Es una visita histórica, será un nuevo comienzo. Con mi amigo Vladimir abriremos una nueva página en las relaciones bilaterales. Ambos países podemos hacer grandes cosas juntos”, afirmó el mandatario turco en declaraciones a la agencia rusa Tass. Su viaje a San Petersburgo de este martes 9 busca recomponer una relación comercial que se había deteriorado desde noviembre pasado por el embargo ruso a las exportaciones agrícolas turcas, que cayeron un 60 por ciento debido a las sanciones impuestas por Moscú.
Luego de la recomposición de relaciones, Ankara espera el regreso de una parte de los 4 millones de rusos que veraneaban cada año en las playas de Anatolia, así como un mejoramiento en el clima de negocios que puede llevar a la construcción de la primera central nuclear de Turquía (Akkuyu) por la rusa Atomstroyexport.
Sin embargo, el eje de la cuestión no es la economía sino algo más profundo en este momento. La construcción del gasoducto Turk Stream por el fondo del Mar Negro, para transportar gas a Europa sin pasar por Ucrania, es uno de los resultados más esperados de la reconciliación, ya que la obra estaba paralizada desde la crisis en las relaciones bilaterales. El suministro de gas a Turquía está garantizado con una inversión de 20.000 millones de dólares para culminar la obra en 2019, mientras que el primer reactor de los cuatro de la central nuclear Akkuyu podría entrar en funcionamiento en 2023.
De este modo, Turquía y Rusia vuelven a ser estrechos aliados como lo eran antes de noviembre de 2015 –cuando el ejército turco derribó un caza ruso–, pero en una situación internacional y regional completamente diferente. Por un lado, la guerra en Siria ha sufrido un vuelco a favor del régimen de Bashar al Asad gracias al apoyo de Rusia. Por otro, el fracaso del boicot de Occidente a Rusia –impuesto por Washington con la excusa de la “anexión” rusa de Crimea– es cada día más claro. Por último, el golpe del pasado 15 de julio en Turquía dejó en evidencia las simpatías de Washington y de Bruselas por los golpistas, mientras que Putin se encargó de avisar a Erdogan lo que se avecinaba.
Estos hechos marcan el fracaso completo y tal vez definitivo del unilateralismo estadounidense, y ponen de relieve que el mundo de hoy es cada vez más multilateral, pese a las dudas, y hasta las genuflexiones, europeas.
LOS ERRORES DE WASHINGTON. “Si Occidente ‘pierde’ a Turquía no será por sus relaciones con Rusia, China o los países islámicos. Será por sus propios errores”, dijo el ministro de Relaciones Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu. Y agregó: “la Unión Europea comete errores muy graves, incluyendo el apoyo al intento de golpe de Estado” (Sputnik News, 9-VIII-16).
La crisis turco-rusa ya había cedido considerablemente luego de la carta que Erdogan enviara a Putin con motivo del Día de Rusia, el 12 de junio, en la que manifiesta claramente su deseo de retomar las relaciones y se disculpa por el derribo del avión ruso (Ria Novosti, 14-VI-16). No es difícil interpretar que el golpe, que se produjo en medio de la reconciliación entre ambos vecinos, estaba destinado a impedir ese paso que en los hechos puede significar el fin de la guerra en Siria. Si Ankara acepta poner fin a su apoyo a los yihadistas, los días de la guerra están contados.
Es que la cuestión siria fue uno de los aspectos centrales del encuentro entre los presidentes y el más espinoso en las relaciones bilaterales. En los hechos, Erdogan estaba alineado con los neoconservadores de Washington y con Arabia Saudita, pero luego del fracasado golpe el acercamiento con Irán y Rusia es más pronunciado.
Putin fue muy claro: “Coincidimos con el presidente Erdogan en que la crisis en Siria sólo puede solucionarse por la vía diplomática”. Su par turco añadió que el debate a fondo comenzará luego de la visita. El futuro de las zonas bajo control kurdo en Siria, que abarca buena parte de la frontera turco-siria, puede ser uno de los escollos principales en las negociaciones, aunque aún no se sabe si Moscú puede aceptar una retirada “honorable” de Al Asad a cambio de garantizar la presencia de las bases aéreas y de la flota rusa en ese país.
Lo cierto es que Erdogan consolida su poder, algo evidente tras la purga de 60 mil partidarios del clérigo Fetullah Gülen y del mitin realizado en Estambul el domingo 7, al que asistieron más de dos millones de personas para condenar el golpe y honrar a los muertos de ese día. Se trata del mayor acto de masas en la historia del país, en el que no había más que banderas turcas y sólo dos retratos: el de Mustafá Kemal Atatürk y el de Erdogan. “La efigie y el nombre del actual presidente superaban con creces a los del creador de la república laica en las camisetas, cintas y banderas que lucían los asistentes. Los camiones repetían el nombre de Recep Tayyip Erdogan incluso con la base musical de la ‘Macarena’, mientras sus fans lo coreaban y ondeaban la enseña turca”, destaca una crónica de la jornada (El País, Madrid, 8-VIII-16).
INCIRLIK, MÁS QUE UNA BASE. El resentimiento de la población turca con Occidente obedece a varias razones. La frustración ante la promesa del ingreso a la Unión Europea es una de ellas. Al gobierno de Erdogan se le aplican adjetivos de “autoritario” y hasta de “dictadura”, mientras las potencias europeas y Washington aceptaron sin rechistar golpes de Estado (como en Egipto) y aprobaron elecciones más que dudosas (no sólo allí), sino que tomaron iniciativas como la destrucción del régimen libio, con consecuencias funesta para la población y la estabilidad regional. Ni qué decir del silencio sobre el régimen saudí, o sobre la intervención militar de Riad en Yemen, donde se violan sistemáticamente los derechos de las personas.
Este doble rasero de Occidente resulta chocante a raíz del golpe fracasado. El papel que jugó la principal base de la Otan en suelo turco, la de Incirlik, cerca de la frontera con Siria, es aún un misterio. Algunas voces sostienen que el derribo del caza ruso fue obra de pilotos turcos vinculados a esa base que permanece “intervenida” por el gobierno desde hace un mes, incluyendo un fuerte cordón policial en su perímetro.
El gobierno de Erdogan dijo esta semana que no va a cerrar la base militar de la Otan, en respuesta al vicepresidente del Partido Republicano del Pueblo de Turquía (Chp), Namik Havutca, quien dijo que la base aérea de Incirlik representa una amenaza para la estabilidad interna turca, ya que los aliados del país se están convirtiendo “en enemigos”. Sin embargo, el principal asesor del presidente, Ilnur Cevik, fue muy claro: “Turquía nunca va a cerrar la base aérea de Incirlik y seguirá cooperando con Estados Unidos. Nuestras buenas relaciones con Moscú no serán una alternativa a nuestras relaciones con Occidente y especialmente con Estados Unidos” (Sputnik News, 10-VIII-16).
A renglón seguido, Cevik advirtió: “Occidente tiene que respetar el hecho de que Turquía tiene sus propias políticas nacionales, con las que quiere proteger sus intereses nacionales. Si éstas convergen con los intereses occidentales, está muy bien. Pero si no lo hacen tienen que respetar el hecho de que tenemos derecho a salvaguardar nuestros propios intereses”.
Es evidente que Turquía no quiere ni puede romper con Estados Unidos. Pero tampoco está dispuesta a enfrentarse a Rusia o a cualquier otro país. Aunque aún es pronto para asegurarlo, el resultado de la crisis del caza ruso y del fracasado golpe puede ser la reafirmación de la independencia de un país de 80 millones de habitantes, que fue un imperio y se resiste a ser un peón. El periódico de las finanzas comprende lo que sucede en Oriente Medio en los últimos años: “El perfil más bajo de Washington en Oriente Medio está obligando a los actores regionales a tomar medidas y reconocer que Estados Unidos no es la única fuente de sus problemas, ni su salvación” (The Wall Street Journal, 10-VIII-16).