Hay detalles de los “detrás de cámaras” que son un encanto, que resignifican las películas y que incluso nos llevan a disfrutarlas aun más. Por ejemplo saber que en El renacido la hiperrealista osa grizzly que casi se devora a Di Caprio en una lucha cuerpo a cuerpo es en realidad un hombre disfrazado. Una de las escenas más maravillosas en este sentido tiene lugar en un momento crucial y antológico de Trono de sangre, de Akira Kurosawa. En los últimos minutos, el actor Toshiro Mifune, desorbitado por la locura, es acribillado por un ejército, y varias decenas de flechas se le clavan en el cuerpo mientras huye, presa del pánico. Lo cierto es que, para hacer que la escena fuera lo suficientemente realista, el torso de Mifune estaba recubierto con una gruesa armadura, aunque no lo suficientemente gruesa como para que esas flechas no lo pincharan de verdad. Kurosawa contrató a un grupo de expertos arqueros para que, literalmente, acribillaran al actor a flechazos, y así en esta última escena la desencajada expresión de pánico de Mifune y sus intentos desesperados por huir son algo absolutamente real.
Algo similar ocurrió en Los ocho más odiados, última gran película de Quentin Tarantino. En una escena de esas que son como un oasis en medio de la tensión más alarmante, el personaje de Jennifer Jason Leigh toca una canción en la guitarra. Al finalizar, Kurt Russell se la arranca de las manos y la destroza contra un pilar de la cabaña. Pero al igual que lo que sucede en el guión, hay algo que Jason Leigh sabía y Russell no: que la guitarra debía ser tratada con sumo cuidado, ya que era una antigüedad del año 1870 que había sido prestada a la producción por el museo Martin Guitar, y que, por lo tanto, tenía un valor incalculable. A Russell no le explicaron bien esto: lo que debía destrozar era una guitarra de utilería y no justamente esa reliquia. Cuando lo hace, Jason Leigh no puede disimular su asombro y estupor, y mira, con los ojos como platos, más allá de la cámara, para ver las reacciones de Tarantino y del resto del equipo. Toda esta escena y esta reacción es lo que quedó en el montaje definitivo que puede verse en la película.
Luego del incidente el museo cobró el seguro de la producción, pero debido al valor histórico de la guitarra sus responsables dejaron claro que ese dinero era insuficiente y que nunca más volverán a prestar un instrumento de su colección.