—¿Cómo nació la editorial Fardo?
Joaquín Di Lorenzi —En el taller de Daniel Mella. Los que fundamos la editorial íbamos al taller, teníamos textos que queríamos publicar, pero no eran tan largos como para un libro, y entonces dijimos «vamos a sacarlos nosotros». Los sacamos en fanzines, y eso hicimos por un tiempo, hasta que el año pasado se reconfiguró la editorial. Quedé solo y dije «o esto se termina o lo encaro yo». Así, me decidí a sacar el primer libro impreso en imprenta.
—¿Cuáles son los objetivos editoriales?
J. D. L. —Se van reformulando con cada libro. Lo primero que saqué fueron tres libros de Julio Inverso, que capaz que no entrarían en la línea editorial ahora [risas]. Pero en ese momento se dio la oportunidad de publicar esas obras de Inverso, que estaban agotadas, y la tomé. En realidad, lo que más busco son autores jóvenes, de Uruguay, pero también de otros lugares de Sudamérica. Me interesa particularmente la autoficción, la escritura del yo. Aunque lo de Romina no es tan autoficción, son cuentos [risas]. Lo que busco es escritura joven.
—¿Qué quiere decir escribir de una manera joven?
J. D. L. —Escribir como la gente joven habla, que los autores digan palabras que ellos usarían, que no suene como una cosa forzada. La autoficción se presta mucho para escribir como uno habla, aunque es algo muy abierto.
—En el caso de los textos de Inverso, ¿cómo fue el proceso de edición?
J. D. L. —Le regalé mis libros de Inverso a una amiga argentina, y dije ta, después los compro. Pero cuando los fui a comprar de nuevo no estaban por ningún lado. Entonces decidí publicarlos yo. Hablé con su hermana Rosana y le planteé mi idea, que era publicar todos los libros de Julio, pero separados, porque nunca se volvieron a editar así, se editaron como obras completas. Y a mí me gustan los volúmenes individuales, soy quisquilloso con eso. Quería sacar toda la obra, era un proyecto muy grande, pero por temas económicos saqué tres. Fui a los manuscritos originales, hice un largo trabajo de investigación y edición.
—El «padrinazgo» de Inverso para la editorial combina bien con tus objetivos.
J. D. L. —Claro, porque sigue siendo superfresco. Murió muy joven y su literatura tiene una vitalidad muy grande.
—¿Con qué dificultades te encontraste en el campo editorial?
J. D. L. —Se piensa que las editoriales independientes hacen plata, y en realidad es lo contrario, es por amor al arte. Hay un desconocimiento grande sobre cómo funcionan las editoriales. Por ejemplo, es riesgoso publicar autores que no son de acá, porque cuando publicás un escritor nacional, tenés un colchón de ventas que es una base mínima, los amigos y la familia. Pero si sacás un autor de otro lado, no tenés eso, es libro a libro. Pero, al mismo tiempo, la idea de la editorial es esa, acercar al público uruguayo otras voces que no son las que están en las librerías. Publicar lo mismo de siempre no tiene mucho sentido. Igual, la dificultad más grande es la difusión, que te den bola, que les presten atención a las cosas uruguayas independientes. Es difícil llegar a la gente.
—¿Y cómo nació la relación entre ustedes?
Romina Reyes —Este libro, Reinos, lo publiqué en 2014, es un libro que nunca se ha dejado de vender allá. Un día Joaquín me escribió por Instagram y me dijo que le había gustado y que quería publicarlo en Uruguay. Era de noche, yo estaba un poco borracha, y le dije que sí, que me parecía bien, que habláramos. Fue muy de la nada. Yo tenía cero referencias de él, Fardo es una editorial chiquita, pero estudié el tipo de trabajo que hace Joaquín y me gustó.
—¿Qué significa para vos editar tu libro en Uruguay?
R. R. —Es la primera vez que publico en el extranjero. Es reemocionante, es parte de mis objetivos de ser escritora. Mi literatura tiene un potencial político muy feminista, entonces me gusta que se lea, que genere discusión. Hay mucha violencia hacia las mujeres en Reinos, pero no está cuestionada ni criticada, sino mostrada en bruto. Eso es algo que atrae. Era chica cuando lo publiqué. Tenía 25 y ahora tengo 33; ha sido un viaje entender lo que es escribir.
J. D. L. —Una de las cosas que más me gustó cuando leí Reinos fue eso que dice Romina, que la violencia está ahí, pero no está juzgada, no es un panfleto.
R. R. —Igual para mí es fuerte, de repente vuelvo a leer el libro y es hardcore. Pero hay un trabajo con el lenguaje, con cómo se habla en Chile. Me daba mucha lata leer literatura que sonaba muy limpia, escrita para que fuera traducida o entendida en distintos lados.
J. D. L. —Pila de gente me preguntó si iba a cambiar el texto, a sacar los chilenismos, o si le iba a poner un glosario, y dije que no. ¡Está internet para buscar!
R. R. —Además, hay un tema de colonialismo. A cada rato leemos españoles y nadie piensa ni por un segundo en traducirlos. Pero, además, es interesante posicionar a los personajes con el habla: el lenguaje de mi libro te sitúa en un ambiente de precariedad generalizada. Reinos se trata sobre cómo es ser mujer o disidencia en un lugar superhostil, como es Chile. Y aun así buscar el amor y la pasión, arrojarse a eso con todo lo que significa. Por eso está la violencia, porque esa libertad, ese arrojo, tienen consecuencias.
—¿Lo pensaste como un libro feminista?
R. R. —No. Estudié periodismo en la Universidad de Chile y era un ambiente muy heterosexual, muy machista, mucha valoración al machito de izquierda. Tuve compañeras que fueron abusadas, y eso estaba normalizado. Entonces, Reinos tiene que ver con habitar un espacio violento y ver qué puedes hacer ahí. En esa época, que fue de mucha movilización social, el sujeto político era el estudiante. La mujer no estaba presente como sujeto político. Los encapuchados eran los compañeros; parecía que las compañeras solo estábamos para llevar limón y bicarbonato, y cumplir ese rol de enfermeras. O para ser la polola de. Pero después estudié en Argentina de 2016 a 2018 y me tocaron las protestas por el aborto, y también era una mujer sola en otro país, y eso es fuerte. En 2018, en Chile fue el mayo feminista y las estudiantes por primera vez se pusieron a ellas como sujeto político. Me daba envidia, me daban ganas de estar ahí, en las tomas separatistas. Fui agarrando más esa conciencia, esa fuerza. También, entremedio, salí del clóset. Cuando volví a Chile, ya era totalmente feminista.
—Entonces, Reinos trata más sobre la idea de ser joven.
R. R. —Sí. Es potente, habla de una juventud enfrentada a un sistema muy carnívoro, que se come todos sus sueños. Estaba saliendo de la universidad y entrar al mundo adulto era una depresión tremenda. Estudié en una universidad de izquierda, sentía que me habían enseñado cosas valiosas, pero que no me servían para conseguir trabajo. Salí muy idealista, diciendo «no a los diarios de derecha, nunca voy a trabajar ahí». Y bueno, la máquina te va comiendo, la izquierda nunca paga bien [risas]. Entonces, trabajé sobre ese sentimiento de vivir una adolescencia reiterada y nunca estar conforme con el mundo. En Reinos los personajes no buscan ser exitosos, ganar más plata: buscan el amor, la felicidad. Y no la encuentran. Esa es la tragedia.
—¿Y la novela que publicaste en 2019?
R. R. —Ese sí es un libro feminista. Es una autoficción, se trata de las historias cruzadas de una hija y una madre, en distintos tiempos. La chica tiene 25 años y vive este Chile neoliberal del siglo XXI; la madre se enfrenta con el hecho de ser una mujer joven en la dictadura chilena, que tiene un potencial narrativo superfuerte. Me llamaba la atención todo el horror de la tortura, la sensación de vivir con miedo. Pero también esa cosa de llevar adelante la vida cotidiana: hay detenidos desaparecidos, hay toque de queda, pero igual tienes que hacer tu vida, comprar pan, salir con las amigas, estudiar. Es una novela dura, un mapa de violencias. El personaje de la madre es muy sororo, tiene distintas amigas y familiares a las que les pasan cosas, y ella está ahí, apoyándolas.
—Sosteniendo.
R. R. —Tratando de escuchar, de acompañar a la otra. Si la violencia no tiene una solución, una solo puede abrazar.
—Llevarle a tu amiga un chocolatito.
R. R. —Claro, o recibirla en tu casa. Y me pasó que en agosto de 2019 salió el libro y en octubre fue el estallido social. Y volvió esa sensación de la dictadura, que yo no la viví, pero eran un poco los mismos relatos: militares en la calle, gente muerta, toque de queda. De pronto estaba viviendo yo misma lo que había pensado para la novela. Hay un gobierno criminal, hay terrorismo de Estado, pero igual tengo que ir al supermercado a comprar el almuerzo.