Todo se originó en el año 2016. La primera información volcada al tema fue trasmitida por el canal estatal ruso de noticias Russia Today (RT), en el cual se hablaba por primera vez de una red cibernética de fomento del suicidio. El medio señalaba la existencia de una docena de grupos en la red social Vkontakte, –similar a Facebook pero de gran popularidad en Rusia– que seducían a los adolescentes con videos crípticos, llenos de símbolos y códigos. Estos grupos se habían creado a partir de un caso sonado y que causaba conmoción desde 2015: el suicidio de Rina Palenkova, una muchacha que apoyó su cuello en las vías de un tren y fue decapitada por éste, poco después de haber posteado una inquietante selfie.
Unos días después de la trasmisión de RT, el reportaje publicado por la periodista Galina Murzalieva en Novaya Gazeta refería más específicamente a estos grupos privados. Tenían nombres como “Las ballenas nadan hacia arriba”, “Ballenas en el océano” y “F-57”, entre otros; eran páginas juveniles en las que Palenkova era representada prácticamente como una mártir, y se le rendía culto alternando un estilo melancólico, imágenes morbosas y mensajes misteriosos y codificados, típicos ingredientes de consumo adolescente. El extenso artículo publicado en Novaya Gazeta –que resalta varias de sus afirmaciones con negritas y está escrito en tono de alarma– describe por vez primera el juego Ballena Azul, en el cual un moderador anónimo les daba a los participantes una serie de desafíos a completar durante 50 días. En el artículo se arrojaba la cifra de 130 suicidios adolescentes ocurridos entre 2015 y 2016 vinculados directamente con estos grupos de la muerte, y al menos 80 de ellos con el juego de la Ballena Azul. La periodista señalaba que la forma de ingresar al juego era ser parte de estas comunidades y participar activamente, hasta que uno de los administradores se contactara con la persona y lo derivara a comunidades más exclusivas, en las que se compartían imágenes violentas y orientadas al suicidio. En noviembre de 2016 las autoridades rusas detuvieron a Filipp Budeykin, un joven de 21 años acusado de promover 15 suicidios en Internet a través del grupo F-57, pero no se lo señalaba como autor del desafío. No hacía falta: la creencia en el juego y en el fomento del suicidio por parte de estos grupos ya estaba lo suficientemente extendida, y el arresto se convirtió para muchos en prueba de su existencia.
La primera y fundamental de las inconsistencias del artículo de Novaya Gaceta es la cifra de los 80 y 130 suicidas. No hay declaraciones policiales ni informes oficiales que permitan corroborar esos números, ni que demuestren la influencia de los grupos en esas muertes. De hecho, varios medios rusos hicieron sus propias investigaciones al respecto, desmontando varias de las afirmaciones de Novaya Gaceta. Se demostró que los suicidios sí existieron, pero que no podían vincularse de forma concluyente con estas comunidades online, y a través de las pericias policiales se descubrió que muchos de esos muchachos tenían antecedentes de depresión, problemas en la escuela, conflictos en sus casas desde mucho tiempo antes de entrar voluntariamente a esos grupos. El vínculo específico que Murzalieva señalaba entre los 80 suicidas y el desafío de la Ballena Azul era sumamente vago: los muchachos le habían dado el “me gusta”. De ahí la periodista concluyó que habrían sido luego persuadidos, influenciados, incitados por esos grupos, cuando lo más probable es que hubiera sido al revés: que hubieran manifestado interés por ellos debido a su disposición suicida y su carácter depresivo. Rusia ocupa hoy el tercer lugar en tasa de suicidios a nivel mundial y, a la hora de echar culpas, siempre viene bien esa clase de agentes externos incomprensibles. Algo similar a lo que sucedió luego de la masacre de Columbine, cuando muchos optaban por culpar al cantante Marilyn Manson, ya que los perpetradores escuchaban su música. La acusación era entonces mucho más práctica que prestarle atención a problemas estructurales, como la competitividad en los colegios, el bullying o el acceso generalizado a las armas en Estados Unidos.
Según señala la publicación Verne, dos periodistas de Novaya Gazeta fueron sancionados a los pocos días por prácticas inaceptables relacionadas con la Ballena Azul, y según afirma Bbc Mundo, la oposición rusa asegura que el juego no es más que una leyenda urbana, y que el gobierno ruso hoy utiliza esa información y el arresto de Budeykin como movida oportunista para limitar el acceso a Internet.
La falsa noticia fue recogida a finales de febrero y principios de marzo por medios británicos como The Daily Mail, The Daily Express y The Sun, repitiendo informes rusos y también la cifra de las 130 muertes. Medios de todo el mundo decidieron dar por sentada, con indisimulado afán sensacionalista, la existencia del desafío de la Ballena Azul (juego) y, de paso, de su capacidad homicida y de los 130.
El asunto propició una paranoia colectiva de proporciones. Las autoridades policiales de varios países (primero europeos, luego de todo el mundo) difundieron advertencias para que los padres vigilaran la actividad de sus hijos y su posible contacto con la Ballena Azul, sólo por si acaso. Que la policía, o la misma Interpol, esté a la busca de algo así le dio legitimidad.
Podría decirse entonces que el caso del desafío de la Ballena Azul es el paradigma máximo de la efectividad de una mentira repetida cien, mil veces, que acaba convirtiéndose en una realidad a medias. No se necesitan conocimientos especiales para generar grupos de Facebook, de Whatsapp o de lo que fuese y titularlos “Ballena Azul” o similar; es algo que pueden hacer sin dificultad alguna niños y adolescentes con ganas de transgredir o llamar la atención. Las supuestas reglas fueron publicadas por muchos medios, por lo que sólo les hace falta copiar y pegar. ¿Hay víctimas? Por ahora no ha podido vincularse de forma concluyente ni una sola muerte a este “juego”, aunque en varios países, incluido Uruguay, se señalan intentos de suicidio y autoflagelaciones como resultado directo, y en Colombia y Brasil las autoridades investigan la relación de algunos chicos que se suicidaron con el desafío.
Pero a la hora de leer las noticias corresponde separar la paja del trigo entre lo que es real y lo que es inventado, y lo cierto es que la Ballena Azul vende, y sólo lo hace si es una asesina despiadada de niños inocentes, si se trata de una conspiración mundial perpetrada para inocular la idea del suicidio en la mente de nuestros hijos. Los medios aman las noticias de este tipo: un pequeño caso, quizá inexistente, sobre un delirio publicado en un grupo privado en Rusia se convirtió así en una alarma global.
Ahora bien, por extraño que suene todo, lo cierto es que hay damnificados; es hasta probable que la Ballena Azul se vuelva todo un símbolo entre los adolescentes con tendencias suicidas, pero hasta ahora no existen pruebas de ningún grupo activo, más que los generados a partir de la propia viralización, como consecuencia del amarillismo de los medios y de que las autoridades de cada país se ocuparan de reproducir las cifras previamente publicadas sin chequear la veracidad de la información. Que hay gente inconsciente capaz de generar nuevos grupos y retos es algo cierto, y que hay adolescentes autodestructivos también, pero es hacia allí donde corresponde apuntar las baterías. Ante todo, no imponerles una moda mediante el miedo generalizado, y no facilitarles ideas que nunca se les hubieran ocurrido.
Por más que pese, no es una novedad: en nuestras sociedades hay adolescentes que se autoflagelan e intentan matarse, desde siempre. Pero hoy atestiguamos un hecho impensable y sin precedentes; la atribución de culpas a un cetáceo virtual proveniente de Rusia.