En los últimos tiempos, diversas figuras del oficialismo se han mostrado escandalizadas con los informes de distintos organismos dedicados a monitorear el estado de la libertad de prensa en el mundo. Han negado presiones. Han insistido en las virtudes proverbiales de Uruguay en la materia y se han irritado frente a ciertos descensos del país en los referidos rankings.
En medio de tanta susceptibilidad con la cuestión de las libertades, no debería pasar desapercibido el comentario que el presidente Luis Lacalle Pou le propinara a un periodista del canal Tevé Ciudad el viernes 29 en su inusual visita a la sede del Frente Amplio, cuando dejó en manos de Fernando Pereira el anteproyecto de reforma de la seguridad social. «Primero los medios locales», le lanzó, cual bocadillo jocoso, a Mauricio Pérez, periodista del informativo de Tevé Ciudad (MVD noticias) y de Brecha al abrir la ronda de preguntas. No supone originalidad alguna destacar que esa gestualidad descontracturada y esa interlocución casi personalizada forman parte de un estilo comunicacional muy trabajado por Lacalle Pou, explotado a la perfección en las conferencias de prensa emitidas día a día en el horario central televisivo. Tampoco se descubre la pólvora al admitir que es un político con innegables dotes para la comunicación y que, en los momentos turbulentos de la pandemia, esa aproximación con las audiencias lo sumió en las mieles de la popularidad.
Sin embargo, la mencionada salida de Lacalle Pou resultó absolutamente desafortunada. No solo por el lugar y el momento en que dijo lo que dijo, sino principalmente por lo que representa lo que dijo. Ni la metáfora futbolera ni la forma –su mueca solitaria– lo eximen de nada. El exabrupto –que seguramente su núcleo votante más duro festejará, a diferencia de los periodistas presentes en la ronda de prensa– es lisa y llanamente una presión contra el periodismo.
En primer lugar, es una presión para los trabajadores de Tevé Ciudad, que si bien –vaya descubrimiento– son contratados por la Intendencia de Montevideo, en su mayoría ejercen su profesión con rigor e independencia. Y que si bien, como todos, no carecen de pensamiento propio y están sometidos a la evaluación de los públicos, son profesionales del periodismo que tienen trayectorias en medios de las más diversas líneas editoriales o provienen de las aulas universitarias.
El presunto chiste cómplice contribuye a legitimar el hostigamiento hacia los periodistas del canal y la nada inocente visión de que Tevé Ciudad sería un brazo político del Frente Amplio, algo que podría ser fácilmente contrastado por quien quisiera sentarse por más de un rato a ver su variada programación y el propio noticiero. Recientemente, la periodista de ese canal y del diario El País Ana Laura Pérez sufrió un ataque, eso sí, menos jocoso y absolutamente destemplado, de Graciela Bianchi, que, en su entrelínea, parecía incluir un mensaje destinado a comprometer a alguna de sus fuentes de trabajo. Quizás una podría conjeturar cuáles serían los comentarios de ocasión si Lacalle Pou, en la Torre Ejecutiva, hubiera aludido a un «locatario» periodista de Canal 5 o de El País. El escándalo duraría hasta el día de hoy. Por eso, la fallida humorada no representa solo un ataque para el cuerpo de periodistas de Tevé Ciudad, sino para todos los periodistas. No es que un presidente no pueda señalar errores –los periodistas no gozamos de esa inmunidad–, pero otra cosa es que los comprometa en su honestidad intelectual y los arroje a los leones desde lo alto de su investidura, por más tono canchero que ostente. Al fin de cuentas, lo que Lacalle Pou dice en broma es lo mismo que Bianchi dice en serio. Entonces, ¿quién es, en definitiva, quien constantemente abre la grieta?
Pero, en segundo lugar, y esto quizás tenga otra relevancia en términos políticos, el comentario de Lacalle Pou termina echando por tierra la mentada gestualidad republicana que procuró exhibir ante las cámaras. El presidente, después de mucho tiempo, decidió convalidar al principal partido de oposición como interlocutor político y visitar la sede adversaria, en una incursión que, a juzgar por las crónicas, no se había repetido en los últimos 15 años. Lo hizo, evidentemente, luego de sus pertinentes análisis tácticos y porque la reforma del sistema jubilatorio que promete es una cuestión que puede derivarle considerables costos políticos en el momento bisagra de su mandato. Pero, también, porque es innegable la importancia de una reforma estructural de esta naturaleza, que trasciende su período de gobierno, tal como le recordaron casi todos los analistas políticos después del ajustado resultado del referéndum contra la Ley de Urgente Consideración. Con la banalidad de su comentario, a la salida de La Huella de Seregni, y aunque posiblemente el gesto pase al olvido en medio de la suarezmanía y otras yerbas, el presidente no hizo otra cosa que borrar con el codo lo que intentaba escribir con la mano.