Micromundo - Semanario Brecha
Teatro. En el Teatro Stella: Hasta donde se apoye la raíz

Micromundo

Difusión, Sebastián Iglesias

La pieza se presenta bajo un nombre atractivo y recuerda las estrofas de Natalia Lafourcade: «Pienso que cada instante sobrevivido al caminar,/ y cada segundo de incertidumbre,/ cada momento de no saber,/ son la clave exacta de ese tejido que ando cargando bajo la piel». Es que hay algo oculto en los personajes de Hasta donde se apoye la raíz, algo que parece ir aflorando en los diálogos y que se encuentra bajo la piel, en el pasado de estos dos seres extraños que se encuentran fortuitamente en un parque e intentan formar un vínculo fugaz, aparentemente insostenible.

La obra está escrita y dirigida por Franco Balestrino Centeno y es el primer texto propio que pone en escena –el joven dramaturgo ha recibido reconocimientos de los Premios Nacionales de Literatura y de la Comisión Fondos de Teatro–, en el que indaga, según cita en el programa, en una «comedia sobre la incomunicación». La puesta en escena juega con elementos mínimos y se centra en el trabajo actoral, en una sala muy íntima como es la sala dos del Teatro Stella, que permite una disposición bifrontal del público. Hay un juego de dualidades entre estos dos personajes anónimos presentados como Hombre (interpretado, en sus obsesiones y reacciones esquemáticas, por Nicolás Pereyra Aristimuño) y Mujer (Elena Delfino en una composición que mezcla la ingenuidad con el humor en un equilibrio exacto). La dinámica puede apreciarse en dos planos desde las butacas enfrentadas.

Si bien el texto sostiene un humor inteligente, basado en los diálogos de estos dos seres que parecen sufrir una incapacidad severa para entenderse y generar vínculos, trabaja sobre un subtexto que devela una condición solitaria. En realidad, Balestrino expresó a Brecha que sus personajes se encuentran dentro del trastorno del espectro autista. La obra no busca indagar sobre esta condición para no esquematizar a sus personajes, no la expresa de manera evidente, pero pone el foco en que estas dos personas tienen algo en común que los conecta.


En definitiva, como pasa con la definición de la propia disciplina teatral, la obra se centra en la construcción del momento presente. Ese momento está plagado de diálogos que rozan el absurdo, con influencias de la estética del dramaturgo argentino Arístides Vargas. La dupla de actores logra generar buenos momentos de comicidad: mientras Delfino trabaja sobre la observación y la curiosidad sobre el otro, construyendo momentos de sorpresa y extrema ingenuidad, Pereyra trabaja sobre un costado más oscuro, misterioso, con la mirada oculta tras lentes negros. Así, su Hombre encarna varios pasajes explosivos que profundizan en el desacomodo que le provoca el hilo de la conversación.

En este divagar de personajes que intentan, sin embargo, encontrar un arraigo, se crea ese espacio de encuentro, ese sitio donde las raíces emocionales pueden encontrar un sostén. Destacan la dirección de actores y el logro de un vínculo actoral sólido que mantiene el interés y la atención en las situaciones simples que la puesta evoca. El encuentro puede ser una fantasía de alguno de los personajes, también puede ser un diálogo interno entre las dos caras de un mismo ser, el tránsito pasajero de dos personas que parecen salidas de un cuento infantil y se encuentran sometidas a un espacio real tan hostil que solo el diálogo puede funcionar como salvaguarda. La obra es una invitación para aquellos que gustan de un teatro despojado, basado en el texto y en las buenas actuaciones, y que se animen a desentrañar todas las caras de su mágico micromundo. 

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