En su 75 aniversario, El Galpón pone en escena un clásico del Río de la Plata: La Nona, de Roberto Cossa (con dirección de Alfredo Goldstein), la obra más exitosa y representada del autor, sobre todo en el ámbito europeo. En la extensa trayectoria de El Galpón, es breve la lista de dramaturgos argentinos, a pesar de que el debut de su elenco, en 1950, fue con Las de Barranco, de Gregorio de Laferrère, y en esa primera década también representó textos de Armando Discépolo y Osvaldo Dragún. Esta es la primera vez que los galponeros se enfrentan a una obra de Cossa, pero no es la primera vez que Goldstein dirige una obra suya. Anteriormente, el director puso en escena Nuestro fin de semana, Los años difíciles y El saludador, y considera a Cossa «un gran experimentador dentro del teatro argentino en la búsqueda de distintas formas dramáticas: va del naturalismo al grotesco, del drama poético al neosainete».
La mesa de comedor de una familia (metonimia de la sociedad) ocupa el escenario. En torno a ella se reunirán los personajes para comer y compartir sus miserias, para ser testigos y víctimas del desmoronamiento de la casa, de la gula insaciable de la Nona, de su tiranía que avanza con indiferencia a la destrucción ajena. «Es una apuesta descacharrante al humor más negro, sin perder de vista que sus criaturas son de carne y hueso, tan identificables en los setenta como en el Uruguay de hoy», dice Goldstein. Héctor Guido se destaca en la composición del papel de la vieja y quedan en evidencia sus grandes dotes de actor, los pequeños matices que provocan la carcajada del espectador, pero también la mueca terrible de lo grotesco. Las risas del primer acto se van congelando a medida que conocemos las verdaderas caras de los personajes, sus intenciones y mezquindades. Todo se oscurece: el conflicto y la escena, incluidos las luces y el maquillaje. La música original, a cargo de Fernando Ulivi, es uno de los puntos altos del espectáculo: construye atmósferas que van desde lo más festivo e italiano –para pintar la escena costumbrista y realista del primer acto– hasta la distorsión más acentuada, hacia el final, en acordes que rememoran ciertos tangos contemporáneos.
Guido encabeza un elenco sólido, con interpretaciones muy parejas. Todo el elenco pertenece a El Galpón y eso garantiza la confianza y la complicidad entre actores, condiciones necesarias para construir la comicidad y lograr la risa. Solange Tenreiro no se queda atrás en la interpretación de una tía Anyula atenta y servicial, único personaje capaz de producir ternura en medio de tanta ruindad. Como en un mecanismo de relojería, los actores entran y salen de escena, y Goldstein respeta al pie de la letra las acotaciones del dramaturgo, fundamentales para esta pieza: «Las acotaciones rigen la acción. Es difícil soslayar los elementos que aporta el autor en la didascalia: ese ritmo preciso en el que los actores tienen que estar, ese esquema armado por Cossa es casi infernal».
Estrenada en 1977, en plena dictadura militar argentina, La Nona se ha transformado en un símbolo que, con el paso de los años, ha permitido distintas lecturas: ¿qué sistema perverso representa hoy esta anciana de 100 años que avanza y destruye a todos sin piedad? Con esta obra, Cossa se instaló como un referente del teatro argentino al reelaborar el grotesco que había propuesto Discépolo años antes y El Galpón reafirma su rol en la escena local. Sin grandes parafernalias ni despliegues y con un manejo impecable de toda la orquestación de los elementos dramáticos, la puesta resulta muy eficaz. La mejor manera de festejar un aniversario: dar muestra del talento local. Es el milagro que sucede cuando en teatro se reúnen tres condiciones: un buen texto, un buen director y un buen elenco.