De un tiempo a esta parte Juana Molina es una de las artistas habituales en La Trastienda, donde viene con una frecuencia quizá anual. El sábado 19 de noviembre tuve mi primera chance de verla en un formato que no es su unipersonal, sino con un tremendo batero, Diego López de Arcaute. Fue flor de toque, con La Trastienda llena, la gente bailando y gozando, y la energía parece haberle llegado a Juana, que la devolvió potenciada no solo en su música, sino en agite, baile, chistes, carisma y en un toque concentrado, intenso, en el que todo fluyó. En algún momento parece haber pasado algo que no comprendí bien: el batero se rio e intercambiaron comentarios; entendí que deberían haber ido dos temas pegados, pero Juana concluyó el primero de ellos y no siguió con el otro, algo así. Pude haber entendido cualquier cosa; sea lo que sea, nadie del público se dio cuenta de nada malo, todo fue risas. Las mujeres superaban ampliamente la mitad en la platea. Creo que, si no fuera porque entre el público estaba Urbano Moraes, yo habría sido el espectador de más edad. En un momento, Juana detuvo todo y habló largamente de Urbano, de lo gran músico que es, lo importante que fue para ella y cómo escuchaba su música desde que era niña.
Si bien uno empieza a acostumbrarse, para alguien de mi generación hay algo de ineluctablemente extraño en ese tipo de concierto informatizado, como los que hace Juana. No siempre entendemos cuál es la conexión entre los botones que aprieta y lo que está sonando. A veces toca un ratito el teclado, otro ratito la guitarra, pero luego los larga y los instrumentos siguen sonando en loop, y uno piensa que las grabaciones en vivo de esos loops son más un pretexto que otra cosa, porque es casi lo mismo que si ella simplemente fuera largando las pistas pregrabadas. Igual es un buen pretexto, ya que incrementa la variedad visual. En el caso de Juana, esa sensación medio androide es aún más acentuada por el hecho de que ella casi nunca pasa al frente de su set de aparatos. Lo visual se corresponde con lo sonoro, ya que su voz casi siempre se mezcla baja, por lo que se entienden mal las letras, y suele estar duplicada digitalmente (cuando habla con el público y se olvida de desactivar el efecto, suena como las gemelitas de The Shining). En cuanto a la performance, el índice de variación entre un toque y otro es chico, netamente menor que el que pudiera haber entre dos ejecuciones de, ponele, Atahualpa Yupanqui, la orquesta de Troilo o Fito Páez. Sin embargo, cualquiera que la haya visto tocar muchas veces sabe que hay grandes diferencias, aunque son más de la onda que se genera, de cómo interactúan las sensibilidades de los cientos de individuos en la platea con la música y el coloque de Juana en esa noche. En todo caso, la presencia del batero incrementa el componente en vivo del toque, pero hasta por ahí nomás, ya que él está tocando sobre un clic metronómico y, en muchos tramos, toca un pad que dispara sampleos que no siempre distinguimos qué son. En un momento Juana se mandó un solo buenísimo en lo que creo que era un China cymbal.
Durante el concierto, me dio por concentrarme en la variedad de las formulaciones rítmicas que maneja Juana en sus músicas. Ella tiene una sensibilidad especialísima y una imaginación extraordinaria para encontrar swing donde no es evidente. Hay un tema en 7, pero el bombo dance va en 2, con lo que se cruza con el compás, propiciando un ciclo largo de 14 hasta volver en fase. Hay varios temas en los que se distingue la figura 3-3-2 característica de la milonga, y hay uno en particular en que esa división de milonga se superpone a otra división de milonga al doble de la velocidad, con lo que tenemos dos micromilongueos para cada milongueo. Las melodías y algunos elementos de los grooves se divierten explorando distintas divisiones sobre esa base, muy bien armadas en la forma global como para generar un crecimiento excitante que muchas veces desemboca en euforia, o, si no, nos sumerge en unos minutos de misterio y devaneo. Entre los músicos que hicieron lo grueso de sus trayectorias en el siglo XXI, no conozco otro que me colme tanto como Juana Molina. La combinación entre sus melodías, armonías, grooves y riffs suena casi mágica en su capacidad de aliar la inteligencia con el goce, de remunerar igual de bien al tipo que decide poner toda su atención en apreciar los detalles de la construcción de sus mundos sonoros y a aquel que simplemente se deja llevar, salta, baila y se conmueve.