Por orden de Presidencia y articulado desde la Dirección Nacional de Cultura del Mec, el nuevo Plan Nacional de Cultura (Pnc) empezó a elaborarse hace algunos meses. Se contrató para ello a un equipo de profesionales de la Facultad de Ciencias Sociales que trabaja en “el proceso de intercambio social que los uruguayos nos proponemos para definir las grandes líneas de acción en cultura”.1
Los antecedentes de este nuevo impulso son abundantes: en los años noventa hubo cinco reuniones de los directores de Cultura a nivel nacional y las primeras asambleas de cultura; en los 2000 se hicieron nuevamente dos grandes asambleas de la cultura (en Paysandú en 2003 y en Salto en 2006). Además, ya existe un plan para el período 2014-2024 que aparentemente nunca se ejecutará.2 Mautone anunció que el lanzamiento se realizará en una gran ceremonia en el Solís en noviembre, al cumplirse los diez años de la Carta Iberoamericana de la Cultura3 (aunque no queda claro si lo que se presentará es “el Plan” o una asesoría a cargo del mencionado equipo)4. En medio del proceso, varias preguntas.
¿Por qué un gobierno de izquierda discute la cultura casi únicamente en términos de desarrollo? ¿Se evaluarán alguna vez críticamente las políticas culturales del Frente Amplio durante sus años de gobierno? ¿Se abordará el problema de la desconexión y superposición de instituciones y niveles de gobierno para la cultura uruguaya? ¿Qué lugar ocupa en el proceso de elaboración de un Pnc la discusión sobre la situación actual de los trabajadores de la cultura?
¿CULTURA PARA EL DESARROLLO O DESARROLLO PARA LA CULTURA? La metodología que está siendo utilizada para su realización consiste en encuentros sectoriales con referentes institucionales, encuentros por departamentos, y una tercera ronda ampliada a toda la ciudadanía que fue anunciada para el mes de octubre. El uso de documentos nacionales e internacionales así como la realización de una encuesta son otros de los instrumentos aplicados.
Su documento base dice: “visualizamos un plan que legitime al sector cultural como fuente de riqueza y valor, que reconozca su peso en el desarrollo económico en tanto generador de fuentes de trabajo y de aportes al producto bruto interno. Un plan que entienda a la cultura como cuarto pilar del desarrollo sostenible, sumando la dimensión cultural como integradora de los pilares económico, social y ambiental, coherente con la declaración final de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, que puso de relieve la importancia de la diversidad cultural y la necesidad de un enfoque holístico e integrado del desarrollo sostenible” (pág 2).5
Queda claro que “desarrollo sostenible” es un concepto importante, pero ¿qué significa? Los intentos de entender el plan me dejaron la sensación de entrar a un supermercado de conceptos salidos del molde de organismos internacionales encargados de diseminar fórmulas de desarrollo cultural, sin encontrar o poder acceder a ideas, proyectos y problemas políticos sustantivos por debajo de ellos (y seguro existen).
Los conceptos que dan forma al citado documento suenan familiares a cualquier gestor cultural o “emprendedor” y son los mismos en los que Vázquez viene apoyando su discurso desde que ganó las internas del FA en 2014. La reiteración al borde del absurdo de la palabra “desarrollo”, la promoción de una “cultura humanista” –otra idea poco definida–, la valoración de la cultura como sector económico, y el uso de la palabra en expresiones como “cultura del trabajo para el desarrollo”, “batalla cultural”6 o en discursos sobre la inseguridad abren la interrogante sobre hacia qué tipo de proyecto cultural se orienta la izquierda frenteamplista en el gobierno, y qué definiciones e intereses se están manejando en torno a la polisémica palabra “cultura”. Pero cultura no es sólo una palabra.
REVIRADA CULTURAL. Si, como dijo Muñoz en su lanzamiento, una política sin plan es andar a tientas, también lo es mirar hacia adelante sin considerar el pasado y el presente para la formulación de nuevos rumbos. Sobre el presente, el contexto para el nuevo plan está signado por recortes presupuestales y la anunciada crisis; por el mandato de una ministra que habría declarado que “ella no se ocupará de cultura”;7 por el rumor de que el ministerio se partirá o reorganizará algún día; por irresueltos problemas en la coordinación entre diferentes instituciones públicas y privadas de la cultura en lo que hace al problema de la (des)centralización, entre otros. Sin dudas la década de políticas culturales frenteamplistas ha generado cambios significativos en el campo de la cultura. Se transformó el mapa cultural introduciendo recursos e institucionalidad; se transformaron las relaciones entre cultura y política, así como entre los actores culturales y el sistema político. Pero ¿de qué modo?
Si el sector artístico independiente tuvo de los sesenta a los noventa un rol importante en la creación de una cultura política de izquierda desde la oposición, tras la recuperación democrática, y más tarde al llegar el FA al gobierno, se empieza a producir la transición “del artista militante a los fondos concursables”.8 Y si bien algunas políticas impactaron positivamente en las condiciones laborales y de producción de los trabajadores del arte, falta reflexión –de parte del Estado pero también de la propia comunidad artística– sobre este nuevo escenario.
Por otro lado, y como lo atestiguan los continuados conflictos entre el Mec y sus “empleados”, las situaciones contractuales de los trabajadores del Estado son muchas veces precarias y no se diferencian de las del mercado laboral en pleno neoliberalismo. Tercerizaciones, contratos a término o no acordes a la función, interinatos por fideicomiso, el “desestímulo” a la sindicalización de trabajadores de cuerpos estables son muestras de que este es un tema urgente y que atañe a la tan promovida por Vázquez “cultura del trabajo”, de la que el Estado debería ser ejemplo y no lo contrario.
A esto se suma la decisión de contratar de forma provisoria a nuevos trabajadores para la realización del Pnc. ¿No cuenta el Mec con técnicos especializados en cultura o con conocedores a fondo del campo cultural uruguayo? ¿Qué podría aportar el Departamento de Industrias Culturales al problema del “desarrollo cultural”, o los coordinadores de los Centros Mec al de la descentralización? ¿Qué relación tiene este plan con los planes sectoriales de música, audiovisual, diseño o con el Plan Nacional de Danza que se está realizando paralelamente desde el Inae? ¿Son pensados el Plan Ceibal o la ley de medios como elementos clave para un Pnc?
LLAMEN A LOS TÉCNICOS. ¿Sabés algo del Pnc? Muchas veces hice esta pregunta, poquísimas veces me han contestado algo. Más allá de anécdotas y del reenvío de convocatorias, el resultado de estos meses de indagación fue una colección de expresiones que desde la desinformación al disgusto me dejaron claro que actores que parecen clave para la política cultural uruguaya no están acompañando o participando del proceso de reseteo de la cultura nacional (y no sólo me refiero a artistas sino también a trabajadores del Mec, referentes del Observatorio de Políticas Públicas de la Udelar, directores de teatros o instituciones públicas, etcétera).
Es este reiniciar de cero, así como la impronta del gobierno vazquista de proponer diálogos y más diálogos (diálogo social, diálogo por el cambio climático, reuniones con la oposición sobre seguridad) como solución a todos los problemas –¿o como placebo?–, lo que quizás necesitamos pensar.
Sin desmedro del aporte que el grupo de expertos de las ciencias sociales pueda hacer a la organización de algo tan titánico como un Pnc, resulta difícil de creer que ni los funcionarios ni los profesionales del Mec, ni los coordinadores de los Centros Mec, ni la abundante información estadística ingresada por los miles de formularios que cada fondo pide completar en sus diversas etapas, ni las estadísticas formuladas por decenas de estudios, ni los artistas inmersos en el campo cultural, ni las asambleas de la cultura ya realizadas sean insumos suficientes para generar una evaluación profunda de lo hecho hasta acá y que la solución sea comenzar todo de nuevo.
Resulta difícil entender la reacción de “¡llamen a los técnicos!” sin consultar a quienes vienen gestionando las políticas, dejando la realización del plan a un grupo de expertos, abriendo una nueva instancia consultiva sin evaluar lo ya recabado, y dejando que mientras tanto la cultura institucional de Uruguay se reproduzca a sí misma impasiblemente. Así se nos pasan los años; omitiendo discutir la disyuntiva entre hacer políticas orientadas al artista profesional o buscar expandir las prácticas artísticas; sin sentarnos a pensar la crisis de los contenidos, de las tácticas aplicadas hasta aquí, o de los modelos de referencia tomados de (y financiados por) la “progrósfera” internacional o la Oei.
Por otra parte la decisión de mapear el campo de actores de la cultura teniendo en cuenta únicamente a las instituciones, jerarcas y gestores pasa por alto el importante rol que han tenido los artistas independientes, no sólo durante la dictadura (cliché de la historia reciente que empieza a agotarse) sino también en los últimos años y a través de los mismos dispositivos planteados por el gobierno del FA, que pese a haber apostado al crecimiento y sustentabilidad de la institucionalidad cultural uruguaya, también dejó la ejecución de cientos de fondos concursables y proyectos artísticos y pedagógicos financiados por el Estado en manos de “independientes”.
LO QUE IMPORTA ES LA CULTURA. El campo cultural no sólo se estructura en instituciones. También existen posiciones que vienen de al menos tres tradiciones en conflicto a la hora de pensar un plan: de la cultura letrada, de la comprometida y de la posmoderna (que mezcla fórmulas provenientes del multiculturalismo, la gestión y las políticas de la diversidad). Mientras unos ven que sus discursos son colocados en las vitrinas del museo del pensamiento por los discursos desarrollistas pro actualización cultural, otros parecen incapaces de superar el shock de que sus principales figuras se hayan vuelto las conductoras de instituciones y programas estatales, o de que el partido que los representó históricamente gire a la derecha progresivamente y sin titubeos. ¿Qué problemas enfrentan los posmodernos? Probablemente uno sea el conflicto entre priorizar gestiones exitosas y “eficientes” para el desarrollo, y la dilución del plano ideológico en nombre del pragmatismo democrático-representativo.
A menudo tiende a ocultarse que toda orientación en política cultural es inherentemente ideológica y política, que no hay posibilidad de diagnósticos objetivos ni de intercambios sustantivos en “cafés del mundo” o mesas de 20 minutos, que no hay fórmulas mesiánicas ni mesías, que el “Estado” es público y también es poder. Las “buenas prácticas” se logran mirando lo hecho, invitando a todos los actores del campo a la reflexión y a la autocrítica, estando dispuestos a practicarla, juntando a las vanguardias con los viejos y a los activistas con los burócratas, e inventando (esto es lo más difícil) formas de construir no sólo en el plano institucional sino políticamente una cultura transformadora. Es ante este desafío que nadie parece tener claro cuál debería ser el plan.
- http://plandecultura.mec.gub.uy/
- http://plandecultura.mec.gub.uy/wp-content/uploads/ 2016/05/plan-nacional-cultura-v-pacheco.pdf
- http://culturasiberoamericanas.org/
- “El Mec lanzará un Plan Nacional de Cultura.” Entrevista con Sergio Mautone. Ana María Miz-
rahi. La Red 21 TV, 29-VIII-15. - http://plandecultura.mec.gub.uy/wp-content/uploads/2016/03/PNC-Documento-base.pdf
- “Batalla cultural”, Marcelo Pereira. La Diaria, 2-IX-16.
- “Nada personal”, Carlos Liscano. Brecha, 6-V-15.
- “Del artista militante a los fondos concursables”, María José Santacreu. Brecha, 21-VIII-14.