Oligarcas - Semanario Brecha
El regreso de una palabra

Oligarcas

De repente reapareció. Traída del fondo de los tiempos de la política, la palabra oligarca reapareció. No vino sola. Vino acompañada de un gentilicio: ruso. Oligarca ruso. Medios, políticos –gobernantes y opositores–, analistas, militares, señores y señoras de su casa: todos hablan hoy de los oligarcas rusos, de su poder, de su influencia en el Kremlin, de cuán malos y perversos son, de cuántas sanciones hay que ponerles, de cómo hacer para que no escapen a esas sanciones o no huyan a paraísos fiscales, y si allí se refugian, de cómo hacerles la vida un infierno. Hasta oligarcas rusos (defenestrados) hablan de (otros) oligarcas rusos (putinistas). Esos son menos malos, se los consulta, se habla con ellos para saber qué es esa cosa de la oligarquía, qué es esa casta que por aquí –parece– nos suena tan extraña. Porque aquí hablar de oligarquía huele a rancio, a sesentista, a algo inapropiado. Sonó tan raro cuando una candidata a vicepresidenta de Uruguay dijo que «la cuestión es entre oligarquía y pueblo». Nadie le dijo entonces a Graciela Villar que eso era cosa de rusos. Todavía la maldad del oso cubierto de nuevas ropas (ya no se podía dibujarlos con hoces y martillos) aparecía apenas solapada. Pero sí se le gritó en todos los tonos a Villar que se fuera con antiguallas a otra parte, que se fuera a cantarle a algún troglodita. Se lo dijeron tirios, pero también troyanos, y la candidata calló.

Se le podría haber discutido a Villar si lo de «oligarquía o pueblo» era la «contradicción principal» o no. Si no era otra. Incluso, si la referencia a una idea como esa no era acaso contraproducente, porque cuando algo no prende, mejor buscarle la vuelta para decirlo sin decirlo. O cualquier otra crítica circunstancial. Pero ese no era el tema. El tema era borrar la palabra, que hoy resurge, en boca de los mismos tirios y los mismos troyanos, asociada a un lujo asiático.

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Habría que bucear bien en la memoria para recordar alguna otra mención reciente a la oligarquía criolla. Quizás aquello de oligarca puto que malsonó en el Parlamento. Fuera de algún insulto, de algún grito de comité, el vacío. Hoy la palabra vuelve por sus fueros de la mano de los ricos, riquísimos rusos. Que tienen plata a raudales, que por lo general la colocan afuera, que tienen yates y autos ultimísimo modelo, y 4 x 4, y muchas tierras, y mucho poder, y que usan ese poder, y que se valen del Estado prebendariamente. Como los de por aquí cerquita. De todo eso los oligarcas rusos tienen mucho y mucho más que los de acá, seguramente, y lo muestran, y lo exhiben a cara de perro. Brutalmente. Como buenos rusos, se dirá. En eso no son como los de acá. Quizás, también se diferencien por lo de las mafias. Pero las oligarquías no se distinguen tanto por constituir mafias asesinas. A veces sí, pero no es esa su marca de fábrica. Sí el poder concentrado, sí la riqueza concentrada. Sí el uso del Estado. Y por ese aire. Por ese estilo.

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Un trabajo del economista Mauricio da Rosa presentado a fines de 2016 muestra que el 10 por ciento más rico de la población uruguaya acumula 62 por ciento de la riqueza neta total, que el 1 por ciento concentra el 26 por ciento y que el 0,1 por ciento, apenas unas 2.500 personas, tienen el 14 por ciento (La Diaria, 13-I-17). Dice Da Rosa en ese trabajo, una tesis de maestría: «Si consideraciones tan antiguas como las de Adam Smith respecto de la asociación entre riqueza y poder siguen siendo ciertas, entonces los resultados aquí presentados sugieren que el poder económico está fuertemente concentrado en Uruguay». A esos representantes del poder económico concentrado, a esos 2.500, tal vez a los 25.000 del 1 por ciento, en otros tiempos se los llamaba oligarcas. Hoy no.

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Un poco antes, otro economista, Martín Buxedas, se preguntaba (Hemisferio Izquierdo, 4-VII-16) si se había esfumado la oligarquía uruguaya, dado que ya hacía tiempo que no aparecía en las menciones de la mayor parte de la izquierda y la academia vernáculas. «El silencio ha sido tan grande que seguramente una o más generaciones de adultos ni siquiera sintió hablar del tema que unas décadas atrás convocaba a la izquierda», escribía Buxedas en ese trabajo, titulado «La riqueza y el poder. ¿Dónde está la oligarquía?». Hubo excepciones: un estudio de Luis Bértola, Luis Stolovich y Juan Manuel Rodríguez en 1989 y otro de un equipo interdisciplinario de la Universidad de la República 20 años más tarde. Y pará de contar.

En aquella nota –tras evocar las diferencias entre el país de hoy y el de los años cincuenta, sesenta, setenta, la composición de los sectores dominantes, el papel del Estado, el auge de la inversión extranjera– Buxedas concluía que «el corazón de la oligarquía, tal como se lo describía hace 50 años, no está presente en el Uruguay actual». Pero culminaba con una pregunta: «¿Será que “los molinos ya no están pero el viento sigue soplando”?». El economista, que ocupó un cargo de gobierno entre 2005 y 2010, lamentaba la ausencia de interés en la academia por «generar conocimientos sobre las características actuales de la distribución de la riqueza y el poder». Habrán cambiado, habrán mutado los oligarcas, pero que los hay, los hay, parecía sugerir Buxedas. Solo que poco se sabe de ellos. Y no se los nombra, que es una manera de no querer saber.

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A fines del año pasado (10-XII-21), la publicación digital América Latina en Movimiento entrevistó al investigador uruguayo-estadounidense Jorge Majfud acerca de su último libro, Estados Unidos: la frontera salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América Latina. En cierto momento de la entrevista dice el autor: «Las dictaduras [latinoamericanas] tampoco son la consecuencia de los tan mentados guerrilleros que vinieron después de un siglo de genocidios, de masacres y barbaridades sociales. Pero a la oligarquía y a sus mayordomos les conviene repetir esta estupidez, no pocas veces mencionando una historia muy limitada».

La periodista le dice entonces, quizás para darle pie a Majfud y atizar su ira: «La referencia a la oligarquía suena a sesentismo…». Y la respuesta: «Que suene, y que suene fuerte. Elloslos oligarcas latinoamericanos, sí son los primeros responsables de las dictaduras, de las masacres, de las injusticias, de la explotación, de la muerte joven y de la miseria de millones en nuestras sociedades. Que publiquen mil libros y millones de diarios y revistas, que les den 100 mil, un millón de subscribers a los nuevos mercenarios en Youtube, ahora etiquetados como influencers, pero la historia dura y oscura no la cambia nadie». Claro, concreto y contundente, diría un periodista deportivo bien de por acá.

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Los que se llenan la boca con los oligarcas rusos muy seguido olvidan hacer hincapié en su origen. No porque no lo sepan, porque muchos de ellos lo dan como un dato del que no sacan demasiadas conclusiones. Surgieron, esos oligarcas, del desmantelamiento de las estructuras de la Unión Soviética en los primeros años noventa. De las estructuras malas y horrorosas y también del aparato estatal y todas las protecciones que brindaba. Se enriquecieron a partir de hacerse con las empresas públicas que antes ellos mismos dirigían y de la instauración de un sistema de capitalismo salvaje que muchos de los que hoy incendian a los oligarcas putinistas soñarían instaurar. Tal vez más limado, menos bestial, menos exhibicionista, menos ruso, más criollo, pero, al fin y al cabo, no tan distinto. Y eso es también parte de esta historia.

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