El intelectual y activista suizo Razmig Keucheyan, profesor de sociología e investigador de La Sorbona, dedicó su libro Hémisphère gauche, publicado en francés en 2010 y en español tres años más tarde, a mapear la geografía de la izquierda y el pensamiento crítico contemporáneos. Una especie de resumen del primer capítulo de ese libro, bajo el título de “Las mutaciones de la teoría crítica. Un mapa del pensamiento radical hoy”, puede leerse en la revista Nueva Sociedad, en su número correspondiente a los meses de enero y febrero de este año.
Una característica interesante de las teorías críticas actuales, sostiene Keucheyan, es que contienen muchas referencias a la religión, principalmente al cristianismo y al judaísmo, y en menor medida también al islam. El filósofo francés Alain Badiou, nos recuerda el autor, dedicó un libro importante a san Pablo, donde lo presenta como el ejemplo típico de un sujeto que se afirma a sí mismo en tanto y en cuanto se mantiene fiel a un acontecimiento, esto es, a un evento que marca un antes y un después en la historia. Keucheyan observa que también el filósofo italiano Giorgio Agamben escribió un libro sobre san Pablo (un comentario a la “Epístola a los romanos”), que Antonio Negri escribió un libro sobre Job, y que muchos de los trabajos de Slavoj Žižek tocan cuestiones religiosas. También llama la atención acerca de una veta pascaliana en las teorías críticas contemporáneas, que ejemplifica con el caso del antiguo militante trotskista francés Daniel Bensaïd, autor de un libro en que se hace una analogía entre el compromiso revolucionario y la famosa apuesta de Pascal, que recomendaba creer, aun sin evidencias racionales que apoyaran la fe, por los beneficios que ello podría reportar al creyente en caso de que Dios efectivamente existiera. También pone como ejemplo a la filosofía de la liberación latinoamericana, una de cuyas principales vertientes inspiradoras, como es bien sabido, es la teología de la liberación del sacerdote católico peruano Gustavo Gutiérrez y otros.
Keucheyan se pregunta cómo se puede explicar la fuerte presencia de referencias y temas religiosos en las teorías críticas actuales. El autor nota que las teorías críticas pasadas ya habían incorporado, en algunos casos, elementos religiosos. Cita, entre otros, los ejemplos del marxista alemán heterodoxo y disidente Ernst Bloch y del no menos heterodoxo, aunque seguramente también menos marxista, Walter Benjamin. Sin embargo, estas referencias al pensamiento religioso, admite, eran relativamente marginales en las teorías críticas tradicionales. Para los principales pensadores de izquierda, hasta hace treinta o cuarenta años, la religión era sin dudas un objeto de análisis. Pero una cosa es estudiar la función de la religión en la sociedad y otra completamente diferente inspirarse en doctrinas religiosas, como parecen hacer los pensadores críticos de la actualidad. Entonces, ¿cómo se puede explicar la fuerte presencia de la religión en las teorías críticas contemporáneas?
Keucheyan se concentra en dos aspectos del problema. En primer lugar, observa que la inmensa mayoría de estas referencias no tienen que ver con la religión en general, sino que más bien apuntan a un problema teológico muy específico: el problema de la creencia o de la fe. De eso se trata en los casos de Pascal, san Pablo y Job. La pregunta que se plantean todos ellos es la siguiente: ¿cómo es posible seguir creyendo, cómo es posible mantener la fe en Dios cuando las circunstancias son tan radical y brutalmente adversas? Los pensadores críticos contemporáneos, entiende Keucheyan, han sentido la necesidad de responder una pregunta similar, porque en el siglo XX fracasaron todos o casi todos los intentos de construir una sociedad socialista, algunos de los cuales terminaron en verdaderos desastres. La evidencia histórica no parece apoyar, entonces, la creencia en el socialismo. Esa es la razón por la cual, entiende el autor, los pensadores críticos han sentido la necesidad de volcarse hacia una forma de pensamiento en que la creencia se sostiene sin justificación, contra toda la evidencia disponible. Y el mantenimiento de la creencia contra toda la evidencia disponible es, precisamente, lo que define a la fe. Es por ello que Keucheyan encuentra en las teorías críticas de la actualidad una suerte de fideísmo, un fideísmo político.
El segundo aspecto que aborda el autor es de naturaleza más sociológica. Está claro que hay un resurgimiento de la religión en el mundo, que es por completo independiente de la actividad de los pensadores críticos. Se trata de un fenómeno mucho más general. La religión ha hecho sobre todo un estruendoso reingreso en el campo político, con corrientes muy influyentes, como el islamismo radical en Europa y Oriente Medio o el fundamentalismo evangélico en Estados Unidos. Esta nueva alianza entre religión y política es una característica importante de la política contemporánea. Por ese motivo, entiende Keucheyan, algunos pensadores críticos han aceptado el desafío de disputar el campo religioso a los fundamentalistas e intentan mostrar que hay un aspecto progresista o incluso revolucionario en las religiones. Básicamente, dice el autor, esto es lo que han hecho algunos marxistas anglosajones al enfrentar el discurso de los así llamados “nuevos ateos”, como Christopher Hitchens y Richard Dawkins.
Si las observaciones de Keucheyan son correctas, que parecen serlo, hay que decir que el acercamiento de los pensadores críticos a la religión no hace otra cosa que agravar notablemente la crisis en que ya de por sí se encuentra sumido el pensamiento de izquierda. Esta, ciertamente, no es una de las conclusiones de Keucheyan, que parece ver el fenómeno con simpatía. Pero es una conclusión que se desprende de su análisis. Porque debería resultar evidente que, si las experiencias socialistas del siglo XX fracasaron –en algunos casos estrepitosamente–, la respuesta no puede ser el fideísmo político, la afirmación irracional de aquello para lo cual carecemos de evidencias, sino más bien la exploración racional de las causas que llevaron a la bancarrota de esos experimentos. Refugiarse en la creencia irracional parece la más torpe de todas las respuestas posibles.
Pero además, si la religión ha hecho un estruendoso reingreso en la política, se esperaría de las teorías críticas nada menos que elementos para hacer el análisis crítico de esos procesos, no meramente el aprovechamiento oportunista de la situación. Hay quienes podrán sostener que la crisis de la izquierda contemporánea es, entre otras causas, producto de la ausencia de una fuente de valores transcendentes. Y que la religión es una cantera inagotable de ese tipo de productos. Pero en nombre de la religión se han cometido y se cometen actualmente los crímenes más horribles. No menos horribles que los que se cometieron en nombre del socialismo. Por fe y por sumisión a su dios, Abraham estuvo a punto de matar a su primogénito Isaac. Dios envió a un ángel a impedirlo, pero hace mucho que abandonó esa costumbre y ya no manda emisarios a detener a los que matan en su nombre. “Cada vez que se menciona el espíritu religioso en una narración histórica estamos seguros de que a continuación se nos relatarán todas las desgracias a las cuales ese espíritu religioso dio lugar. Y no hay épocas más prósperas y felices que aquellas en que ni se menciona ni se considera el espíritu religioso”, decía David Hume en sus Diálogos sobre la religión natural, por boca de su personaje Filón.
La izquierda y el pensamiento crítico deberían ofrecer algo más que mera fe. Y, desde luego, reclamar a sus militantes cualquier cosa, menos sumisión a una idea o autoridad irracionales.