«Uno de nuestros objetivos es que cada vez más jóvenes quieran volver al campo» - Semanario Brecha
Con la coordinadora de la primera Tecnicatura en Producción Agropecuaria Familiar, Elena Apezteguía

«Uno de nuestros objetivos es que cada vez más jóvenes quieran volver al campo»

A pesar de los altos niveles de concentración en la propiedad de la tierra que existen en Uruguay, la amenazada pero resistente agricultura familiar representa un 14 por ciento de la producción nacional y casi la totalidad del sector hortifrutigranjero. Desde hace más de una década, en una UTU canaria vive y lucha una tecnicatura que promueve este tipo de producción, pero además se renueva con un fuerte enfoque agroecológico, innovador y con el sueño de revincular a los jóvenes con la ruralidad.

Elena Apezteguía. Gentileza de la entrevistada

En 2012, en un contexto de merma de este tipo de agricultura, surgió en la órbita de la UTU la primera tecnicatura en producción agraria familiar. Era un momento en que cobraba mayor visibilidad la concepción de los agricultores y las agricultoras familiares «como sujetos políticos del campo, con avances en el área de la sociología y en la comprensión de las dinámicas familiares, que son diferentes a las del empresariado rural», relata Elena Apezteguía, coordinadora de la carrera, además de ingeniera agrónoma y docente del Grupo de Agroecología de la Facultad de Agronomía (FAGRO, Universidad de la República [Udelar]). Este paso que se daría en la educación terciaria profesional sucedía a la creación, en 2008, de la Dirección General de Desarrollo Rural en el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), que nacía también con la misión de desarrollar políticas diferenciadas de fortalecimiento de esa agricultura familiar.

No podía tener mejor nombre el paraje de Canelones en el que se enclavaría esta escuela de agricultores: Cruz de los Caminos, ubicado en el quilómetro 40 de la ruta 7, cercano a Pando y a San Jacinto. El lugar elegido es el Centro Agustín Ferreiro (CAF), una referencia en la formación de maestros rurales, cuyo nombre homenajea a un pedagogo pionero en el impulso de escuelas granja. La tecnicatura se inserta «en una especie de mediocampo entre las políticas públicas y las organizaciones de la agricultura familiar, como la Comisión Nacional de Fomento Rural, las sociedades de fomento rural y las cooperativas agrarias», resume la entrevistada.

Sin embargo, más de una década después, el núcleo estable de docentes estaba preocupado por la actualización de los programas y por cierto cuello de botella: «El tiempo que nosotros teníamos para la tecnicatura era muy corto: dos años, de cuatro semestres. Los alumnos siempre hacen propuestas de trabajo final supercontextualizadas, pero sin tener mucha dimensión de lo que humanamente se puede hacer sin recursos para investigación, sin formación específica en investigación y sin tutorías docentes. Conclusión: los gurises terminan los cursos, consiguen trabajo, se casan, tienen hijos, y los trabajos finales van quedando». Esa es una de la razones que llevaron a la extensión de la carrera, que ahora entrega el título de «tecnólogo en Sistemas Agropecuarios Familiares» e incorpora un tercer año con dos semestres de metodología científica: uno con apoyo para la elaboración de los proyectos y otro con apoyo para la ejecución y la escritura académica de esos trabajos. Los cambios, que también incorporan un ajuste en el régimen de pasantías, arrancaron este año y llegaron casi sobre el estribo, ya que la reforma de los cursos terciarios de la Administración Nacional de Educación Pública quedó para el final del período de gobierno.

Me decías que a los estudiantes, que tienen un perfil etario variado e incluso pueden quedarse a dormir en las 15 plazas del CAF, les gusta mucho la investigación aplicada.

—UTU a veces tiene el criterio de que hacer un trabajo final es hacer un proyecto, pero los gurises hacen el proyecto y lo ejecutan. Obtienen resultados, que es lo que les gusta hacer. O trabajan con organizaciones de productores, de mujeres rurales, más que en el palo de la sociología, o hacen experimentos en el área agronómica, cosas que a ellos les parece que pueden aportar a resolver problemas. Eso era un esfuerzo desmesurado para un curso técnico de dos años. Teníamos, además, muy mal resuelto el tema de las pasantías. UTU las exige en todos los cursos terciarios, pero el sistema está pensado para pasantías laborales empresariales y eso en la agricultura familiar es extremadamente difícil, porque los alumnos tendrían que cumplir horas en la casa de un productor, con los temas de traslados, seguros, etcétera. Ahora los módulos 5 y 6 son de menor carga horaria y se buscan acuerdos con distintas instituciones vinculadas a la agricultura familiar. La idea es que acompañen a técnicos del Instituto Nacional de Colonización [INC] o de fomento rural. El tercer avance de la nueva tecnicatura es en I+D+I [investigación, desarrollo e innovación] y eso nos permite profundizar en el enfoque agroecológico dentro de la producción vegetal y la producción animal.Nosotros trabajamos un curso de producción familiar, no necesariamente agroecológico, si bien, por la vía de los hechos y más que nada por presión del propio público, nuestros sistemas productivos en el CAF han tenido desde hace muchos años un enfoque más en esa línea.

O sea que ya desde su creación había una influencia importante de lo agroecológico.

—Yo entré en diciembre de 2018, pero ya vi una convicción en los alumnos y una presión para buscar alternativas a la producción convencional. Me acuerdo, por ejemplo, de pedir clases en el área de homeopatía veterinaria. Además, hay una cuestión de identidad de la tecnicatura: antes de que existiera, en el centro funcionó una unidad de la Red Nacional de Semillas Nativas y Criollas, por lo cual uno de los proyectos que está desde el origen es la conservación y la multiplicación de semillas nativas y criollas, fundamentalmente hortícolas. Entonces, tenemos un semillero relativamente importante, donde además hay intercambio permanente con las huertas comunitarias, con productores que buscan algunos materiales nuestros y nos traen otros.

Entonces, ¿cultivan variedades adaptadas a las características locales, más resistentes, por ejemplo, a la situación climática de la región?

—Claro, más resistentes a climas, a enfermedades, que no requieran tantos insumos para ser productivas. Tenemos ahí algunos materiales que son superinteresantes, sobre todo en tomate. Yo heredé semillas de tomate araña y las venimos multiplicando año a año. Y cada vez son más productivos, más lindos, más sanos, en un sistema en el que no entra ningún tipo de fertilizante químico, ni fungicida, ni insecticida. Nosotros producimos nuestro propio compost y trabajamos con la mayor diversidad posible para ir generando población de enemigos naturales.

¿Y con todo este asunto de los microorganismos eficientes nativos aplicados a la fertilización tienen alguna línea?

—En la clase práctica se trabajan y los producimos para la huerta, pero también se usan con las aves y los lechones [véase recuadro].

Para visualizar también el contexto: ¿cómo está hoy la situación de la producción familiar en Uruguay?

—El año pasado, la gente de OPYPA [Oficina de Planificación y Política Agropecuaria] publicó trabajos de los que surge que el 14 por ciento de la producción bruta del país viene de la agricultura familiar, y, en términos sociales, es un grupo muy importante. La disminución de la producción familiar no es algo nuevo, pero se ha acentuado en los últimos años con todas las transformaciones en el uso del suelo, el avance de la forestación, de la agricultura de secano, sumado a algunos elementos de sustentabilidad interna, como el envejecimiento, la migración de los jóvenes y el aumento del precio de la tierra. Muchas veces el tema en el núcleo familiar no es la parte técnica, sino la escala, pero también hay otras condicionantes. Uno de nuestros objetivos es que cada vez más jóvenes se interesen por la actividad agropecuaria, quieran volver al campo, quieran construir sus proyectos de vida en la ruralidad. Y eso tiene que ir acompañado, obviamente, de un proyecto de acceso a tierras para jóvenes que sea eficiente.

¿Y cómo es la expectativa con relación al cambio de gobierno y este tipo de producción?

—Nosotros tenemos una situación de contexto y de dineros públicos a distribuir bastante compleja. Pero creo que sí hay otro entusiasmo con el reconocimiento político que la agroecología tiene por parte de las autoridades del MGAP. En el período pasado, el desarrollo de la agroecología en Uruguay fue un trabajo de hormiga y a contracorriente de un puñado de productores que sostuvo esa bandera durante 40 años. Estamos mejor que antes, pero hay que avanzar mucho y tal vez en este período haya condiciones más favorables que permitan fortalecer nuevamente las organizaciones de productores. Y, específicamente, la Red de Agroecología del Uruguay, que fue extremadamente castigada con la clausura del sistema participativo de garantías en la certificación de los productos y el desfinanciamiento. Y también todas las innovaciones en el área agroecológica tienen que ir acompañadas por sistemas de investigación que las respalden, y ese es un proceso lento, porque difícilmente haya llamados para proyectos de investigación en agroecología.

¿Te referís a llamados desde organismos, como pueden ser la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, la Comisión Sectorial de Investigación Científica, entre otros?

—Una de las cosas que se plantean en el plan nacional de agroecología es que un porcentaje de los recursos para investigación sea destinado específicamente a agroecología. Hay una necesidad de formación en investigación y de técnicos. En cuanto a las sinergias, a veces las instituciones no conducen bien esos procesos. Nosotros tenemos una colaboración solidaria y estrecha con un montón de personas de la Udelar que nos apoyan en los cursos y en los proyectos de investigación. Por ejemplo, hay un trabajo conjunto con el Grupo de Nutrición de Producción Animal de la FAGRO y Caluprocerd, una cooperativa de productores chicos de cerdos de San Jacinto que accede a compras públicas, lo que les ha permitido sostenerse como productores. Nosotros tenemos contacto con ellos por la zona. Se desarrolló un trabajo y ese ya nos llevó a otro.

El programa de estudios del nuevo título de tecnólogo parece muy ambicioso por su integralidad. Tiene desde formación en bienestar animal y en el manejo conservacionista del campo natural hasta el estudio de cuencas de importancia ecológica. Hay un enfoque sistémico que está en la propia denominación de la carrera.

—Eso es la convicción y la línea de trabajo, porque trabajar con cosas complejas como la agricultura, que tiene su parte ecosistémica y su parte humana, requiere trabajar con un enfoque global. Ya tenemos trayectoria suficiente con la formación especializada y disciplinar como para saber que no es eficiente cuando estás tratando de incidir en cosas que son complejas. Entonces, ese enfoque estuvo desde el primer día: que los alumnos entiendan cuáles son los componentes biofísicos, sociales, económicos, cuáles son sus límites, las externalidades, y que aprendan a ver las interdependencias entre los componentes y las interpretaciones que emergen. Por eso optamos por hacer primero un enfoque global, a nivel de las regiones agropecuarias, para después trabajar en las cuencas y los procesos asociativos fundamentales que inciden en la agricultura familiar y terminar con el enfoque de sistemas a nivel privado. Tenemos un taller específico en el que los alumnos conocen las organizaciones que representan a la agricultura familiar, sus funcionamientos, sus líneas de trabajo. En la parte de I+D, van a profundizar en las políticas públicas para la agricultura familiar y en la elaboración, gestión y evaluación de proyectos, una herramienta fundamental para un técnico que va a trabajar con una sociedad de fomento.

Y la cuestión socioambiental, me imagino, es inherente a la formación.

—Sí, y también a la propuesta agroecológica. Por ejemplo, tenemos un taller sobre cuencas hidrográficas en el que se empieza a introducir toda la temática ante el conflicto, la conservación, la producción, y cómo lidiar con eso. Y, en el cuarto módulo, los alumnos tienen Sociología, en la que la conflictividad ambiental en el territorio es vista más en profundidad.

Para concluir, ¿podemos decir que este curso es de los pocos del país que están orientados a la agricultura familiar?

—Es el único curso focalizado en producción agropecuaria familiar. Claro que en la FAGRO, obviamente, no se desconoce la producción familiar, pero como institución general es otra cosa. En UTU es el único curso, lo que no quiere decir que, por ejemplo, si hay una tecnicatura en ganadería no comprenda a la producción familiar. Pero la particularidad de esta tecnicatura es que está enfocada en este sistema de producción, con una mirada integral, en el que los rubros son una parte, pero no son la totalidad del problema.

Jóvenes colonos y una revinculación con lo rural

Perfiles de estudiantes

Los estudiantes de esta UTU pertenecen a una franja etaria mayor a la del egreso de los bachilleratos. Muchos provienen de otras formaciones y, por lo general, poseen alguna fuente laboral o tienen una familia formada. Pero también hay otro perfil muy marcado: el de los jóvenes que están viendo cómo acceder a la tierra, se incorporan en colectivos y se presentan permanentemente en los llamados del INC. Uno de los colectivos conformados por los primeros egresados de la tecnicatura desarrolla en Rincón de Pando un proyecto agroecológico y permacultural precisamente en tierras del INC: Aldea Avatí. Al lado de este proyecto hay un colectivo de mujeres, con alumnas de la tecnicatura, que accedió a tierras hace dos años. En Punta Negra (Maldonado) hay otro colectivo de mujeres en campos de Colonización: «Las gurisas recibieron un predio que es bastante chico. Ellas tenían un proyecto hortícola allí, pero también lo pensaban vincular al tema del turismo rural». Apezteguía cuenta que analizar los procesos de Colonización es más profundo que pensar en el mero acceso a la tierra: «ellas, por ejemplo, entraron al predio sin luz eléctrica, sin agua, con una vivienda en peligro de derrumbe, pero además con cruceras en el sótano». Otro punto a considerar en tiempos de controversias alimentadas desde las corporaciones más pudientes: «En general, esos gurises no tienen capital importante para invertir, entonces tienen que mantener otros trabajos, y eso va retrasando el proceso. Te dicen: “si no le dedico muchas horas, no salgo adelante, pero a su vez tengo que trabajar para poder tener dinero para invertir”. Entonces, la van peleando». También está el perfil de las personas que quieren mudarse al campo y aprender a producir o desean incursionar en algún emprendimiento: «incluso hay quienes están ya en su proyecto jubilatorio y agarran para ese lado».

Chanchos criollos y más sanos

En esta UTU hay un proyecto en el que se trabaja con la considerada única raza criolla de cerdos, la Pampa Rocha. «Es una raza que se formó en la región de los bañados del este, con mucha influencia de la Poland China y otras razas españolas, que se adaptó a un ambiente pastoril. Entonces, son grandes forrajeadoras», ilustra Apezteguía. Existe un proyecto de conservación de esta raza en peligro de extinción, liderado por la FAGRO. El Centro Regional Sur (CRS), una de las estaciones universitarias que albergan a los reproductores de la raza, hizo un convenio con UTU para tener distintas unidades de conservación. «Nosotros formamos parte de una de esas unidades y tenemos nuestros chanchos ahí», describe Apezteguía.

Con recursos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la UTU logró fondos para alambrar: «la idea es llevar las hembras al pasto, con el mismo sistema de casetas que tiene el CRS: ellas pasarían las gestaciones afuera». El objetivo apunta a generar un producto porcino diferencial, con animales criados a pasto, con poco uso de ración. La perspectiva también implica otro concepto de sanidad animal. Así, una alumna de la tecnicatura presentó un trabajo final que evaluó el uso de microorganismos eficientes nativos en lechones recién destetados: «La hipótesis era que podían mejorar las condiciones intestinales de los animales y también la eficiencia alimentaria. Y también podíamos pensar que habría cierta resistencia a parásitos, fomentada por esa microflora intestinal más diversa. No hubo tanto resultado con la eficiencia alimentaria, pero sí diferencias brutales en la cantidad de días con diarrea, un problema recurrente en el lechón recién destetado. El brillo del pelo, la salud, la movilidad marcaron un efecto positivo con relación a los tratados, por ejemplo, con ivermectina. Pero es una línea de trabajo que esperamos profundizar».

Otro objetivo apunta a mejorar líneas de nutrición en aves de corral a partir del uso de larvas de moscas soldado, y como alternativa, por ejemplo, al uso de soja transgénica.

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