Palo y palo - Semanario Brecha

Palo y palo

Esta “Warcraft. El primer encuentro de dos mundos” cuenta con varios atributos: da lo que promete sin mayores pretensiones, está bien filmada y relatada y, dentro de esta lógica de confrontación de humanos y orcos, propone la existencia de héroes y villanos en ambas filas.

Veinte años tiene ya la saga del videojuego Warcraft, compuesta por una sucesión de juegos de estrategia en los que una buena cantidad de clanes de humanos y de orcos se daban de palos unos contra otros, en batallas campales inagotables donde se enfrentaban sucesivas hordas de guerreros. El jugador, como buen estratega bélico, debía dar órdenes a sus tropas, desplegando soldados, caballeros, arqueros, artilleros, brujos y conjuradores a través del campo, y evaluando los tiempos y los recursos requeridos. Pero el universo del juego se amplió más allá de las campañas bélicas y dio también lugar a otro videojuego de masividad inusitada, World of Warcraft, más orientado al Rpg y a la interacción de jugadores en línea. Además, un juego de mesa, otro de rol, novelas y hasta un manga contribuyeron también a expandir una historia repleta de episodios, locaciones, personajes y giros argumentales.

Esta película1 vendría a corresponderse con la segunda entrega del juego, Orcs & Humans, del año 1994, y se presenta como la primera parte de una saga cinematográfica que se extenderá quién sabe hasta cuándo. Que se trata realmente de un “universo” es algo que puede sentirse en el momento mismo de iniciado el filme. Y es que por detrás de la trama elemental y de los conflictos es perceptible una riqueza particular. En el diseño estético de los personajes, en sus atributos, en las características de tal o cual paisaje se notan esos 20 años de acumulación de elementos. El director Duncan Jones (hijo del recientemente fallecido cantante y compositor David Bowie) es un fanático asumido de la saga, y si bien los personajes pueden ser bastante planos y estereotipados, se ven envueltos en situaciones elaboradas y coherentes, y en una historia que ha sido tomada muy en serio. Dentro del delirio que supone que los orcos vayan a la guerra vestidos con armaduras ornamentadas por varios cráneos y hasta por columnas vertebrales, existe un encanto muy particular en el esmero destinado a estos detalles.

Es verdad, no hay nada demasiado nuevo en la propuesta, y la película vendría a colmar esa cuota de superproducciones de fantasía bélica que Hollywood viene necesitando desde la primera entrega de El señor de los anillos. Pero esta Warcraft cuenta con varios atributos: da lo que promete sin mayores pretensiones, está bien filmada y relatada y, dentro de esta lógica de confrontación de humanos y orcos, propone la existencia de héroes y villanos en ambas filas. Cuando cerca del final un grupo de humanos arengue en pos de declararle la guerra a los orcos in totum, al espectador no se le escapará que hay algo profundamente injusto en la generalización. Sin duda plantea una complejidad preferible a las simplificaciones de buenos contra malos propias de El señor de los anillos, 300, o Mad Max, en las que, además, los héroes eran atractivos y los villanos extremadamente feos.

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