Venezuela. La mujer sonríe mirando al cielo, agradeciendo el milagro, rodeada de cientos de personas y algunos policías. Sonríe a la otra mujer que la acompaña, también alegre, saliendo del tumulto tenso y angustiante. “Esto es un sueño”, exclama, mientras eleva el pequeño papel hacia el firmamento, lo besa con fervor como si fuera una estampita de la virgen y guarda el preciado tesoro en el sostén, donde lo siente seguro, pegado al corazón. Luego inicia, alegre y esperanzada, el camino de retorno.
La mujer es apenas una de las siete u ocho mil personas que se formaron desde la tarde anterior en una larga cola, que daba varias vueltas a la manzana, para conseguir un número que les permitiera, al día siguiente, comprar alimentos en la feria central de Cecosesola, la red de cooperativas del Estado de Lara, que atiende tres mercados con más de 300 cajas simultáneas en la capital, Barquisimeto. Esa misma noche, sobre las tres de la madrugada, la policía bolivariana recogió los documentos de identidad de más de mil personas, las primeras de la larga hilera. Fue el método consensuado entre los cooperativistas y las autoridades para evitar desmanes, golpes y carreras en el momento en que se abren las puertas, los viernes a las 6 de la mañana.
La entrega del dichoso número se produjo apenas tres horas después de que la gente entregara sus documentos, a pesar de que los mismos números dicen, en letra grande, que no garantizan que haya alimentos para comprar; sólo aseguran que la persona ingresará a la feria en el lugar que le corresponde. A la mencionada señora le tocó uno cercano al mil cien.
Las colas se generan porque escasean los alimentos a precios regulados, y de no encontrarlos hay que acudir al mercado negro. Un quilo de harina de maíz, o “harina pan” para hacer arepas, tiene un precio regulado de 19 bolívares, pero casi no se encuentra. En el mercado negro se vende a 1.000. El salario mínimo, el que gana la mayoría de los trabajadores y los jubilados, es de 18 mil bolívares. O sea que, comprando en el mercado negro, el salario se reduce a 18 quilos de harina.
El problema principal de las colas es que en ellas se ha formado una “mafia”, disparando la violencia y provocando decenas de muertos. La señora que sintió haber cumplido su sueño sólo por tener un número debió pagar 500 bolívares a los “dueños” de las colas. De lo contrario la hubieran sacado a patadas o a tiros. Las colas han sido colonizadas por los “bachaqueros”, zopilotes que viven de las angustias de la población. El término viene de “bachaco”, nombre común a varias especies de hormigas cortadoras presentes en algunas regiones de Venezuela, y habla de una forma de vida a la que se han acoplado buena parte de los sectores populares del país.
La pregunta del millón: ¿por qué la “policía bolivariana” no impide la acción de los bachaqueros que esquilman al pueblo? Buena parte de los uniformados viven y conviven con los delincuentes, forman parte del mismo negocio, son aliados, se complementan. Por eso es un sueño conseguir comida, en estos años, en el país que dice haber hecho una revolución.