—Durante el Foro de Emancipación e Igualdad que se reunió en Buenos Aires (véanse páginas 34 a 36), usted manifestó que esperaba que la movilización convocada por la Cut y el Mst para el viernes pasado fuera más numerosa que la que la derecha realizaría el domingo. ¿Por qué la izquierda fracasó en esa pulseada?
—Creo que por una parte hay una insatisfacción generalizada con la política. Se considera corruptos a los políticos y hay buenas razones para hacerlo. Gran parte de ellos lo son. El escándalo de Petrobras reveló que había más de cincuenta legisladores involucrados. Entonces la reacción del pueblo, emocional, es correcta.
Por otra parte, Petrobras es el talón de Aquiles del gobierno. Del de Dilma, pero también de los de Lula e incluso de los anteriores. Es altísimo el nivel de corrupción allí y uno no puede negarlo. La presidenta fue la primera en decir que había que investigar a fondo, castigar a los involucrados y expulsar del partido a quienes correspondiese, que no era posible que un pequeño grupo traicionara al más de un millón de afiliados que tiene el partido y que ve en eso la prolongación de la vieja política. Se ha creado una atmósfera de indignación y quienes intentan analizar la realidad deben tratar de escuchar esos gritos. Bueno, a excepción de algunos muy raros, como los de quienes piden el regreso de los militares o la prohibición de Paulo Freire. Pero creo que el sentido fundamental de lo que ocurrió no se dirige contra los cambios sino contra la corrupción.
—¿Cómo se combate la corrupción? Dilma anunció el miércoles algunas medidas. ¿Alcanzarán?
—La estructura de nuestro Estado facilita mucho la corrupción. Primero porque las empresas financian a los políticos. Son enormes empresas, algunas de tamaño multinacional. Compran a los políticos y así garantizan su participación en grandes proyectos. En segundo lugar, porque la forma de un presidencialismo de coalición obliga a realizar concesiones a algunos partidos netamente oportunistas, corruptos, que ni ideología tienen, pero que logran cinco o diez diputados y ya se ponen a chantajear al gobierno. Ese presidencialismo funciona bajo la compra de diputados. Por eso durante los movimientos de junio de 2013 se exigió un cambio en la Constitución, rehacer desde abajo las reglas del juego político. La primera en eso fue la presidenta, que pidió un plebiscito. Pero el parlamento lo rechazó, no le interesa. Mientras no se produzcan esos cambios, seguirá la corrupción. Con o sin PT. La máquina está construida de tal manera que necesita el aceite de la corrupción.
—¿Hay algún sector del ejército que pueda asumir la demanda golpista?
—Esa es una demanda de la extrema derecha que creo carente de respaldo popular. Los militares no quieren asumir un país que está en crisis económica y justo cuando están saliendo del proceso de la Comisión de la Verdad en el que muchos de ellos fueron identificados como responsables de crímenes contra la humanidad. No hay ninguna expresión de los militares que revele voluntad de volver. La demanda representa a un grupo muy pequeño que ni sabe lo que está pidiendo. Pero también hay que escucharlos a ellos. Allí hay una forma de propuesta. Lo que hay que retener de eso es el deseo de cambios. Y también la ausencia de liderazgos que puedan suscitar otro proyecto. Ni Lula mismo. Lula está gastado como líder, aunque siga siendo una voz poderosa. Creo que el PT tampoco ha desarrollado un pensamiento crítico interno. Los grandes pensadores fueron echados. El partido no se ha preocupado de crear una gran cultura alternativa a la cultura consumista del capital. Han insertado en la sociedad a 44 millones de personas, han creado 44 millones de consumidores pero no 44 millones de ciudadanos, participativos, que quieran construir otra sociedad: quieren ser tan ricos como los ricos. Y esa es la trampa del sistema que no pone límites y lleva a los gobiernos a la inestabilidad política. La sociedad brasileña es altamente capitalista, yo creo que está más integrada al sistema que otros países de América Latina y por eso sufre contradicciones más agudas. Si no hay una educación de base es muy difícil crear otra cultura, como lo enfatiza José Mujica.
—¿Existe una alternativa de izquierda al PT?
—Tal vez ese sea el problema más grande del Brasil. Para nosotros, que junto a Lula participamos de la construcción de este proyecto, lo importante no era el PT. Lo importante era que el pueblo saliera de la pobreza, conquistase su dignidad como ciudadano y las mediaciones poco importaban. Ahora es el PT. Pero si no es el PT, si se ha corrompido, busquemos otra formación. Y no hay líderes. No hay personas que piensen proyectos nacionales. Los militantes del PT han ocupado el Estado, han asumido tareas que deben ser depositadas en los funcionarios de carrera y el partido ha quedado atrapado en esa confusión. Si no se corrigen estas cosas el PT va a perder las elecciones y lo que viene después va a ser peor de lo que está. Esa es la angustia nuestra.