace ya cien años. Era 1917. Una voz incomparable conmovió a Buenos Aires: “Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida...”. Carlos Gardel, hasta entonces cantor de temas camperos, le abría paso al primer tango-canción.

Gardel por Ombú.

Pascual Contursi, quien como pocos tenía el don para el verso, calzó unos muy sentidos sobre una melodía de Samuel Castriota. Los versos eran para “Lita” (Angelita, una mina de cabaret que, valga en su honor decirlo, no amuró al poeta en la mala sino en lo mejor de su vida). Pero Lita, al tiempo, volvió al bulín. Con ella volvieron la alegría, los bizcochitos, se desempañó el espejo, la lámpara alumbró la íntima catrera y la guitarra salió del ropero. Entonces, para no usar su querido nombre para un tango que comenzaba con un reproche, decidieron llamarlo “Mi noche triste”. Así quedó.

Nada arraiga tanto en la sensibilidad popular como lo que coincide con la verdad de su tiempo. Esa coincidencia mostraron los versos de Contursi. La inmigración había traído muchos hombres a Buenos Aires, rara vez acompañados. Estaban o se sentían solos. Recurrían a la casualidad, los cabarets, los prostíbulos. Pero soñaban una mujer que se quedara, que alegrara la vida con la adorable cursilería de los diminutivos y consiguiera que la melancolía –el esplín– se fuera del corazón.

Para que una mujer vuelva, hay que mostrar lo que se siente por ella. No avergonzarse de cantar sentimientos (“varón pa’ quererte mucho”, diría Homero Manzi años después). Hubo que encontrar palabras comunes y certeras. No servían los versos del Modernismo (cisnes, risas, sonatinas y biombos del Japón). Pascual Contursi tuvo el valor de contar su noche triste: su propia tristeza –la de tantos– con palabras en las que todos podían reconocerse.

“Mi noche triste” alude a la mujer querida a través de mínimos detalles: frasquitos, moñitos, el espejo. Sin ella hasta el mate (habían sido “matecitos” al estar juntos) se vuelve pena cotidiana. Llamar a las cosas por su nombre y decir “no puedo cerrar la puerta porque dejándola abierta me hago ilusión que volvés” era pura verdad. Y pura poesía. Para colmo, esos versos los cantó Gardel.

Desde 1910 la fama del “Morocho del Abasto” había ido creciendo (siempre con temas camperos). En 1913 formó el dúo con José Razzano, el “Oriental”. Ya eran aplaudidos en los teatros de la calle Corrientes. Pero faltaban algunos años para que la voz del “Mago” comenzara a contar historias de ciudad.

Para el estreno de “Mi noche triste” algunos señalan el teatro Empire. Pero concretamente el diario La Prensa del 3 de enero de 1917 anunciaba: “Para esta noche, en el teatro Esmeralda una función extraordinaria de la pareja de canto Gardel-Razzano y el guitarrista José Ricardo”. Esa noche, sobre un escenario bacán (el que hoy es El Maipo), ya no en los piringundines donde, ahí sí, se canturreaban algunas letras socarronas, barriobajeras, el tango dejó de ser sólo instrumental y en la voz de Gardel se enseñoreó de Buenos Aires.

De aquella noche triunfal de enero de 1917 da fe el propio Gardel, protagonista de una carta que José María, el hijo de Pascual Contursi, escribió al doctor Luis A Sierra: “Meses después de morir mi padre, me encontré con Gardel en la confitería Las Violetas, en Rivadavia y Medrano. Era pasada la medianoche, él volvía de una actuación en el cine Río de la Plata. Estaba con su apoderado, Delfino. Al verme, luego de preguntarme cómo iban mis cosas, me contó la siguiente anécdota: ‘Hacía unos años que no lo veía a Pascual, que se había encariñado con Montevideo. Un buen día se apareció en Buenos Aires y vino a verme. Me pidió la viola y me dijo: ¡Te voy a hacer escuchar un tango… de un muchacho –mintió modestamente tu viejo– que me lo pasó en el Royal! Me gustó tanto –siguió diciendo Gardel–, que lo aprendí enseguida. Cuando lo cantaba entre mis amigos, se entusiasmaban; pero no me animaba a cantarlo en público hasta que me largué, con un poco de miedo, en el Esmeralda, con el éxito que vos sabés. ¡Recién entonces me enteré de que Pascual era el autor!’”.

Gardel había conocido a Contursi en 1914 o 15, en el cabaret Royal, de Montevideo. Contursi fue el autor de los primeros tangos que cantó. La amistad entre los dos facilitó que le presentara en 1924 la letra de “Si supieras” instalada sobre la melodía que el joven Gerardo Matos Rodríguez había soñado en una noche afiebrada. Que Gardel los cantara le dio vuelo inmortal a esos versos y a esa música que conservó el bautismo de Matos Rodríguez: “La cumparsita”.

En París, en 1928 –antes de la definitiva locura–, Contursi escribió su último tango: “Bandoneón arrabalero”, para la música de “Bachicha” Deambroggio. El bandoneón se convirtió desde entonces y para siempre en el alma –el fuelle– rioplatense. “Vos sabés que estoy triste y cantar ya no puedo”, le confía Contursi. Con voz enronquecida el fuelle acompañó su último tango en París. Sin que los propios poetas se den cuenta, sus imágenes insisten en volver a ellos: “la lámpara del cuarto” se transformó en “la luz de un farolito que de noche me alumbró”.

AYER Y HOY. Hoy es casi mañana. Qué contenta me puse hace dos días cuando me propusieron enviar contratapas a Brecha (una de mis alegrías ha sido escribir, siempre que puedo, para Montevideo desde Buenos Aires, donde vivo; y ahora ¡qué bueno, otra vez!). Pero me distraje pensando en ¿qué tema…? (¿algo con continuidad, como episodios?, ¿algo personal, como cartas?, ¿algo lleno de datos, como enseñaba H A T?). Además –¿les pasa a ustedes?– aparecían a razón de uno por hora todos esos imprevistos que parecen brotar de la nada. El momento de sentarme a escribir se fue resbalando hasta esta noche.

Y esta noche… estoy escribiendo a vela, sin Mac. Hay apagón. En lo que alcanzo a ver de la calle Brasil: ventanas oscuras, salvo algún resplandorcito. Sólo en el parque Lezama los faroles brillan entre los árboles. Pero no es cosa de irme a escribir bajo un farol en esta noche helada y de viento galopante. Sólo puedo confiar en que volverá la luz y se abrirá mi monitor. ¿Por qué demoré tanto en escribir y enviar? ¿Por qué aplaza uno las circunstancias más personales y felices? ¿Por qué cualquier cosa que surge de improviso parece más urgente y confiamos en que lo otro –el encuentro feliz– podremos hacerlo, mejor, mañana?

Un vecino poco friolento y músico ha decidido enfrentar el apagón en el murito del parque, justo aquí abajo. No es la primera vez que lo hace. Toca a Charlie Parker. Creo que la trompeta es uno de los instrumentos más lindos. Parece que entrara por la ventana a conversar a casa. “If I Should Lose You”… “si te perdiera/ las estrellas caerían del cielo/ si te perdiera, vivir parecería en vano…”.

La música hace que me dé cuenta de por qué pasan las cosas como pasan. Ahora sé por qué esperé –inconsciente de mí– hasta esta noche para reescribir “Mi noche triste”, esa canción que hace cien años alguien cantó para una muchacha que al irse del bulín hizo parecer que las estrellas caían y la vida era en vano.

Charlie Parker (el vecino de abajo, en realidad) me explica que las historias vuelven a repetirse, que ayer y hoy se juntan en mañana. Ese va a ser el sentido que procuraré darle a las contratapas. Y mañana (espero que temprano) no habrá más apagón: podré copiar esto y marcar “Enviar”. Con un abrazo.

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