Nevará siempre - Semanario Brecha
El Eternauta: de la historieta a Netflix

Nevará siempre

La mítica historieta argentina creada por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López tiene, finalmente, una adaptación televisiva protagonizada por Ricardo Darín y César Troncoso. Si queda o no en ella algo de lo que transformó a la historieta de Oesterheld en un clásico tan inmortal como su protagonista es lo que está en debate.

Tapa del Suplemento Semanal Hora Cero (año I, n.o 12, 20 de noviembre de 1957), en donde fue publicada la historieta

La literatura es siempre lo más barato. Por más desatada que sea la imaginación del creador, plasmarla en papel y tinta es casi gratis, por lo que toda la épica de Juan Salvo y sus compañeros bien podría haber sido un exitoso folletín. Oesterheld, sin embargo, optó por una opción solo un poco más costosa pero igualmente serializada, es decir, la historieta, en la que menos cosas quedan libradas a la imaginación porque hay un ilustrador que las dibuja. Así, los cascarudos tienen una forma definida, los gurbos son unos mastodontes gigantes que bien podrían habitar el universo de Star Wars y las manos de los Manos para siempre serán esos sorprendentes apéndices que parecen escurridizos ciempiés. Una versión radiofónica de El Eternauta sería un poco más cara. Al igual que en el folletín o la historieta, en radio, hacer que la historia transcurra en un escenario tan complejo como una ciudad asolada por una tormenta de nieve tóxica seguiría siendo gratis, pero algo tan sencillo como la partida de truco de Fava, Polsky, Lucas y Juan sería mucho más cara, ya que se requerirían actores de voz, ensayos, grabaciones. Más adelante en el texto se debería resolver cómo suena el chirrido que emiten los cascarudos, definir si la voz de los Manos es idéntica a la humana, emular el trote de los gurbos, reproducir el sonido de balas de cañones y choques de autos, pero también habría que pensar muchísimo cómo hacer para que en un medio como el radiofónico, que trabaja con el sonido, reine el silencio que envolvería la historia trágica de un planeta que se detiene y empieza a morir. Por último, lo más caro de todo es recrear esta historia en imágenes en movimiento; quizás por ello han pasado 65 años antes de poder ver su adaptación a la pantalla. Para imaginar cómo hubiera sido El Eternauta si Oesterheld hubiera sido guionista de cine en Hollywood en 1958, podemos pensar en la versión original de La mosca, cuyo mérito más grande fue ocultar por el mayor tiempo posible cómo lucía el científico transformado en insecto, tapándole la cabeza con un trapo. Esta película fue quizás la primera en dejar plantada la posibilidad de destrucción de una familia tipo a raíz de la invasión de un elemento extraño –en este caso, los genes de una mosca– en el cuerpo humano. La época de la historieta y de esta película es la misma: la de la fe en el progreso que traería consigo la ciencia –matizada por los horrores que podía acarrear su uso incorrecto–. A su vez, el marco es el de la Guerra Fría, cuando la invasión del «otro» –los «Ellos» para Oesterheld–, fueran extraterrestres, fascistas o comunistas, estaba siempre a la vuelta de la esquina. En El Eternauta, a los Ellos nunca se los mostrará físicamente.

A lo largo de todos estos años hubo varios directores que rondaron la idea de adaptar la historieta de Oesterheld, pero ya sea por problemas presupuestales (Adolfo Aristarain, Pino Solanas) o diferencias creativas (Lucrecia Martel) el proyecto se encajonó una y otra vez hasta llegar a esta serie producida por Netflix y dirigida por Bruno Stagnaro, conocido sobre todo por su largometraje Pizza, birra, faso y por la serie televisiva Okupas.

UNA AVENTURA CLÁSICA

Debido al entusiasmo desatado por la serie, muchas personas de las más diversas edades y gustos preguntan si la historieta «está buena», ya que se proponen emprender la lectura de lo que se presenta como un clásico ineludible. Es una pregunta difícil de responder para una obra tan anclada en el siglo XX y cuya fruición requiere una mínima familiaridad con el medio y una cierta noción de su historia. Para los de mi edad, si bien El Eternauta comenzó a publicarse en Hora Cero una década antes de mi nacimiento, es, sin embargo, todavía una historieta «de mi época», es decir, lo que en el cómic estadounidense serían las edades de plata y de bronce, previo a la jerarquización del medio con el advenimiento de la novela gráfica –el Pulitzer a Maus y toda esa historia– que da comienzo a la edad moderna de la historieta, mucho más ambiciosa y sofisticada. Por aquel entonces, los cómics eran todavía un medio popular, muy anclado en los géneros y con pocas pretensiones de trascendencia, es decir, algo hecho para entretener y no para perdurar. Así, el lugar natural de la historieta eran los diarios y las revistas de papel barato, por lo que nadie esperaba alta literatura. Eso no quiere decir que las historietas no fueran buenas o, incluso, excelentes, pero lo eran dentro de su propio marco de referencia y a nadie se le ocurría protestar por los clichés, las tramas estereotipadas o la falta de profundidad psicológica de los personajes. Corrientemente la valoración de las historietas daba todo lo anterior por sentado, pero aun en ese modo había suficiente espacio para lo genial. Eso es exactamente lo que pasa con El Eternauta y allí radica su perdurabilidad, con su legibilidad y fruición todavía intactas. ¿Qué es lo admirable en El Eternauta? Para empezar, su pulso narrativo. Y, para seguir, su sentido de la aventura, su coherencia, su ambición y su inventiva. Es eso lo que hace que 65 años más tarde la aventura, la emoción, el peligro y el misterio sigan tan vivos como siempre en sus páginas. Y es que aquello que nos mantenía pegados a las páginas de Salgari, Defoe, Verne o Stevenson ciertamente está presente en la pluma de Oesterheld.

Ya se ha contado mil veces, pero la historia de El Eternauta es la de un viajero en el tiempo, una especie de actualización de la leyenda del judío errante, un Melmoth que atraviesa las eras y que se materializa en la casa de un guionista de historietas para contarle lo que pasó en la tierra cuando cayó una nevada tóxica que casi mata a toda la población, la invasión extraterrestre que le siguió y cómo los seres humanos se defendieron de ella. Bien mirada, la historieta es mucho más un cómic de guerra que de ciencia ficción, quizás porque las reflexiones que dispara no giran tanto en torno a la naturaleza de los invasores de otro planeta o a la tecnología utilizada, sino a temas como el control, la tiranía, la conquista imperialista sobre otras especies y la dominación de unas sobre otras, así como a la resistencia, la solidaridad y la cooperación para alcanzar fines colectivos.

QUÉ RABIA, NETFLIX

Para quienes sufrimos una gran decepción por el alejamiento de Lucrecia Martel del proyecto de adaptación de la historieta en 2009, que finalmente fuera Netflix la encargada de producirla no fue sino la constatación del chato camino que ha tomado la producción audiovisual contemporánea y las decisiones tristes que ha tomado la familia Oesterheld respecto del cómic. Hay seguramente cierta justicia poética en que, tras el alejamiento de Martel, El Eternauta haya terminado siendo, justamente, lo que esta directora ha criticado de manera recurrente, es decir, un producto estandarizado por las multinacionales del entretenimiento y signado por la renuncia absoluta a la más mínima ambición creativa. Es ocioso especular sobre lo que hubiera querido Oesterheld para sus héroes, pero cuesta imaginar que fuera una serie con escaso sentido de la aventura, con un guion mal escrito y cinco horas y media de product placement (PedidosYa, Burger King, Johnny Walker, Maersk, Lacoste, Nike, Puma, Carrefour, incluso La Gotita y La Mostaza, por solo citar algunos). Evidentemente, la nieve cubriendo Buenos Aires resultó ridículamente cara.

Pero la serie ha sido un éxito de público y se sitúa en el primer lugar de las más vistas en 28 países, lo cual no solo explica por qué nosotros somos pobres y Netflix es rico, sino que le ha garantizado una segunda temporada, para que lo sea todavía más.

Como suele suceder, la adaptación de Stagnaro oscila entre el apego y la distancia con el original. El apego está en una estructura básica que sigue, más o menos, la de la historieta: unos amigos se encuentran para jugar al truco y se desata la catástrofe global que los llevará a luchar por la supervivencia. Allí están la nieve, las máscaras, la muerte omnipresente en las calles, las armas, la invasión extraterrestre. Stagnaro lleva los hechos a la contemporaneidad y la explicación primaria de la nevada tóxica recae en el incendio de una fábrica de asbestos, en lugar de en pruebas nucleares en el Pacífico, hasta que, poco a poco, se va a revelar el verdadero origen del fenómeno que está matando a la gente.

Es difícil evaluar con certeza cuáles fueron los cambios conceptuales más importantes que introdujo Stagnaro ahora que sabemos que habrá una segunda temporada. Por ejemplo, hasta llegar al último capítulo de esta primera temporada no sabíamos cómo iba a encarar la serie el tema del viajero en el tiempo. Si bien parecería que la materreferencialidad de la historieta se ha ido por el desagüe –en el cómic la historia le es relatada por Juan Salvo a un guionista de historietas al materializarse súbitamente en su casa–, al menos no han tirado el bebé con el agua de la bañera, ya que en el sexto capítulo de la serie Salvo nos entrega un explícito «yo ya estuve aquí» como toma de conciencia de su condición de viajero en el tiempo (aunque parecería indicar cierto cambio de lógica, ya que implicaría que Salvo ya no olvida el futuro cuando vuelve el pasado).

Fotograma de la serie

YO ERA UN HOMBRE BUENO

Sin embargo, hay algo que sí se puede afirmar: el cambio más deprimente de la serie es el de las personalidades de los personajes, su moralidad y su ética. ¿Así es hoy la gente? ¿Los guionistas optan por ese grupo humano horrible porque el que puso en página Oesterheld ya no resulta verosímil? En la historieta acompañamos a un grupo de amigos que se comporta de manera sostenidamente altruista. No hay recelo ni egoísmo en el seno del grupo, sino todo lo contrario: se pelean entre sí porque todos quieren arriesgarse a salir o tomar las tareas más peligrosas o desagradables. Incluso el más timorato, Lucas, aunque con poca convicción, vence su temor y se ofrece como voluntario. Sus compañeros lo advierten y le perdonan la cobardía en su fuero más íntimo, sin exponerlo jamás a escarnio alguno.

No es el caso de los personajes de Stagnaro, un hatajo de egoístas, cuando no lisa y llanamente traidores y malas personas, amenazados por otros grupos de personas igual o más horribles. En los primeros cuatro capítulos de la serie, Salvo tiene una misión individual casi excluyente: encontrar a su hija. Favalli, por su parte, se pelea con todos: le dice a Salvo que es mejor que su hija esté muerta, impone sus reglas porque están en su casa y es el primero en recurrir a las armas. Lucas, por su parte, confiesa que, como le debía plata al Ruso, en el fondo se alegró de que se muriera. Por su parte, Omar, un personaje que no está en la historieta y que en la serie se suma al grupo de los cuatro amigos jugadores de truco, lisa y llanamente los amenaza con una escopeta en el primer capítulo para robarles la máscara. Por su parte, Salvo, consistentemente, está dispuesto a abandonar a su suerte a los más débiles, sean adolescentes con fiebre o embarazadas a punto de parir. Pablo, al que Elena rescata de un armario en el que lo habían encerrado en el colegio, los encierra en el baño, insultándolos. Siendo sinceros, las únicas que se salvan un poco en ese grupo son las mujeres.

Y, sin embargo, como todos saben, la idea fuerza detrás de El Eternauta es la del héroe colectivo: «El único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo», escribió el autor. Esto claramente va en contra de la idea de la historieta estadounidense respecto del héroe; Oesterheld no cree que haya un Superman que nos vaya a salvar a todos, el héroe verdadero es el héroe colectivo y solidario. Sin embargo, Stagnaro, en esta primera temporada, va aún más allá: ni colectivo ni individual, tristemente se rifa por completo la posibilidad del héroe.
Y digo tristemente no porque no sea obvio que, a la larga, la serie va rumbo a la construcción de ese «héroe en grupo» oesterheldiano, sino porque les va a tomar una vida llegar a ese lifting moral en un mundo donde ha desaparecido la posibilidad de que alguien piense en salvar desinteresadamente a otro.

EFECTO ARGENTINA 1985

Como nada sabemos de la segunda temporada, ignoramos si existirá o no en la serie el verdadero héroe de El Eternauta, es decir, Franco, el tornero, que con su valentía, ingenio y disposición para entrar siempre en acción es el que moviliza la trama. Y es que Oesterheld tuvo mucho cuidado de que ese héroe colectivo que fue armando fuera policlasista, pero dirigido por un obrero.

Como era de esperarse, la adaptación de Stagnaro en Argentina fue recibida con entusiasmo. Es entendible: como están las cosas allá enfrente, hasta una serie que por ahora no reivindica ningún tipo de héroe pero que amenaza con hacerlo parece revolucionaria. Todo cierra: las fuerzas del cielo son los malos, la progresía conquistó Netflix para transmitir un mensaje de lucha (al igual que Argentina 1985 y el juicio a las juntas conquistaron Amazon), Juan Salvo resulta ser un veterano de Malvinas –e incluso las Malvinas son Malvinas hasta en la traducción al inglés y no Falklands–. A esto se suma, además, que, en un escenario de destrucción del sector audiovisual en la vecina orilla, ha quedado demostrado que este no solamente está al mismo nivel técnico que cualquier producción internacional, sino que deja ganancias (se ha difundido incluso la cifra que dejó la serie en argentina: 41.000 millones de pesos, es decir, unos 35 millones de dólares). ¿Y cómo quejarse de la serie cuando emociona hasta las lágrimas el mensaje que está difundiendo Abuelas de Plaza de Mayo?: «¿Estás mirando la serie El Eternauta? Si es así y naciste en noviembre de 1976 o entre noviembre de 1977 y enero de 1978 y tenés dudas sobre tu identidad, o la de alguien que nació en esas fechas, contactate con Abuelas».

Y, sin embargo, esa tristeza de quienes pensamos que el cortoplacismo de abrazar lo que aliena, subidos en la excusa de una ganancia política inmediata, es un error grave que se paga en el futuro. Y es que habría que detenerse a pensar quiénes son los Ellos. Volver a discutir las estrategias de distracción, dominación y alienación. Porque, como decía hace miles de años Glauber Rocha citado por Manuel Martínez Carril, «el artista populista afirma siempre: “No soy un intelectual, estoy con el pueblo, mi arte es bello porque comunica”. ¿Pero qué comunica? Comunica en general las alienaciones mismas del pueblo. Comunica al pueblo su propio analfabetismo, su misma vulgaridad, nacida de una miseria que lo lleva a considerar la vida con desprecio».1

Oesterheld lo sabía y creó una obra popular, no populista, que transmitía al pueblo una imagen edificante de sí mismo y de lo que llevaba dentro, una reserva moral a la que recurrir y que es la que rescata a los personajes en ese momento extremo. Stagnaro, por el contrario, retrata una sociedad moralmente ruin que es dudoso que merezca salvarse.

  1. Actas seminario Políticas Culturales en la Transformación de la Sociedad. Coordinación y compilación: Joaquín Aroztegui. Casa Bertolt Brecht, Rosa-Luxemburg Stiftung, 14-X-05, pág. 83. ↩︎

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