Olvidadas - Semanario Brecha
El hambre se extiende entre los pobres de Brasil

Olvidadas

Mientras el gobierno de Bolsonaro continúa con los recortes presupuestales y el desmantelamiento de las políticas destinadas a promover la seguridad alimentaria, la situación empeora en los hogares a cargo de madres solas.

Priscila da Silva y su hijo Igor en el interior de su casa, en Jardim Julieta, San Pablo Afp, Fernando Marron

Eran alrededor de las 11 de la mañana cuando Letícia dos Santos, de 32 años, residente en el asentamiento ilegal de Nova Esperança, en Jardim São Luís, al sur de San Pablo, comenzó a preparar el desayuno para los cuatro hijos que cría sola. Mientras se calentaba la sartén con el aceite, mezcló la harina, el agua y el azúcar. El olor a fritura que se extendía por la choza se asemejaba al de los buñuelos, pero faltaban los ingredientes: «No tengo huevos, levadura, leche ni canela».

Ese día, las comidas de la familia procedían de donaciones. Desde que, en plena pandemia, perdió su trabajo como cuidadora de ancianos, Letícia depende de ellas para alimentar a sus hijos. También hace trabajos esporádicos con galletas, dulces y trabajando en eventos para obtener algunos ingresos.

Según cifras oficiales del Ministerio de Economía, el año pasado, cuando Letícia se quedó sin empleo, más del 96 por ciento de los puestos de trabajo perdidos en Brasil eran ocupados por mujeres, muchas de ellas madres solteras. De acuerdo con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, 11,5 millones de madres cuidan solas de sus hijos. La inseguridad alimentaria es más grave en estos hogares precisamente porque las mujeres fueron las más afectadas por la falta de empleo y la pérdida de ingresos en la pandemia, como muestra la Encuesta Nacional sobre Inseguridad Alimentaria en el contexto de la pandemia de covid-19 en Brasil.

En 2020, según la encuesta, el hambre afectó más a las familias mantenidas por alguien de sexo femenino, o de color de piel autodeclarado negro o pardo, o con menos estudios. El año pasado, 43,4 millones de brasileños –el 20,5 por ciento de la población– no tuvo acceso a alimentos en cantidad suficiente. Los porcentajes de inseguridad alimentaria son más elevados en los hogares mantenidos por una sola persona (66,3 por ciento), especialmente si la persona responsable es una mujer (73,8 por ciento). También según la encuesta, en 2020 más de la mitad de la población brasileña (55,2 por ciento) vivía con algún grado de inseguridad alimentaria. Es decir, 116,8 millones de personas no tenían acceso absoluto y permanente a alimentos.

LA COMIDA DE LAS MADRES EN SEGUNDO PLANO

Letícia sigue amamantando a su hijo menor, un bebé de 3 meses. Como tiene una anemia profunda, debería tomar un suplemento de hierro y llevar una dieta equilibrada, pero su alimentación siempre pasa a un segundo plano. «Debido a mi mala alimentación, la leche materna se debilita», dice. Con el fin del auxilio de emergencia en octubre, la ayuda mensual que la familia recibe del Estado se redujo de 375 reales (cerca de 68 dólares) a 217 (cerca de 39 dólares). El dinero sirve básicamente para comprar pañales y el complemento alimenticio del bebé, que cuesta cerca de 9,5 dólares por lata.

La mayoría de las 260 familias que viven en la ocupación de Nova Esperança están encabezadas por madres solteras. Allí reciben cestas de alimentos básicos que «garantizan al menos arroz y porotos», dice Letícia. Tampoco pagan alquiler, que ha sido para ella una fuente de deudas en el pasado. «Tuve que salir del piso solo con mi ropa. Ni siquiera me dejaron llevar mis muebles porque debía dinero», recuerda.

«Si no fuera por las canastas de alimentación, pasaría hambre», dice Zenaide Severina, de 40 años, vecina de Letícia. Con dos hijos que cría sola –un adolescente de 17 años y una niña de 3–, se fue a vivir a la ocupación después de que la defensa civil intervino su casa en 2020. No recibió la ayuda estatal de vivienda que corresponde en esos casos. Ese mismo año, fue despedida de su trabajo por problemas respiratorios, pero aún está esperando los informes médicos para obtener el subsidio por enfermedad.

La hija menor de Zenaide recibe todas las comidas en la escuela pública. Cuando los niños están en casa, a menudo la madre solo come una vez al día. «No tengo el valor de hacer algo para mí y no dárselo a ellos», dice. La pequeña no siempre acepta comer arroz y porotos varias veces al día. Así que cuando no hay nada más que ofrecer, Zenaide prepara una mamadera con leche. «Cuando estás sola, ¿a quién le pedís ayuda? Muchas veces le he pedido ayuda al padre, pero me amenaza con sacarme a la niña», sostiene.

El investigador José Raimundo lleva estudiando el hambre en el municipio de San Pablo desde la década del 2000. Afirma categóricamente: «Una persona que come una sola vez al día está pasando hambre». Incluso en los hogares encabezados por hombres, cuando no hay comida para toda la familia, «las mujeres son las últimas en comer», dice el investigador. «En un hogar que se encuentra en situación de hambre o riesgo de hambre, las mujeres son las primeras en sufrirlo porque tienden a dar prioridad a la alimentación de sus hijos y luego a la de sus maridos. La posibilidad de que la mujer pase hambre es mayor que la del hombre y los niños», explica.

En una sociedad machista, argumenta Raimundo, «el cuidado de los hijos recae en las mujeres, que muchas veces se ven impedidas hasta de buscar trabajo, porque dependen de que otra persona cuide de los niños».

DONACIONES ESCASAS, AYUDA INSUFICIENTE

«Todo es más difícil para una mujer», dice Ednalva do Nascimento, de 43 años, residente en Piscinão de Ramos, en Río de Janeiro. Mantiene a sus cinco hijos trabajando como criada y lavando ropa. El menor tiene 9 años y el mayor, que está desempleado, tiene 25.

«Perdí mi trabajo justo antes de la pandemia. Cuando la covid empezó, ni para limpiar conseguía», dice. La familia no ha pasado hambre gracias a las donaciones de canastas de alimentación, pero, con la desaceleración de la pandemia, incluso estas donaciones son cada vez más escasas, dice Ednalva. «Muchas veces dejo de comer para darles a mis hijos. Verduras, fruta y carne solo las compro cuando puedo», dice.

Para ella, que solo de alquiler paga 500 reales (91 dólares) al mes, la promesa de aumentar a 400 reales la Ayuda Brasil –creada por el gobierno de Jair Bolsonaro tras la eliminación del programa Bolsa Familia– es un aliciente, pero no resuelve los problemas. «Ayuda, pero no sé cómo será hasta finales de año, porque las donaciones son cada vez menos y todavía no consigo trabajo. Creo que aún falta mucho para que realmente mejore nuestra situación.»

PLATOS VACÍOS, POLÍTICAS VACÍAS

Lo cotidiano de la inseguridad alimentaria repercute en la salud mental de las madres solas de varias maneras. Ante la incertidumbre sobre su capacidad para mantener a su propia familia, Zenaide sufre de depresión. Ahora acude a un Centro de Atención Psicosocial, pero incluso el acceso a la salud pública es complicado, porque el centro está lejos de su casa. «Con ese dinero de transporte la diferencia en las cuentas es grande, así que no siempre voy», dice.

Para controlar las crisis de ansiedad, cuida un pequeño patio donde cultiva plantas medicinales. Cuenta que no recibió el auxilio de emergencia durante la pandemia por tener licencia psiquiátrica, aunque la prestación correspondiente del Instituto Nacional de la Seguridad Social aún no ha sido liberada. «Tampoco tengo derecho al subsidio para comprar gas de cocina porque recibo la Ayuda Brasil. ¿Cómo no voy a tener derecho si estoy sin trabajar y con un hijo chico?».

«Al pobre se lo olvidaron», se lamenta Letícia. Desde que se trasladó al asentamiento, hace un año, intenta, sin éxito, encontrar cupos para sus hijos en la escuela pública más cercana. «Parece que cuanto más humilde sos, más difícil es conseguir las cosas. Crean programas para ayudar a los pobres, pero los pobres no reciben ninguna ayuda», se lamenta.

La percepción de Letícia coincide con lo expuesto en la entrega 2021 del Informe DHANA (Derecho Humano a la Alimentación y a la Nutrición Adecuada) de la ONG FIAN Brasil, que analiza los impactos de la covid-19 y las acciones y las omisiones de los poderes públicos ante la crisis sanitaria, económica y social. El documento advierte sobre «los recortes presupuestarios y el debilitamiento de los programas destinados a promover la seguridad alimentaria en Brasil», como el Programa de Compra de Alimentos y el Programa de Construcción de Cisternas, de gran relevancia para la seguridad hídrica en la región semiárida brasileña, entre otros.

Esta es también la opinión de la exministra de Desarrollo Social y Combate al Hambre, bajo el gobierno de Dilma Rousseff, Tereza Campello. Para ella, los impactos de la pandemia podrían haber sido más leves si el gobierno federal hubiera adoptado medidas para reforzar las políticas públicas y la protección social. «Algunos países tuvieron un aumento de la pobreza, pero no se enfrentaron a una situación de hambre. En Brasil, hemos experimentado una gigantesca intensificación del hambre y la inseguridad alimentaria en sus distintos niveles, porque se desmanteló todo el colchón de protección social que existía.»

Campello recuerda que en el primer mes del gobierno de Bolsonaro, la medida provisional 870, publicada por el presidente, puso fin a las actividades del Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Consea). Instituido en 1993, el Consea formaba parte del Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional como espacio crucial para garantizar la participación de la sociedad civil en los debates sobre el acceso a los alimentos.

«Al desmantelar el Consea, Bolsonaro desmanteló el control de la sociedad civil, que es fundamental, porque era un organismo muy activo, no solo inspeccionando y alertando al gobierno federal sobre el funcionamiento real de las políticas públicas, sino también ayudando a construir una política social sólida. Cuando se suprimió el Consea, se desorganizó toda la agenda de transparencia y control social», explica Campello, para quien «a este gobierno no le importa la comida sana, tampoco le importa el hambre».

(Publicado originalmente por Agência Pública como «Deixo de comer para dar aos meus filhos».)

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