Si durante unas cervezas alguien le hubiera dicho a Daniel Figares que escribiera el final de su vida, seguramente lo habría imaginado tal como fue: apegado a sus convicciones, rodeado de sus amigos más cercanos, de la mano del amor de su vida, lejos de las luces y al costado de todo.
Las repercusiones de su muerte son un ejemplo de lo que generó. Miles de personas y colegas lo despidieron y destacaron su compromiso con el oficio periodístico, su coraje y su honestidad. La clase política –los que se autoperciben poderosos y los que lo son de verdad–, consciente de que siempre estuvo en su mira, optó por el silencio. Vaya a través de Daniel Radío, actualmente vicepresidente del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente, el reconocimiento a quienes fueron excepción.
Tal vez la causa de ambas actitudes responda a lo mismo: al lugar desde donde Figares decidió pararse en la vida y en los medios, en su actitud ética y moral para ejercer el oficio periodístico. Estos días se ha recordado mucho su entrevista de 2005 a Luis Alberto Lacalle, en la que el expresidente explicitó su incomodidad y por la que pidió a las autoridades de Canal 12 que no se emitiera el programa. La nota salió, sin publicidad previa, y el programa se levantó del aire. Pero hubo otros highlights en su trayectoria que reflejaron su forma de sentir y hacer.

En el programa Planb, Figares utilizó como eslogan «Comedia, periodismo y rock and roll». Esa frase lo define. Daba la información, pero la potenciaba apelando al chiste que destilaba ácido, que era corrosivo. En los días posteriores al atentado a las Torres Gemelas, en Estados Unidos salió una lista de canciones prohibidas. Una de ellas fue la cortina con la que Figares fue contando, día a día, las novedades sobre este tema. Era «Safe in New York City», de AC/DC. La ironía al palo.
En la primera época de Rompkbzas en El Espectador, Figares denunciaba las consecuencias de las políticas neoliberales en esta zona del mundo. Empresas y empresarios eran mencionados en su programa, algo que no gustaba a las autoridades de la radio. Buscaron controlarlo sumándole personas que le bajaran el tono o distrajeran con chistes fáciles. Fracasaron con todo éxito. Y la audiencia lo notó.
Siglos antes de que se hablara de igualdad de género supo armar el programa Tarde de perros con Sandra Arévalo y Fabiana Acosta. Un varón en minoría, dos mujeres haciendo humor. Un éxito no solo de audiencia: Fabi fue la mujer de su vida.
En esta evocación desordenada, otros ítems destacables son su dupla con Carlos Peláez, afianzada desde Planb con la columna «Cosechando amigos», título que hacía referencia a la irritación que generaban las denuncias que ambos desgranaban al aire. Fue en ese programa que se anunció, en marzo de 2002, que llegaría el corralito económico a Uruguay. Las críticas llovieron implícitas y explícitas por parte de colegas y desde otros medios. Cuando el corralito se instaló, una oyente comenzó a ir todos los viernes a la radio con un pan casero de regalo.
—Yo tenía solo 5 mil dólares de ahorros para mi jubilación. Confié en ustedes, los saqué y los tengo. Si no, no sé si estaría viva.
Por esas épocas, Sara Méndez encontró a su hijo Simón y eligió el programa de Daniel Figares para comunicárselo al mundo. Una elección basada en el don de gente de Daniel, en su respeto por el tema.
En aquel momento, los hermanos Fasano (Federico, dueño de AM Libre, y Carlos, su director) se encontraron con el mismo problema que los dueños de El Espectador: no podían incidir en los contenidos del programa.
—Planb es caro e ingobernable, prefiero algo barato y manejable –dijo Carlos en su despacho, frente a una conductora y dos productores de la emisora.
Y, en diciembre, la seguridad privada de la radio impidió el acceso de Figares a hacer su programa «por orden del doctor».
Como escribió uno de sus amigos, con pedido de anonimato: «Daniel prefería dormir tranquilo antes que cómodo». Esa frase también encierra uno de los méritos que las distintas audiencias valoraron en él.
Su inflexibilidad fue tema de charla con los amigos. Tener cierta cintura, estrategia, probablemente habría permitido que se mantuviera muchos más años al aire. Pero él sacaba eso del terreno de la ética, donde no habría sido una falta, y lo llevaba a lo moral, donde apartarse media micra del camino era una claudicación inaceptable.
El programa La letra chica de TV Ciudad lo evocó con un fragmento de un editorial suyo que define la forma en que entendió el oficio.
—Para los estudiantes de periodismo: no se caguen. Todos vienen a apretar, a decir «no digas esto porque se te va este de la tanda, porque te dicen que es mentira, que estás comprado, que sos de derecha, de izquierda y así». Todos tienen una lucha de poder. El periodismo no está para eso. Está para ver, observar y reflejar la realidad de lo que pasa día a día.
Figares tenía autoridad para hacer esa reflexión porque así ejerció su tarea y se bancó todas las consecuencias, incluso estar perimido durante años del aire.
El final lo encontró en el Hospital Maciel, donde una enfermera comentó asombrada:
—Debe de haber sido un buen hombre porque siempre hay un amigo al lado de la cama cuidándolo. Eso no es algo común.
En las dos semanas que estuvo internado, el Manzana, Gonza, los negros Zalduondo y Trasante, Juanji, Willy, Mónica y quien escribe nos sentamos a su lado para acompañarlo. Mención aparte a Fabi, que fue a Daniel lo que «la Claudia al Diego». Aunque hacía años que ni se veían y ella está casada, le avisó a su esposo que sentía que tenía que ir a cuidarlo. Fue, conversaron, se rieron, y en un abrazo con ella Figares decidió, conscientemente, que no quería respirar más.
Amigo, sé que estas líneas quedan muy cortas para homenajearte. Sé que me dirías «no jodas, Maculita» y, si fuera una charla telefónica, antes de cortar mandarías un «tamos falando, bo».
Eso.





