¿Dónde quedan las mujeres en la lucha de clases? Para Federici la clave de esa respuesta está en la división del trabajo y en el “gran territorio de explotación” que significa el trabajo doméstico. “El capitalismo se apropió del trabajo no pagado, se construyó sobre la degradación del trabajo de reproducción y de los cuidados. Pero no es un trabajo marginal sino el más importante, porque produce sobre todo la capacidad de la gente de poder trabajar”, ha dicho.
Su obra fundamental se titula Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, editada en 2004. Allí realiza un estudio histórico de la “caza de brujas” dada a partir del siglo XV, momento en que Europa, en los orígenes del capitalismo, fraccionó las tierras comunales en pos de propiedades individuales, que fueron entregadas al varón. En aquella instancia en que el cultivo para el sustento se separó del cultivo para el mercado, expulsando a las mujeres a un segundo plano, en cuyos cuerpos se libraron las batallas que llevaron a muchas de ellas –sobre todo a las viejas depositarias de saberes y cultura– a la hoguera.
A Federici se le mezclan un poco las palabras, “hablar en español cuando estoy cansada no es fácil”, dice, pero hace el esfuerzo, atenta a la primera pregunta.
—¿Hay una explicación histórica para el aumento de la violencia contra la mujer?
—Es importante reconocer que la violencia ha estado siempre presente en forma potencial en la relación entre hombres y mujeres en esta sociedad. Muchas mujeres son golpeadas si no han preparado la comida, a muchas mujeres se les dice que no deben salir de noche, que deben quedarse en casa atendiendo a sus hijos, como una parte del reglamento del trabajo doméstico. Pero creo que hay muchas razones para el aumento de esa violencia. La primera es la búsqueda de autonomía, ante el rechazo a cumplir con los servicios que tradicionalmente han brindado a los hombres. La búsqueda por hacerse independientes orilla a las mujeres al peligro. Por ejemplo, con la inmigración: las expone a la violencia con las autoridades en la frontera, en el trabajo en casas de personas que no conocen, que las maltratan. Esto no quiere decir que las mujeres deban quedarse en casa, sino denunciar una situación de mucho riesgo en el empleo para alcanzar la independencia económica.
En segundo lugar, pienso que las mujeres han estado y están involucradas en tantas luchas que la violencia no les viene sólo de hombres individuales, sino que es violencia de Estado y de los paramilitares. (Federici se para en este punto de su discurso que no es menor, dice.)
Las mujeres han defendido un uso no comercial de la riqueza natural porque tienen una concepción distinta sobre qué es lo valioso ¿Qué te da la seguridad? No tienen confianza en el dinero, sino en la seguridad de tener animales, vacas, árboles. Hay violencia en contra de ellas porque son las protagonistas de tantas luchas.
—¿Puede trazarse un puente entre aquellas violencias de la Edad Media y las actuales?
—En las últimas dos décadas se ha dado una nueva forma de lo que Marx llamó “acumulación primitiva u originaria”: una nueva ola de ampliación sin mesura del mercado global, para lo cual debe desplazarse y destruir muchas comunidades. Se atacan las tierras comunales pero también a las relaciones que produce la gestión comunitaria de la tierra. El ataque a la mujer es fundamental hoy como lo fue en los siglos XVI y XVII, porque son las mujeres quienes mantienen unida la comunidad, son las que están involucradas en el proceso de reproducción, son las que defienden más directamente la vida de la gente. Atacar a las mujeres es atacar a la comunidad.
Piensa esto: la acusación de brujería es perfecta para desintegrar una comunidad, aunque es una teoría que me gustaría comprobar más. Se basa en el principio del enemigo interno: esa que parece la vecina por la noche se transforma, en una reunión monstruosa, junto a otras como ella. Es una manera de crear el miedo de relacionarte con otras mujeres, y destruyó por tanto la solidaridad, porque las obligaban a delatar a otras.
—¿Qué es lo que ha generado esta nueva etapa de producción capitalista orientada a abastecer al mercado financiero?
—Me parece importante señalar otro problema: que nos han hecho un lavado de cerebro exactamente sobre estos temas, nos convencieron de que la producción es un fin en sí mismo, que nada la equipara en valor, que lo sabio es someter la vida humana a la producción. Es uno de los principios fundamentales del capitalismo y para ello todo es legítimo: el asesinato, el despojo, la guerra. Pero esto también ha penetrado en nuestra personalidad, lo hemos incorporado.
Hace muchos años que siento que el monstruo está en nosotros mismos. Por ejemplo, que se tiende a reducir el tiempo que se da a la amistad, al amor, al encuentro. Raúl Zibechi me comentaba que el tiempo compartido es una de las claves en las comunidades zapatistas. Me parece fundamental y a la vez tan difícil, porque debemos cambiarnos a nosotros mismos, convencernos de que una de las riquezas más grandes son las relaciones con los otros. Y que una de las tareas más grandes es desarrollar nuestra personalidad.
Se le da valor a un teléfono nuevo, pero no a la capacidad de los seres humanos de ser más solidarios, de no ser hostiles, de no tratarnos como enemigos. No se da valor al desarrollo de la capacidad de comprensión, compasión y empatía con el resto. La colaboración es importante en el capitalismo sólo cuando sirve para producir algo que se puede comercializar, por eso es que necesitamos un cambio de subjetividad.
Encontré mujeres en una villa de Buenos Aires que me impresionaron por la personalidad tan rica que tenían. Habían hecho asambleas y discutido sobre lo que necesitaban: tener luz en el barrio, pavimentar la calle para que no se llene todo de barro cuando llueve. Esto significó mucho trabajo, pero sobre todo un montón de decisiones. Cuando te mueves fuera de la lógica del Estado y del mercado todo es riesgo. Todo es riesgo. Debe medirse bien qué es lo importante y qué no lo es, y eso es un criterio que se crea junto a otros. Sólo desde una relación de solidaridad se puede definir.
—¿Las nuevas formas de resistencia pasan por el encuentro?
—El concepto de crear lo común significa también reconstruir el tejido de nuestras sociedades. Cada ola de desarrollo capitalista ha destruido las relaciones de confianza, de conocimiento, la vecindad. Por ejemplo, en Estados Unidos en los últimos 30 años la reestructuración territorial destruyó todas las comunidades del noreste, las comunidades industriales. Allí donde la gente trabajó durante años y había construido formas de contrapoder porque se conocían y sabían que cuando había una huelga tu vecino estaba a tu lado, podía apoyarte. Todo fue destruido.
¿Por qué es tan fácil hoy expropiar, gentrificar (recambio de la población de un lugar)? Porque no hay nada que una a la gente a los lugares. Hay ciudades americanas donde toda la población es nueva. No se conocen, entonces, no tienen capacidad de resistencia. La gente no es loca. No puedes resistir a la opresión y la dominación si no tienes confianza en que otros van a luchar contigo.
—¿Podrías dar algunos ejemplos de dónde ves esa resistencia?
—Hay muchas maneras y no todas son igualmente eficaces. Una de ellas implica la creación de formas de reproducción fuera del mercado. Cuando empezamos a juntarnos y pensar cómo construir algo en común es claro que la mayoría de la gente vive inserta en una red de relaciones capitalista y no se puede saber desde el comienzo si lo que se hace es capitalista o anticapitalista, si va a crecer o cambiar.
También es claro que si no se empieza a reconstruir ese tejido de relaciones, que es la fábrica de nuestra vida, a construir las relaciones que nos dan apoyo, solidaridad, confianza, no podemos resistir. Oponernos a la militarización de la vida, al desempleo, al empobrecimiento intelectual o moral. Esta es la problemática común hoy. También pienso en los estudiantes y en la privatización del conocimiento, resistir la conversión del conocimiento en mercancía, eso de que para estudiar debes endeudarte. Las luchas contra el despojo de la tierra son de las más importantes. Cuando las grandes semilleras, las compañías del agronegocio, controlan las tierras del mundo y nosotros no tenemos ninguna relación con lo que comemos, no tenemos ninguna relación con la naturaleza, somos como animales encerrados en ciudades.
Sé que algunos marxistas, economistas, celebran la ciudad como el lugar de las grandes relaciones. Pero la ciudad también es una realidad social que es muy dependiente del campo. Cuando no se controla nada del campo, de los bosques, de la costa, de los mares, somos completamente vulnerables a lo que nos imponen. No tenemos ningún control. Ya pasa esto.
Y está la problemática indígena, de la que no quiero hablar porque no la conozco bien.
—¿Qué efectos tiene esta etapa global sobre nuestros cuerpos?
—El cuerpo de la mujer es tratado cada vez más como una máquina. Un ejemplo son los vientres de alquiler, a las mujeres que son fertilizadas no se las trata como a las madres de los bebés que engendran. Se les prohíbe, en los contratos que firman, desarrollar afecto por ese niño que van a parir. Otro ataque está en relación con la cosmética. En el movimiento feminista las mujeres habían luchado contra la estética como disciplina, que había sido usada para dividir a las mujeres. Esta comercialización del cuerpo de la mujer está regresando.
Aunque creo que en el campo donde se ve mejor es en la salud. Cuando descubres que tienes una enfermedad grave es terrible si no tienes una comunidad contigo que pueda ayudarte a comprender qué es lo que pasa, pensar en los distintos tipos de terapia, acompañarte a los doctores. Si no tienes esa comunidad estás perdida. El protocolo médico ante el cáncer tiene una concepción militar de la terapia: se combate el cáncer, se destruye, se lo ataca, y de forma muy traumática. El cáncer de mama es un ejemplo paradigmático de cómo se imponen terapias que no tienen en consideración lo que las mujeres sienten, sus miedos, la posibilidad de curas alternativas.
En Estados Unidos se forman clubes de mujeres con cáncer de pecho, se juntan para darse apoyo. Esto me parece indicativo del grado de aislamiento que tiene esta sociedad. El aislamiento es peligroso porque te debilita a ti y a tu capacidad de resistencia.
Otro capítulo importante es el de la maternidad. En Estados Unidos, en Tennessee, se aprobó en agosto del año pasado una ley que establece la pena de “asalto agravado” a las mujeres que consumen marihuana cuando están embarazadas, que puede llegar a 15 años. Lo consideran como una forma de homicidio del feto, que tú lo asaltas.
Muchas veces digo que el cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo. Producir vida por fuera del cuerpo de la mujer es la última frontera que no ha sido capaz de traspasar.
—¿Qué papel juega en esto la memoria histórica?
—Me parece importante establecer, en contra de la teoría dominante, que el capitalismo ha producido escasez, no riqueza. Al menos para nosotros ha sido un empobrecimiento. Hemos perdido nuestra relación con la naturaleza, ¿cómo podían los polinesios navegar el mar sin instrumentos, sólo con la comprensión que su cuerpo hacía del vaivén de las olas? Yo no puedo comprender esto. Hemos perdido la relación con nuestro cuerpo y con los demás. Nos ha recluido a estas cosas pequeñas, aisladas, que tienen miedo de los otros. El empobrecimiento radica en no ser capaz de comprender y apreciar la riqueza que significa la relación con los demás.
No sólo esto, sino haber perdido la capacidad de sentirse parte de algo más grande que uno mismo. Este tema es una obsesión para mí. Nos han limitado a estas cosas tan pequeñas.
El capitalismo empezó con el cercamiento de los campos para expulsar a los campesinos, pero también para cercar a las personas. Cortaron la relación con la naturaleza, cortaron la relación con los otros. Cortaron la relación con nuestro cuerpo, me refiero a esta forma de autodisciplina de distanciamiento, este proceso de extrañamiento de tu propio cuerpo. Esto es un empobrecimiento, cuando te sientes una cosa pequeña, aislada y no te sientes parte de algo más grande, de una historia.
Es importante comprender que muchas personas se sienten conectadas con un mundo de relación que va más allá de su vida, que no ve en el fin de su vida el fin de todo, que ve que su vida va a continuar en la de otros. Eso significa sentirse parte de algo más grande. Cuando tienes miedo a los otros, cuando no eres capaz de apreciar y comprender la riqueza que da la relación con los otros, estás empobrecido.