Mathias (Kevin Kline), un escritor estadounidense frustrado, con tres divorcios en su haber, sesentón, o casi, llega a París a tomar posesión del departamento que heredó de su padre. Vendió lo que tenía para pagar el viaje, y su apuesta es hacer lo propio con ese inmueble, una vivienda amplia y con jardín, ubicada en un buen barrio parisino. Pero ya hay allí una persona, la nonagenaria Mathilde (Maggie Smith), cuya permanencia de por vida en la casa está asegurada por contrato. Previsiblemente, los encuentros entre ambos se desenvuelven en un tono leve de comedia, por las situaciones esperables que brotan de la diferencia de edades y culturas. Pero pronto la historia irá rotando hacia instancias menos amables. Aparece la hija de Mathilde, Chloé (Kristin Scott Thomas), y también previsiblemente su relación con Mathias irá cambiando desde un fuerte rechazo inicial a un progresivo acercamiento, etcétera. Y a lo largo de los sucesivos enfrentamientos/acercamientos se irán sucediendo los descubrimientos y revelaciones de un pasado que Mathias y Chloé irán desenredando para no sólo reinterpretarlo, sino también para reubicarse a partir de él.
Israel Horovitz es un prolífico dramaturgo estadounidense que también ha firmado algunos guiones para cine, y debuta con esta película,1 a los 75 años, en la dirección. El sesgo teatral del resultado es evidente; a pesar de intercalar paseos de Mathias por entornos más bien turísticos de París –exteriores que parecen calculados para impedir que los espectadores, y hasta los actores, sufran un ataque de claustrofobia–, lo fundamental transcurre en ese departamento, y como lo que sucede es por regla general una serie de diálogos entre uno y otras, podría suceder sin problemas en un escenario.
Hay algo bastante descolocante en el desarrollo de un relato que propone bucear en la infancia para encontrar la raíz de asuntos no resueltos, cuando esos asuntos afectan a gente de más de 50 años (¿cómo diablos se arreglaron hasta entonces para no preguntarse sobre ciertas cosas?), como resulta descolocante el paso de una comedia ligeramente mundana a un drama “la culpa la tienen mamá y papá pero al final no era tan culpa”. Los diálogos con revelaciones y sorpresas
–más bien poco sorpresivas, a poco que se piense– llegan a sobreabundar, recayendo básicamente sobre Kevin Kline el peso mayor de esos torrentes de palabras, habilidosamente escritas, es cierto, pero sin alcanzar esas cimas de la prosa que justifican atender a largas parrafadas, porque son capaces de realmente conmover. Y hasta ese peso mayor es descolocante, puesto que un poco más de Maggie Smith y un poco menos de Kevin Kline –la estupenda Scott Thomas parece repetir el rol de mujer hermosa y madura con profundas heridas interiores que viene haciendo hace algún tiempo– le vendría lo más bien a esta película tan correcta como chata en su formulación visual y dramática. Y ya ha sido escrito; una inglesa y una francesa y un bello –por más que esté algo desvencijado– departamento en París pueden devolverle las ganas de vivir y algo más a un estadounidense que es o cree ser escritor, no importa cuán cascoteado llegue.
1. My Old Lady. Francia/Estados Unidos/Reino Unido, 2014.