La reflexión del arzobispo parece anclada en el período preconciliar, más cercana a las tesis de Pío XII (el que excomulgaba a los votantes del Partido Comunista) que a las de sus sucesores, en particular Juan XXIII y el actual Francisco I. Sus declaraciones no fueron una excepción. “Las campañas para dañar la dignidad de la mujer en su ser mujer y madre, queriendo imponer la llamada ideología de género, no son humanas”, dijo el arzobispo poco después en un tedeum en el que criticó la campaña NiUnaMenos, que reclama por justicia para las víctimas de la violencia machista.
La indignación fue tan generalizada que el arzobispado se vio forzado a emitir una declaración en la que sostiene que las palabras de Cipriani fueron “malinterpretadas erróneamente”, redundancia que no bastó para tapar semejante desaguisado.
El caso es grave por dos razones. La primera es que Perú ocupa el tercer lugar en el ranking mundial de violaciones, como recordó la ministra de la Mujer, Ana María Romero, destacando que su intervención “invisibiliza y quita toda responsabilidad al agresor”. La ministra agregó que cada día en su país cuatro menores de entre 11 y 14 años se convierten en madres, es decir, unos 1.500 casos al año. “Se trata de niñas que no tienen el poder de tomar decisiones sobre su cuerpo. ¿Acaso esas niñas están en un escaparate?”, cuestionó.
El segundo problema es que el cardenal Cipriani fue denunciado en octubre de 2015 ante el Ministerio Público por encubrimiento de casos de abuso sexual, en muchos casos perpetrados contra menores de edad, dentro del movimiento católico Sodalicio de Vida Cristiana.
El ex sacerdote y actual dirigente político de izquierda Marco Arana aseguró meses atrás que “en nuestro país el cariño de la gente católica es mucho más grande al papa que a Cipriani”, a quien definió como “autoritario e intolerante”.