Riad es un niño rubio. Sus padres fueron estudiantes de Historia y se conocieron en la Sorbona. Clémentine nació en Bretaña; Abdel-Razak, en Siria. En realidad, a Clémentine no le gustaba Abdel-Razak, pero le dio pena que su amiga planeara dejarlo plantado en una plaza y se presentó en su lugar. Luego, siguieron saliendo. Ella corregía la tesis de él y contribuía a hacer legible su francés enrevesado. La tesis de Abdel-Razak versaba sobre la opinión pública francesa respecto a Inglaterra entre 1912 y 1914, pero su interés principal era Oriente Medio. Creía que sus conocimientos de historia podían llevarlo a la presidencia de su país y soñaba con alejar a su pueblo de la religión para hacerlo entrar al mundo moderno. Fue así que, cuando recibió su doctorado, aceptó un puesto de profesor titular en Libia, adonde se marchó a vivir junto con Clémentine y su pequeño hijo, el rubio Riad, al que los demás niños acusan de judío.
De allí parte El árabe del futuro (saga subtitulada Una juventud en Oriente Medio), para recorrer la infancia y la juventud de Riad, desde su nacimiento, a fines de los años setenta, hasta su juventud, en los noventa, en una crónica de su vida en Francia, en la Libia de Muamar al Gadafi y la Siria de Hafez al Asad. Conviene decirlo enseguida: la visión de la cultura árabe que ofrecen estos libros es devastadora: un cuadro de barbarie e ignorancia, corrupción y violencia, hipocresía y amoralidad al que no se animaron ni los peores acuñadores de estereotipos sobre los musulmanes. Puede parecer extraño que, entre tanta celebración de esta historieta, escasas voces señalaran la casi absoluta ausencia de rasgos positivos en el retrato de los árabes esbozado por Sattouf. Es verdad que tampoco los franceses son retratados como un dechado de virtudes, pero si esta obra ha de verse como un choque de culturas, claramente la balanza de Sattouf se inclina hacia Europa.
Hay dos razones por las que el relato ha tenido tanta aceptación: una es la candidez que le aporta el punto de vista de un niño; la otra, el hecho de que, a pesar de las duras críticas al mundo árabe, el joven Riad no abjura de su origen, sino que lo abraza en todo momento. Riad se ve a sí mismo como árabe, no como francés, y mira la idiosincrasia de su gente con resignación, a veces con sorpresa o alarma, pero nunca desde afuera o desde arriba. Su mirada se posa sobre la naturaleza de las relaciones familiares, el lugar de la mujer, la violencia siempre a punto de estallar –tanto en el mundo adulto como en el infantil–, la naturaleza de los liderazgos políticos, la tiranía como sistema, las lealtades cambiantes, la corrupción, pero desde el lugar del observador implicado. No por nada, cuando está en Francia, sufre al ver la inadaptación y la violencia indiscriminada que ejercen los jóvenes árabes. Uno podría decir que la mirada juvenil de Riad lo exime (convenientemente) de poner en un contexto más amplio las situaciones que el personaje atraviesa y que no hay una comprensión de las complejidades sociales y políticas de lo que retrata. No parece ser este el interés del autor, lo que es un problema cuando el público objetivo del relato son los lectores de sociedades opulentas cuyos análisis de los problemas de marginación y violencia social, cultural, religiosa y política son (convenientemente) igual de pueriles que los de Riad. Esto se agrava si tomamos en cuenta que el proyecto de Sattouf (que no es un autor ajeno a la mirada política, al haber sido, como fue, columnista del semanario satírico Charlie Hebdo) toma forma durante la Primavera Árabe y que la publicación del primer tomo (2014) coincide con el periodo de la guerra civil en Siria.
Pero la trama que une estos libros no es solo la historia de su vida partida entre dos culturas, sino la de su extraña familia, marcada por la relación con el padre. La historia que narra Riad es la de la transformación de su padre de un árabe europeizado en un conservador radical o, mejor dicho, la de la caída en cuenta de que toda la cháchara acerca de la educación y la secularidad no era sincera. Y ese es el asunto: en Abdel-Razak no se puede confiar (y el corolario parecería ser: ni en ningún árabe). Pero si hablamos del retrato de un padre, no queda más remedio que hablar de Maus, sobre todo considerando la rivalidad y la cercanía entre la cultura árabe y la judía. Salvando las grandes diferencias entre la obra maestra que es Maus y asumiendo las menores pretensiones de la obra de Sattouf, hay más de un paralelismo entre Art Spiegelman retratando a Vladek Spiegelman y Sattouf haciendo lo propio con Abdel-Razak Sattouf. Ambos ilustradores se volvieron creadores de historietas como una manera de distanciarse lo más posible de sus padres. «Me hice artista porque a él le parecía algo inútil», ha dicho el autor de Maus. De la misma manera, en el quinto volumen de El árabe del futuro Riad le dice a su padre que quiere ser dibujante de cómics y no doctor: «¿Dibujante? ¡Eso no sirve para nada! –contesta Abdel.– ¿Qui vas a hacer cun iso? Quí vergüenza… ¡Eso es de maricas! ¡Puajjj!». Y remata: «¿Dibujante? ¡Eso no es una profesión! ¿Y por qué no bailarín, ya que estamos? ¡Oh, qué vergüenza!». Si algo más une a Vladek con Abdel-Razak es su racismo y su intolerancia. Y esto ha sido, claro, una admisión valiente de ambos autores. Aunque en el caso de Abdel-Razak, evidentemente, en proporciones menos trágicas, ya que Vladek es un sobreviviente del campo de Auschwitz y él es víctima de discriminación durante su estadía en Francia. De hecho, cuando Abdel-Razak acaba de recibirse de doctor en Historia y busca trabajo, los puestos que le ofrecen en Europa no son de profesor titular y él lo atribuye al racismo de los franceses. Por esa razón la familia termina en Libia: Abdel-Razak acepta el ofrecimiento de ser titular de una cátedra allí.
Otra comparación inevitable es la que se hace con las historietas del quebequés Guy Delisle, que, si bien comparten la característica de transcurrir en lugares de turbulencias políticas y sociales (Pyongyang, Jerusalén, China, Birmania), la mirada es adulta aunque desplazada. La de Delisle implica también un abordaje un poco cándido, el punto de vista de quien se sabe un completo outsider, pero que, al ser consciente de su condición, trata de no ser un mero turista. Tanto Satouff como Delisle narran de una manera muy amena y con una gran atención a los detalles significativos, aunque en Sattouf hay una dimensión que tiene que ver con la crueldad, algo ausente en las historietas del canadiense.
El árabe del futuro culminará en la próxima entrega. El quinto tomo –que en Uruguay, al menos por ahora, solamente se encuentra en e-book (un ruego a Penguin Random House: traigan unos pocos ejemplares en papel, aunque sea; no condenen a quienes compraron los primeros cuatro volúmenes a no poder completar la saga)– sigue el desarrollo del problema que enfrentaba la familia Sattouf al finalizar el cuarto tomo: el secuestro del hermano menor, Fadi, de 5 años, por su padre, que se lo lleva a Siria. En este tomo, además, toma forma la educación sentimental de Riad, que ya tiene 14 años y empieza a trazar un rumbo para su vida, tanto en lo profesional como en lo emocional. También lo veremos asumiendo el rol de «hombre de la familia», ya que comienza a sustituir a su padre y, también, a negociar con él. Si Abdel-Razak fue un modelo para Riad, este es el momento de la caída absoluta: Riad ha cambiado su mirada y solo ve miseria moral, decadencia física y patetismo. Sattouf es muy bueno para conjugar imagen y palabra. El hijo empieza a notar que los pies del padre son pequeños y los tobillos, delgados; que luce enclenque y frágil, y que tiene un principio de calvicie en la coronilla, y se pregunta si es algo nuevo o si solo lo ve ahora porque creció y está más alto. Esta habilidad de Sattouf para llevarnos a su mundo (nos guste o no cómo lo ve) es lo que hace de El árabe del futuro una lectura disfrutable. La saga es, a fin de cuentas, como una buena serie de Netflix: bien hecha y fácil de consumir, llena de ganchos a la manera de un folletín, aunque pase de contrabando muchas ideas funcionales al sistema. ¿Hay algo mejor que entretenerse y reafirmar las creencias dominantes a cambio de un puñado de dólares? Sí: entretenerse dándose cuenta.