Naturaleza femenina - Semanario Brecha
Poesía de Carolina Zamudio

Naturaleza femenina

La timidez de los árboles es el último libro de la autora y ha sido editado en diferentes ocasiones total o parcialmente. En este caso, estamos frente a su última versión, reeditada por Yaugurú con una estética muy cuidada, a tono con la calidad de la lírica impresa.

La timidez de los árboles, de Carolina Zamudio. Yaugurú, Montevideo, 2022. 72 págs.

Carolina Zamudio es una escritora –poeta, periodista y ensayista– nacida en Argentina. Actualmente reside en Uruguay y es la fundadora y directora de la Fundación Esteros, organización sin fines de lucro que, desde Uruguay, intenta promover la producción literaria tanto en el plano de la creación como en el de la investigación. El espacio se caracteriza también por la realización de una revista literaria y de encuentros de escritores poetas.1
La timidez de los árboles es un texto que se halla en la frontera entre la poesía y la narrativa. Zamudio inaugura dentro de su obra un nuevo estilo que se podría encasillar, si es adecuado hacerlo, dentro de la prosa poética. La edición cuenta con un prólogo de Rafael Courtoisie y un epílogo con tres breves notas de Remedios Sánchez, Luisa Futoransky y Berta Lucía Estrada.
El libro se estructura en cuatro partes: «La mujer detiene al patio de atrás. Su tiempo», «Escribir se parece a morir», «Las turbinas siempre giran hacia el silencio» y «La voz no recuerda ni interpreta. Intuye». Con solo observar estos títulos podemos notar algunas claves de la obra: la presencia femenina, las imágenes sensoriales que crean un ambiente particular, el planteo de una cierta noción del tiempo y el estilo sentencioso del decir poético. Pero el eje que estructura las secciones se centra, sin duda, en la reflexión acerca de la identidad de género.
Los personajes femeninos integran una especie de inconsciente dentro del texto. Muchos de los poemas –que, según la visión dada por Courtoisie en el prólogo, también pueden leerse como estructuras narrativas individuales– hacen referencia a mujeres que ejercen un rol particular y potencian ese aspecto femenino a través del lenguaje. Si prestamos atención a los títulos de los poemas, vemos que nuclean el devenir de la mujer a lo largo y ancho de personajes que simulan amoldarse a determinado tipo. Por poner algunos ejemplos: «La niña», «La abuela», «La doña», «La vecina», «La devota», «La madre». Por otro lado, una vez que accedemos a la lectura completa, notamos que existe un desprendimiento de los estereotipos que, a veces, es tan sutil que parece suceder casi en el ámbito de la inconsciencia, y otras se presenta más determinado y planificado en la construcción de textos que contemplan perspectivas diversas.
La figura femenina se construye a lo largo de enunciados (o versos en prosa) que delinean un perfil, enmarcando no solo la etopeya, sino también los elementos físicos. Como en el cuadro de Gustav Klimt Las tres edades de la mujer o el de Pablo Picasso Mujer frente al espejo, en los que, a través de imágenes superpuestas, se estructuran las diferentes etapas o roles de la mujer, en este libro la feminidad aparece en sus diferentes facetas, en sus mil formas de desarrollo o de existencia práctica, casi como queriendo abarcar «lo femenino» con un efecto totalizador.
En el primer poema, «La niña», el yo lírico expresa: «La niña les ha temido a las fisuras, las del piso, las de las paredes. […] La niña cayó. Y fue un chispazo la rendija. Saltó y siguió, pariendo ella nuevas hendiduras. […] La mujer se abraza, se enreda y trepa». En estas palabras queda evidenciada esa mujer que es varias mujeres y que, al mismo tiempo, se quiebra y se abraza. Como si el personaje se reinventara en las fisuras o las hendiduras que la integran y recrean, esas grietas que también dejan filtrar una luz que salpica para que el ser comulgue con el universo que lo rodea. En el segundo poema, «La abuela» –que no por casualidad está colocado en ese lugar, listo para ser leído a continuación del anterior–, este elemento se hace aún más presente. El texto sentencia: «La vejez no era un lugar blanco. Y había una ventana, por la que veía pasar su historia, hacia atrás, desde una mecedora de fieltro verde». El tiempo se abre como un túnel en forma de péndulo en el que se teletransportan las etapas de desarrollo; así, elementos como las hamacas, las mecedoras –que aparecen en varias oportunidades– establecen una continua vibración, un constante balanceo. El tiempo es una arista que la obra elabora con gran cuidado. Su figura medular es una especie de mujer fantasma que viaja con el pensamiento; quizás en ello radique algo del simbolismo que encontramos en el título.
Las imágenes sensoriales se presentan generalmente a través del uso de la sinestesia, que lleva al lector a pensar el universo poético en varios planos. La naturaleza siempre está presente. El ser y el ambiente natural se fusionan en la creación de un universo temporal que también parece existir a partir de esta vinculación. En el poema «La doña», se dice de este personaje: «Cargaba, casi siempre, una bolsa verde con la tenacidad de su huerta. El aroma del perejil sobresalía de entre la frescura de las lechugas, que impregnaban nuevas, cada vez, las sombras con las que el sol cortaba la mesada de la cocina». El plano visual se mezcla con el olfativo, al que se le suma la presencia del color verde –color que impregna las palabras de la obra y que es usado, además, para las páginas de la edición–, y juntos construyen el elemento huerta, metonímico del personaje de la doña y del trabajo que hace. En esta conjunción sensorial, atravesada por la estampa de la naturaleza, la reminiscencia a la poesía femenina latinoamericana es clara. La estética nos recuerda a Gioconda Belli y a Marosa di Giorgio, entre muchas otras.
El último poema, «La turista», culmina toda esta unión. El personaje viaja a través de un sueño a espacios y formas de su existencia que exceden la realidad, lo cual ocurre más allá del caos onírico. «El lugar era entonces verde. Pequeño, una suerte de parque sin cruces ni monumentos. Atmósfera nítida. Era la hora del almuerzo y veía a una mujer, a unos metros de mí, que en un banco comía un croissant. Ya podía hablar. Lo sé porque me inquietaba, esa vez, no tener nada que decir.» Ahí están el verde que llena el espacio, el desdoblamiento femenino, el viaje en el tiempo y hacia el inconsciente, el poder de la palabra para decir y hacer silencio.

  1. Por más información sobre la organización, se puede visitar la página https://esteros.org/.

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