No. La negación es la piedra de toque de Desplazamiento hacia el rojo, la puerta de apertura a una narrativa que desarma para armar, para amar. «No sé si soy yo o es la pared que me interpela», propone la narradora de la novela, y de lleno interpela interpelando, sembrando la duda sobre la identidad y lo que la rodea. Con un dejo de animismo, instaura un sendero sobre una mirada otra, que se detiene en el detalle de una pared que habla de su micromundo, pero también de una sociedad que lo construye. En su casa hay una superficie llena de pinturas de Gustav Klimt y no de Hilma af Klint, ¿por qué? Con el diario del lunes, la respuesta es una obviedad, pero la novedad de la novela reside en la pregunta y, trascendiéndola, en la instauración de un nuevo canon, que incluye sin temores a Malena Pichot junto con Greta Gerwig, pero que no olvida a Ovidio ni a Tim Burton. De fondo, aquí está ficcionalizada esa idea de un mundo feminista que no desecha la producción masculina, sino que la resignifica según sus intereses y necesidades.
Esta novedad editorial escrita por Mariana Olivera Naviliat fue publicada por Sujetos Editores en la colección Guyunusa, fundamental para la difusión de, justamente, voces que miran y nombran lo otro, aquello que no tiene mucho lugar –siendo eufemística– en las editoriales más prestigiosas. Según se puede leer en la solapa posterior del libro, dicha colección busca «habilitar y divulgar la palabra escrita de los afrofeminismos, los transfeminismos, los lesbofeminismos y los movimientos que luchan contra toda forma de dominación». Y, por supuesto, esta palabra no solo atrae por su fin social, sino también por el constitutivo entramado lingüístico que desborda sus páginas, por las cuales se cuela, como plantea Soledad Castro Lazaroff en el prólogo, un lunfardo feminista que se corresponde en gran parte con el registro de la oralidad urbana de la juventud montevideana de clase media del siglo XXI. Esta elaboración estética, que constituye, además, una decisión política, termina por crear un efecto de cotidianidad, de llanura, de simpleza, que podría llevar a cualquier lector a devorar el texto en cuestión de una o dos horas. Sin embargo, no hay que dejarse engañar por el arte de Olivera Naviliat: Desplazamiento hacia el rojo no tiene nada de simple. Intrépida y atrevida, la novela está atravesada por un sinfín de temáticas sensibles de actualidad, elaboradas en un código literario que duele por su verosimilitud. El embarazo no deseado, la relación sexoafectiva destructiva, la precarización laboral, la violencia obstétrica, la negación de la propia bisexualidad por parte de terceros, la maternidad que agota y a veces oprime no son patrimonio de la ficción. La literatura no cae del cielo ni brota de las ramas de los árboles, como diría un profesor que tuve en la universidad. E introduzco la primera persona adrede, porque es imposible que este libro, llamativo desde su portada –ilustrada por Natalia Vera Venturini–, no haga pensar en la realidad individual de una mujer cis blanca bisexual de clase media dentro del marco de lo colectivo. Al fin y al cabo, de papel o de carne y hueso, la protagonista y yo ponemos el cuerpo a violencias análogas.
LEGAL, SEGURO Y GRATUITO
Si bien el concepto que da título a la novela proviene del campo de la astronomía, el color rojo tiene un potente y conocido contenido simbólico en la cultura occidental, que excede los términos específicos de esta ciencia. El rojo es, simultáneamente, la vida y la muerte, Cupido y su herida. En las tierras de la novela, es el color del aura de la protagonista, de las luces que envuelven el escenario del enamoramiento, de los labios de su enamorado, pero también de la sangre perdida en un aborto que, más allá de la legalidad ficcional, no deja de atraer voraces miradas ajenas en busca de un juicio final. Con todo, estas violencias no dan lugar a una tentadora focalización victimista de la temática; por el contrario, la narradora se encarga de ir mostrando todos los hilos, todos los matices que trae consigo la experiencia, desde lo corporal hasta lo vincular.
«Más que un desafío, contactar con el feto fue una necesidad.» En esta cita se vislumbra una mirada clínica y crítica, que pone como centro lo vital y no lo normativo, y que alcanza, incluso, un análisis meticuloso de los usos del lenguaje para mencionar la vulva, que expulsa aquello que no puede ser. Aquí es cuando tenemos que desconfiar de la espontaneidad del relato, uno en el que todo está meticulosamente ordenado, dispuesto, seleccionado.
EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR
En el momento en que abrí por primera vez Desplazamiento hacia el rojo, recordé una lectura que había sido bastante reciente para mí; se trata de El fin del amor, un ensayo feminista escrito por la argentina Tamara Tenenbaum y que, como adelanta su título, aborda el tema del amor romántico. Apareció en mi memoria por varias razones, principalmente porque comparte con el texto de Olivera Naviliat un lenguaje feminista y porque, aunque en clave ensayística, aborda también los vínculos sexoafectivos desde una mirada cuestionadora e interseccional (aunque su análisis, como plantea la autora, solamente aborda las relaciones heterosexuales).
La narradora de la novela uruguaya sufre los vínculos, pero los racionaliza en su relato. El acto de contar su historia aparece como una práctica de rebeldía terapéutica, necesaria, única; implica conocer(se) y reconocer(se) dentro de un entramado mayor: «Confundo lo que necesito con lo que deseo, aunque sean lo mismo, porque soy parte de un engranaje histórico basado en esta disociación». Considerando estas palabras como punto de partida, cabe inferir que todo su mundo, incluyendo los vínculos, están impregnados por el mandato del debés querer y debés necesitar, del debés formar una pareja heteronormada, sostener el hogar y cuidar bien a tu hija. Y he aquí la angustia que se filtra por las líneas del texto, en forma de «la yuta madre» o de alguna expresión en la que se vislumbra la culpa de no ser siempre la mejor mujer. Pero también está la otra respuesta, la de «permitir el derrumbe en su esplendor, sin esconder los escombros ni revocar el dolor». Esa es la bandera que parece ondear la voz de la novela, una bandera bajo la cual la narradora se permite sufrir, pero también pisar fuerte y romper con el zapato de cristal, incluso –y especialmente– cuando el entorno masculino, su pareja, no apoya, no cede, no avala.
EL CUARTO PROPIO, ¿A QUÉ COSTO?
Destruido el zapatito de cristal, no queda otra que arreglárselas. Nuestra innombrada protagonista emprende así la búsqueda de su cuarto propio, aquel que reclamó Virginia Woolf para las escritoras del siglo XX y que tan difícil resulta conseguir aún en el siglo XXI. Tenenbaum es determinante en esto: «En las grandes ciudades, cada vez más gente vive sola, pero todavía existe un estigma muy fuerte asociado a la mujer soltera».1
La separación que el personaje principal atraviesa en la novela, narrada desde una mirada en retrospectiva, trae consigo el enfrentamiento a una de las patas más crueles del sistema capitalista que denuncia el texto: la precarización del ama de casa y la dificultad de adquirir un inmueble. He aquí otra de las violencias sistémicas: la dependencia económica, con todo lo que esta conlleva. De todas formas, una red de contención formada exclusivamente por personajes femeninos parece allanar el camino de la protagonista, colaborando con la sanación de la inevitable herida del desamor y sus consecuencias.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. O no.
1. El fin del amor, de Tamara Tenenbaum, Montevideo, Planeta, 2021, pág. 64.