Aristócrata y mitómana, la rubia Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi) es la figura principal y el principal dolor de cabeza en Villa Biondi, un psiquiátrico de métodos –digamos– blandos, alojado en una hermosa villa toscana que fuera donada a la institución por su familia. Como la casa, Beatrice, en su mediana edad, está en decadencia; arruinó su matrimonio y su fortuna en pos de un amante ingrato, su familia la rechaza, pero ella mantiene, o cree hacerlo, sus fueros de gran dama. Conserva, extremándolos, sus modales y su insolencia, aleteando por sobre los demás internos, el personal de salud, los médicos. Allí llega Donatella (Micaela Ramazzotti), que es como su opuesto total: morena, joven, tatuada, plebeya, cerrada a todo, con algo oscuro y doloroso detrás de su mutismo. Quizá por el contraste, quizá porque es hermosa en un sitio donde la belleza no abunda, quizá por curiosidad hacia un mundo ajeno, Beatrice se interesa en Donatella, la rodea y acapara, y en un descuido, cuando habían salido con otras reclusas, ambas escapan. El Thelma y Louise del manicomio, la road movie de dos locas queribles se pone en funcionamiento.
El italiano Paolo Virzi (La prima cosa bella, Todo el santo día, El capital humano, entre otras once películas), a partir de un libreto firmado por él mismo y por Francesca Archibugi, hace acá lo que suele hacer en sus filmes, al menos en los tres citados, que son los que pudo ver esta cronista. Es eficaz al mezclar comedia y drama; en este caso, lo que puede emanar de una desatada como Beatrice no puede ser sino cómico en sus manifestaciones y patético en el trasfondo que las sustenta, y esa locura aristocrática y anticonvencional no tiene más remedio que chocar contra una materia cerrada y elemental como la que carga Donatella. En lo que tiene que ver con esa vis cómica, la película consigue algunos trazos notables, dignos de la herencia de la gran comedia italiana, y que en este caso tienen todos que ver con Valeria Bruni Tedeschi, tan atractiva e insoportable como su personaje lo requiere. Pero los mejores de esos trazos son los más casuales, los dados como al pasar –Beatrice hablando de Berlusconi como de un cercano amigo, comandando el trabajo de los demás internos, haciéndose pasar por médica, o dirigiéndose a unos jóvenes que van a la playa–, volviéndose en cambio fastidiosa en aquellas escenas ambiciosas en su efectismo, donde se demanda a la actriz un vistoso capolavoro, como durante la escena del restaurante de lujo, la del retorno a su hogar conyugal, o la escapada en un convertible rojo durante un rodaje, para que la película invoque sin reparos a Thelma y Louise, jugando con su misma esencia de representación. En aquello que puede considerarse dramático, la opción es poco afortunada, apelándose a una exageración que más de una vez roza lo caricaturesco, rasgo que también mediatizó otras de sus películas. En ésta, por ejemplo, esa manía se explicita en la odiosidad sin atenuantes de los retratos de los hombres que están en la raíz de los problemas mentales de las dos fugitivas. Estas mujeres han perdido su cordura y algo más, una, por un animal que es capaz de orinar a su ex amante desde un balcón, la otra, por un cafisho entrado en quilos, de pelo largo y modales matonescos. Si agregamos lo edulcorado del desenlace, no cabe sino concluir que este cineasta multipremiado logra su éxito apoyándose, sí, en una vieja y sólida tradición, pero sin la confianza de sus predecesores en la inteligencia y capacidad de reconocimiento del público. Entonces, machaca y explica. La cantidad de premios obtenidos por Paolo Virzi con casi todos sus filmes, sin embargo, delata que ese público y los jurados que resuelven los galardones agradecen esa insistencia.