Ningún distraído - Semanario Brecha

Ningún distraído

Omar Gutiérrez (1948-2018)

Foto: Leónidas Martínez

El miércoles, a nueve horas de su muerte, Twitter registraba 6.700 mensajes con su nombre. “Hace 15 años, cuando salir en televisión era difícil para una banda como Buenos Muchachos, él nos abrió infinidad de veces las puertas de su programa”, escribieron los rocanroleros. “Eternamente agradecido por todo lo que me diste y les diste a nuestros artistas”, dejó dicho el Fata Delgado. Killy con K puso que si la edición de este año de Montevideo Tropical no se llama Omar Gutiérrez debería renunciar hasta el David de la explanada, y el intendente Martínez le dio su “me gusta”. La gente de Ovejas Negras subió un spot en el que Gutiérrez defendía el matrimonio igualitario, y desde el ángulo nacionalista clerical de la vida el senador Javier García advirtió que el periodista había sido “un uruguayo de todos los uruguayos”. Marcel Keoroglian puso que el maragato había demostrado que no había “que hacerse el argentino” para hacer televisión, e Ignacio Copani: “Hasta siempre, compatriota de acá enfrente”. A los diez minutos había cien mensajes más. Es cierto que entreverado venía alguno del gobernador de la provincia de Neuquén, tocayo del comunicador, y también que –aunque nunca apareció la hipotética carta donde Mercedes Vigil lo denostaría– cada tanto alguna voz adolescente, como la de la Rusa, asumía que “nunnnca” lo había visto.

Entonces cabe consignar que Gutiérrez nació en San José de Mayo en el año 48. Unos meses menor, y con una vida en la prensa escrita de esa ciudad, David Rabinovich sospecha que “el origen de la vocación de comunicarse con la gente de Omar” asomó hace medio siglo, cuando se celebró la primera Semana de la Juventud maragata y el futuro conductor televisivo debutó en la misma “estudiantina” (como se llamaba a las murgas estudiantiles) que Rabinovich: Los Linyeras. De ahí pasó a una emisora local.

“Arrancó en CW 41, creo que con menos de 20 años, en un programa llamado La bombilla, bajo el ala de Hugo ‘Facha’ Ruiz, uno de los animadores de La Salsa Picante, una murga que hizo roncha acá. Esos dos eran capaces de hacer llover”, recordó Rabinovich. “Creo que ahí surgió el estilo de comunicación de Omar. Se juntaban a tomar mate y a conversar con los vecinos. Los llamaba uno y les decía que había caído una rama encima de un auto y eso ya se volvía el motivo de la conversación. Un programa que se libretaba solo”, redondeó.

En el 78 Gutiérrez dio el salto a la capital. Estuvo en El tren de la noche, de radio Montecarlo, y después condujo De par en par en Oriental. Seguía viviendo en San José y viajando para trabajar. De la Onda se llevaría con él al “Colorado”, que era guarda en esa compañía. En 1989 la familia Romay, propietaria entonces de Montecarlo, Oriental y Canal 4, le propuso pasar a la pantalla chica. La idea inicial era hacer algo como El perro verde, del español Jesús Quinteros, consigna el obituario de César Reyes en San José Ahora, donde también se anota que era año electoral y Gutiérrez condujo un debate entre los tres candidatos presidenciales relevantes: Luis Alberto Lacalle, Jorge Batlle y Liber Seregni.

Pero las ideas más repetidas en su despedida no vienen del análisis político. Más bien han sido cercanía, solidaridad y –sobre todo– irreverencia. “Creo que Gutiérrez dio voz a un cambio que se empezaba a gestar en los noventa. Se hablaba de una mutación civilizatoria en varios países de América Latina, Estados Unidos y más allá. Se empezaban a romper protocolos que ya no tenían mucho que ver con la vida cotidiana, al tiempo que se producía un ascenso de distintos grupos, jóvenes de los sectores populares, pero también más educados, que buscaban romper los moldes”, señaló al semanario Hugo Achugar, intelectual que dedicó muchas páginas a analizar aquella disrupción.

Achugar, que también supo sentarse en el líving de De igual a igual, señaló que el periodista “sabía tocar los centros de atención que la cultura establecida o la alta cultura desprecia”. “Era un ser muy carismático, pero también un hombre muy inteligente y muy serio en su trabajo. No era ningún bobo ni ningún ingenuo. Estaba perfectamente enterado de lo que pasaba, de lo que podía ser de interés no para unos pocos, sino para muchos”, abundó. Era “súper exigente”, apuntó al semanario una de sus productoras.

Iliana da Silva lo conoció a los 18 años, cubriendo para el Inju una actividad juvenil que se hacía en Piriápolis. “¿Te animás a hacer las notas?”, le propuso intempestivamente el Flaco Gutiérrez. “Yo quiero que a los jóvenes los entreviste alguien joven”, se explicó. “Si con esta cara yo puedo hacer televisión…”, recordó que le decía. “Omar me enseñó a pararme en la tele siendo como soy, sin inventar un personaje. Él incluso mostraba sus enojos y caprichos al aire”, subrayó Da Silva. “Sí que creó un personaje. Era un personaje. Pero no un personaje falso”, discrepó Achugar. “Era más politizado de lo que parecía, tenía ideas claras y serias”, explicó a su turno Rabinovich. “Desde jovencito era hincha de Michelini. Andaba con aquellos grupos juveniles de la época de formación del Frente Amplio, un ambiente bastante distinto al de los viejos dirigentes de izquierda maragatos, que eran bastante sectarios. Lo recuerdo en reuniones clandestinas durante la dictadura. El Flaco no quería hipotecar su imagen de buen vecino, pero no era por distraído que se mandaba esas preguntas que vos quedabas pensando ‘¡Qué bárbaro!, ¿cómo se animó a preguntarle esto?’. Después cambiaba de tema, porque era ágil mentalmente también. Entonces quedaba como que no se había dado cuenta de lo que había hecho. Minga que no se daba cuenta… Más de una vez se reía después conmigo. ‘¿Viste la cara que puso?’.”

Muchísimos han visto en estos días la que el propio Gutiérrez puso cuando en noviembre de 2005 invitó a Jorge Zabalza a su programa. El miércoles, Fácil desviarse (Del Sol FM) hizo una compulsa entre su audiencia para saber cuáles eran las escenas más recordadas de Gutiérrez, y esa entró segunda. Días antes de aquel programa, en la Ciudad Vieja, había habido una dura manifestación en rechazo a la presencia del presidente estadounidense George Bush (h) en Mar del Plata. “Algunos compañeros quemaron banderas de Estados Unidos y fueron procesados por eso”, recordó Zabalza para Brecha. “Uno de ellos era Washington Muniz, que fue secretario de la bancada del Mpp en los tiempos en que éramos todos uno. Estaba Helios Sarthou, el Pepe y yo. Se debatía si Muniz y los otros compañeros iban a terminar presos. Omar Gutiérrez me llamaba con cierta frecuencia. Siempre tuvimos una mutua simpatía porque los dos éramos de pueblos del Interior. Me invitó a hablar y a mí se me ocurrió fabricar una bandera…”

—¿Fabricaste una bandera?

—Ahí estaba la trampa legal. No llevé una bandera de Estados Unidos. Pinté la funda de una almohada y la impregné con alcohol en gel. Ya en el programa salí con no me acuerdo qué domingo siete sobre Bush y los gringos, dije que quemar banderas yanquis era una cosa que se había hecho en todo el mundo y que sólo acá se les ocurría procesar a la gente por eso. ¡La carita de Omar cuando saqué la bandera y el encendedor! Me acuerdo de que el loco me empezó a dar los paquetes de yerba y yo estaba con la bandera quemándose ahí. La terminamos apagando entre los dos. Después supe que un empleado la había clavado en una pared como un emblema, pero al final la Policía se la llevó como elemento de prueba. La cosa es que al otro día lo llamé. ‘Disculpame, Omar’, le dije. ‘¡Qué cagada me mandé! ¡Te dejé regalado!’. Y me dice: ‘Noo. Tas loco. No sabés el rating que tuvimos’. Estaba contentísimo.

Zabalza quiso recordar además que el programa de Gutiérrez fue el único de la televisión que llegó a la playa de los pescadores de Santa Catalina, “que es un lugar miserable realmente, donde la gente vive en condiciones infrahumanas”. “Tenía una sensibilidad muy especial, sobre todo en lo social”, subrayó el ex guerrillero. Da Silva había apuntado a lo mismo: “Para mí hasta el día de hoy haber sido una de las ‘chicas de Omar’ es una carta de presentación en cualquier barrio”.

Sobre todo en los de calles de tierra. Mary ya tenía demasiados años cuando tuvo a su último hijo. Había tenido tantos que se fue sola al hospital de San José, pero el parto se complicó y hubo que trasladarla de urgencia al Pereira Rossell. Sucedió en los primeros meses del primer gobierno de Vázquez, cuando los indignados de ocasión se quejaban de que los pobres se compraban teléfonos celulares con el ingreso que les pagaba el Plan de Emergencia. Sin embargo Mary no había accedido aún al plan ni tampoco tenía celular, y cuando volvió en sí no sabía cómo avisarle a su marido dónde estaba. Pero de sobra sabía que su paisano Omar Gutiérrez estaba en la televisión, y al otro día el marido de Mary, sus hijos y su nieta aparecieron, en carro, en la entrada del Pereira.

Rabinovich cree que la práctica de convertir al medio en una herramienta para ayudar en la resolución de problemas concretos de las personas la aprendió de chiquilín en la radio donde debutó. “El dueño de la radio, Raúl ‘Tatita’ Sgila, era un viejo reaccionario, ruralista, pero tenía esa característica. El primer riñón artificial que hubo en el pueblo lo compraron con campañas populares el Tatita Sgila y el doctor Walter Ravenna, aquel que después fue ministro de Defensa de la dictadura. Mirá lo que son las historias…”

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