El debut está marcado para este sábado en la tarde, ante el –presumiblemente– más débil rival de la serie. Dirán las agencias de noticias: “Uruguay y Jamaica protagonizarán un duelo que trasciende lo futbolístico y define quién liderará el mercado internacional de acciones asociadas al consumo regulado de cannabis en todo el mundo”. Porque no todo es fútbol en la vida.
Hay varios elementos que conspiran contra los intereses celestes en esta ocasión. Para empezar, es un debut, y todos sabemos que a ningún otro equipo en el mundo le cuesta tanto debutar. Por citar algunos datos contundentes:
En las últimas siete ediciones de la Copa América, sólo una vez Uruguay ganó el primer partido (2001, 1 a 0 a Bolivia con gol de Chevantón).
Sumando tres ediciones de la Copa América, tres mundiales y una Copa de las Confederaciones, la selección de Tabárez nunca debutó con triunfo.
Por Copa del Mundo (jugar ante Jamaica es algo que uno espera encontrar más en un Mundial que en una Copa América) Uruguay no gana su primer partido desde 1970 (victoria ante la aún no tan poderosa Israel).
A eso habría que sumarle que el nuestro es un equipo en formación, que no parece haber mucha información sobre el rival de turno y que el mejor delantero de la historia moderna del fútbol uruguayo verá la copa en su casa mientras consigue nuevos tricosocios.1
Lo que –por ejemplo– un chileno jamás entendería es que, lejos de preocuparnos, este panorama nos resulta cómodo. Los uruguayos nos movemos mejor en universos que no nos consideran seriamente, terminamos destacando cuando la prensa especializada no nos menciona y, por el contrario, solemos frecuentar el fracaso cuando se impone la obligación de ganar y salir campeón. Aunque suene raro, esta realidad responde menos a factores anímicos que futbolísticos: un equipo obligado a ganar chocará siempre contra un equipo invitado a perder, que se guarecerá atrás e intentará sacar el contragolpe buscando encontrar mal parado a su rival. Es decir, cuando Uruguay juega a ser el que sale a proponer el partido en terreno rival confiado en su superioridad, tropieza con su propia piedra y rara vez suele ganar. Ojalá no sea este el caso.
Donde cayó el avión. Las selecciones de fútbol de Uruguay y Chile están íntimamente relacionadas con la Copa América, al extremo de que ambas disputaron el primer encuentro de la historia del “torneo de selecciones más antiguo del mundo”. Fue el 2 de julio de 1916; ganó Uruguay 4 a 0 y Chile protestó la inclusión antirreglamentaria de dos futbolistas africanos, que en realidad habían nacido en suelo oriental, y que –contrario a lo que podía uno pensar– no eran Zalayeta y Nico Olivera.
Pero a partir de ese origen común, ambas selecciones tomaron caminos antagónicos. Uruguay el de la gloria y Chile el de quedar en la orilla. De hecho, la celeste, sumando selección mayor y juveniles, acumula 27 vueltas olímpicas oficiales contra ninguna de los trasandinos. Pero a esa innata condición para el fracaso, la selección chilena le ha agregado un componente mucho más peligroso: sentirse mejor que los demás y –peor todavía– sentirse más de lo que realmente es. Resulta claro que si al fútbol jugaran mejor aquellos que creen que juegan mejor, Chile y México disputarían la final de todos los mundiales.
El 49 por ciento de la población chilena estima que Chile ganará en 2015 su primera Copa América, según una encuesta realizada por la empresa GfK sobre una muestra de 3.840 personas mayores de 15 años.2 Pero eso no es todo: el Ignacio Zuasnábar chileno afirma que el 73 por ciento presiente que a la “roja” le irá “bien o muy bien”, y apenas un 6 por ciento teme que le vaya rematadamente mal.
Base empírica no les falta: Chile tiene tres o cuatro excelentes jugadores, un técnico inteligente, jugará de local con miles de enfervorizados hinchas, y –como era de esperar– la selección chilena suele tener auspiciosos debuts que no hacen más que alimentar esperanzas y maximizar el impacto. Sin ir más lejos, en las últimas cuatro copas tuvo tres debuts triunfales, y apenas si cayó en la de 2004 1 a 0 ante Brasil.
Lo que realmente atenta contra Chile es la historia, sus antecedentes. Algo siempre termina pasando. No sabemos si es el insufrible grito “Chi, Chi, Chi, le, le, le, viva Chile” lo que va mermando la capacidad física e intelectual de sus futbolistas, o que equipos como el uruguayo tardan en agarrar ritmo y en las etapas decisivas se vuelven más competitivos, o que los mejores jugadores chilenos no serían ni convocados a la selección argentina o brasileña, pero tarde o temprano algo sucede y las copas terminan en otras vitrinas.
Al túnel muchachos. Arranca un campeonato que durante mucho tiempo, cuando los mundiales eran destino exclusivo de nuestros vecinos, se nos presentaba como la única posibilidad de revivir efímeras muestras de la gloria de antaño.
Quizás no sea esta la oportunidad para sumar otra copa: hay por lo menos cuatro equipos que parecen más fuertes que el nuestro. Pero… ¿quién sabe? Ya Marty McFly se perdió la oportunidad de averiguar quién ganará la copa, por lo que no tendremos más remedio que esperar.3
A Tabárez y los suyos debemos agradecerles que, a esta altura, si ganamos estará buenísimo, y si perdemos sabremos esperar a que arranquen las eliminatorias para comenzar a preocuparnos de verdad.
1. Referencia a la nueva campaña de socios de Nacional que tiene a Suárez como protagonista. Dedicado a todos aquellos que insinuaron que Luisito es más celeste que bolso. ¡Giles!
2. Como para ver cómo consideran a las demás: Brasil cosechó el 25 por ciento de las preferencias, Argentina el 18 por ciento y Uruguay el 3 por ciento.
3. Refiere a la película Volver al futuro II, en la que el protagonista –interpretado por Michael J Fox– viajaba desde su 1985 natal hasta octubre de 2015.