Vidas privadas de Noël Coward (Alianza, sala China Zorrilla), dirigida por Ignacio Cardozo, se centra en la reacción de la pareja de divorciados que, por casualidad, vuelve a encontrarse cuando uno y otra acaban de contraer nuevas nupcias y se les adjudican habitaciones contiguas. Con proverbial gracia, el comediógrafo inglés también enreda en la situación a los flamantes cónyuges de los reincidentes en una serie de altercados de difícil solución, a lo largo de los cuales ambas damas se hacen oír, verdades y mentiras mediante, de manera de salirse con la suya. Brillante ejemplo de los textos agudos y sofisticados que Coward diera a conocer en las décadas del 30 y 40, la presente versión, sin mayor justificación, traslada el asunto a la época actual, lo que obliga a introducir pautas de corte naturalista en un juego donde la hipocresía se daba la mano con la tilinguería y la más sublime inconciencia. De la mitad para adelante, a pesar de que parte de las risas siguen aflorando, Coward ya no es el mismo. Los actores Álvaro Armand Ugon, María Mendive, Laura Martinelli y Rafael Bertrán, por cierto, hacen, lo posible por defender los cambios.
Hijas de la mala vida, del mexicano Humberto Robles (del Centro), con dirección de Carmen Morán, presenta a dos mujeres que irrumpen en el Museo de Arte Moderno neoyorquino, donde, frente a un célebre cuadro de Picasso entablan ruidoso altercado. El episodio saca a relucir no sólo aspectos del pasado de ambas damas, ya veteranas, sino características de la obra del citado artista y comentarios de gente como Rafael Alberti, que Robles –cuyo entusiasmo y conocimiento sobre arte quedara claro en un par de obras dedicadas a Frida Kahlo y Leonardo daVinci– distribuye con buen olfato en una comedia de alocadas aristas e imprevisto final que Carmen Morán desarrolla con precisión, apoyada en el ajustado rendimiento de su madre Cristina y de Laura Barboza, dos contrincantes de peso.
Amor de invierno, de Arturo Fleitas a partir de novela de Mario Halley Mora (Notariado), dirigida por Sergio Dotta, sigue los pasos de un hombre casi octogenario que se enamora de una mujer casi de su edad. Pero la dama demuestra una energía y alegría de vivir tales que, además de provocar cambios impensados en el maduro galán, pueden empujar a la pareja –aparte de bailar el vals “Desde el alma” que el texto olvida atribuir a la uruguaya Rosita Melo– a acciones difíciles de imaginar en gente de su condición. Dos personajes sabrosamente definidos le abren camino a Dotta para armar una comedia agridulce con apropiado ritmo en la que la estupenda Nelly Antúnez borda su vital protagonista con contundencia y Héctor Spinelli consigue hacer crecer a su, en principio, tímido festejante, al tiempo que Pablo Robles y Natalia Yoffe reflejan con gracia y veracidad a toda una galería de siluetas secundarias.
El viaje a la felicidad, del estadounidense Horton Foote (Alianza, sala 2), con dirección de Álvaro Ahunchain, muestra la determinación con que la veterana protagonista resuelve volver a su nativo y casi desaparecido pueblo de Bountiful, visitar a una vieja amiga, reencontrarse con el pasado y recuperar fuerzas para enfrentar el presente, un viaje exterior que, en esencia, se confunde con un reencuentro vital y refrescante. El hermoso texto que en la pantalla diera lugar a un estupendo trabajo de Geraldine Page encuentra en Ahunchain una mano atenta a los menores detalles de una trama que incorpora al camino que recorre Susana Groisman, estupenda y conmovedora, el peso que una verdadera road story reclama. El excelente uso del espacio, la climática banda sonora seleccionada por Carlos García y el elenco donde Alejandro Martínez, Leonor Svarcas, Magdalena Long, Leonardo Franco y Ernesto Liotti respiran verosimilitud se suman también a los atractivos de una trama que tiene algo que decirle al espectador.