Mujeres de temple - Semanario Brecha

Mujeres de temple

La historia, el mito y la mera ficción entretejen sus hilos para trasmitir contundentes siluetas femeninas en un par de espectáculos estrenados en los últimos días.

La historia, el mito y la mera ficción entretejen sus hilos para trasmitir contundentes siluetas femeninas en un par de espectácu-
los estrenados en los últimos días.

Juicio a una zorra (Alianza, sala China Zorrilla), del español Miguel del Arco, con dirección de Gerardo Begérez, se refiere a una rediviva Helena de Troya que enfrenta a su padre, el dios Zeus –y a la platea–, a propósito de los males que llueven sobre la humanidad –y claro está, sobre ella misma– a impulsos de los propios congéneres que continúan manejando el abuso, la corrupción y la violencia para lograr sus fines. A pesar de que la Helena de estos días dé muestras de haber sabido resistir los tejes y manejes de hombres y dioses –de Paris a Héctor y del supremo a Menelao y Hécuba– a través de los siglos, corresponde al espectador decidir cuán zorra ha sido. Por lo pronto, la hembra en cuestión acude al alcohol, que le brinda fuerzas para reflexionar a fondo acerca de todo lo que le ha sucedido, increpar a quienes se le ocurra y, de alguna manera, convertirse en un espejo de los hombres y mujeres que luchan en un mundo que aún no ha aprendido la lección. La aparente fortaleza de Helena, por lo pronto, depende no sólo del alcohol que ingiere a menudo sino también de una droga que, al parecer, anula los malos efectos de la bebida, un punto que le abre camino a Del Arco para impulsar a los asistentes a reflexionar acerca de los destrozos imaginables o no que el consumo de ciertas sustancias pueden provocar en, por así decirlo, tirios y troyanos. Abarcador, y por cierto interesante, el monólogo de Del Arco no siempre encuentra el marco adecuado en una puesta a la que Begérez confiere espectacularidad en demasía en cuanto a los objetos que pueblan el escenario y los desplazamientos de la protagonista por un espacio que, por momentos, si bien facilita los repentinos desplantes del personaje, reclamaría una mayor intimidad para aquellos otros en los que apela a la comprensión directa del que la escucha. Por encima de tal reparo, Susana Groisman consigue entregarle a la silueta de Helena las dosis de bravura, pasión, ironía y patetismo que el rostro que lanzó mil naves al mar reclamaba.

Las artiguistas (Cabildo de Montevideo), de Milton Schinca, dirigida por Marisa Bentancur, se ocupa de destacar la importancia que, en el período artiguista, tuvieron algunas mujeres que la historia con mayúscula o minúscula olvida recordar. Con la agudeza del caso, Schinca deja en claro que en la mayor parte de los momentos importantes de formación de la nación oriental hubo presencias femeninas que supieron no sólo apoyar a quien lo merecía sino también vocear a los cuatro vientos lo que otros no se atrevían ni a musitar. Estrenado hace varios años por una aplaudida Estela Castro, el texto que la Comedia Nacional confía ahora a Bentancur se apoya en el desempeño de Roxana Blanco, Claudia Rossi y Cristina Machado, quienes, con la entrega y la energía que las figuras –reales o de ficción– encomendadas requieren, las encarnan. Una justiciera evocadora de aquellas proezas, la cantante que al pie de la muralla se atrevía a entonar y pronunciar los versos más prohibibles, una sagaz ex esclava que luego se desempeñara como cocinera y lavandera, de manera de contarle a la platea ubicada en el bien elegido histórico reducto del Cabildo hasta qué grado trepaba el coraje del mal llamado sexo débil en tiempos difíciles. La fuerza que Blanco, Rossi y Machado consiguen inyectar a sus siluetas-testigo, el oportuno encanto de la música de Ney Perazza y el aprovechamiento del espacio que obtiene Bentancur confirman la vigencia de un Schinca siempre empeñado en identificarnos.

 

Artículos relacionados