Como suele pasar a quienes se dedican a la realización cinematográfica independiente en estos días, puede decirse que Mazza es hoy una suerte de nómade. Durante los últimos tres años no ha parado de viajar entre Uruguay, Cuba, México y Colombia. Hoy pasa la mayor parte del año en la escuela de cine de San Antonio de los Baños, en La Habana, en la cual su pareja (la productora mexicana Martha Orozco) dirige la cátedra de producción.
Mazza fue socio fundador y trabajó durante 14 años en ParisTexas, en donde realizó avisos publicitarios, videoclips y cortos. Si bien no reniega de su pasado en la publicidad –la considera “una escuela maravillosa que te da mucho oficio”–, en determinado momento tuvo que abrirse para poder disponer de su tiempo y abocarse al cine que más lo moviliza: el de autor y el documental.
Nueva Venecia se enfoca en un mundo cargado de belleza: perdido en medio de una gran ciénaga, el pueblo de pescadores que da nombre a la película –de unos 3 mil habitantes– se compone de palafitos construidos sobre el agua. Sin embargo, el fanatismo local por el fútbol llevó a la población a un emprendimiento inconcebible: la construcción de una cancha de fútbol sobre el agua, única en su especie. Por otra parte, la población ha quedado marcada a fuego por una masacre ocurrida en los años noventa, cuya memoria asoma en todo momento.
Respetuosa, cálida, atenta, la aproximación de Mazza no esconde su fascinación por una cotidianidad que, en consonancia con la tierra que la cobija, no está exenta de realismo mágico.
—El pueblo Nueva Venecia tiene 140 años de historia. ¿Por qué razón fue que se fundó un pueblo en medio de una ciénaga?
—En Nueva Venecia hay más o menos seis apellidos, todos son primos, todos están relacionados con todos: los Suárez, los Mejía, los Castillo, etcétera. Colombia es un país que está en guerra prácticamente desde que la fundaron los españoles. Es una tierra muy rica y ha sido objeto de disputas siempre. Consultando con antropólogos de la Universidad de Santa Marta y con Jesús, “pescador intelectual” de Nueva Venecia –personaje que aparece en la película y que da la voz en off a la narración–, me enteré de que fue gente que se escapó de la guerra, que bajó por el río Magdalena, dieron por un afluente hasta la ciénaga y encontraron lo que se conoce como “el morro”, en el medio de la ciénaga. Seguramente llegaron en un momento de seca y había como una islita, una loma bajo agua que en un momento del año aflora. Como en la Laguna de Rocha, que hay tres centímetros de arena por encima del agua. Ahí se fundó Nueva Venecia: era tierra de nadie –o “agua” de nadie– y la ocuparon. Estaban a salvo y era una zona muy rica, de pesca, de vegetación. En aquel momento además la ciénaga tenía una total interrelación de agua con el Caribe y eso traía mucha riqueza en la fauna. Ahora no la tiene porque fueron víctimas de horrores ambientales desde los años cincuenta.
Era, entonces, gente que escapaba de la guerra, y que a la larga terminó siendo víctima de la guerra. Llegó hasta ellos igual, los desplazó, pero es una de las pocas poblaciones colombianas que regresó luego de una migración forzada. Sólo hay 303 poblaciones que hicieron eso, en un país con 7 millones de desplazados. Nueva Venecia es un caso muy importante para Colombia.
—¿Cuáles fueron esos horrores ambientales que nombrabas?
—En los años cincuenta se construyó la carretera de Barranquilla a Santa Marta, cuando vas por ella el paisaje es precioso, tenés para un lado el Caribe y para el otro la laguna. Es como una tirita de tierra que va en el medio. Pero eso antes eran 70 quilómetros de manglares, entraba el agua del Caribe a la ciénaga y se producía un intercambio de agua dulce y salada. Eso se cortó con la obra, los 70 quilómetros de manglares pasaron a ser cuatro puentes de 100 metros, de los cuales algunos están tapados. Eso generó un enorme problema ecológico que con las décadas se fue solucionando, porque empezó a surgir una nueva fauna ictícola. Pero en los años ochenta se rompió un caño de gas natural que pasaba por ahí y envenenó a todos los peces de la ciénaga. Les pagaban a los pescadores por los peces muertos. Tenían que trabajar de algo, entonces les subvencionaban ese trabajo de limpiar la ciénaga.
El problema que existe ahora, y que venimos denunciando, es que hay cuatro afluentes entre el río Magdalena y la ciénaga, son los que llevan el agua dulce y los peces, es decir lo fundamental para la supervivencia de la comunidad. De los cuatro afluentes hay tres que están cortados por los terratenientes locales y los gobernantes del departamento de Magdalena, cuya capital es Santa Marta; hacen la vista gorda. El único afluente que queda abierto hay que dragarlo, porque el río trae sedimentos a la boca y la va tapando hasta que no pasa más agua. Es lo que está pasando ahora, además de que hay una sequía muy grande. Hace más de tres años que no llueve, es una catástrofe.
—¿Queda el agua estancada?
—Sí, y se pudre, se mueren los peces. Tienen que ir a pescar cada vez más lejos… La ciénaga es enorme, es la laguna más grande de Colombia. Un laberinto de manglares inmenso.
—¿Si quisiera ir, cómo tendría que hacer?
—Tenés que ir primero a Barranquilla o a Santa Marta, después tomarte una serie de intrincados sistemas de transportes locales: cuatro o cinco horas desde el aeropuerto de Barranquilla hasta la ciénaga. Hay que tomar una lancha para cruzar el río, un camión que atraviesa durante casi dos horas por el medio del campo, y una canoa que te lleve hasta ahí. Es un paseo muy lindo.
—¿Qué fue la masacre de Nueva Venecia?
—Fue algo que se intuía que podía pasar. A finales de los años noventa con la caída de Pablo Escobar el gobierno colombiano prácticamente le ganó la pulseada a los cárteles de la droga. Pero quedaron grupos armados paramilitares, las Auc (Autodefensas Unidas de Colombia), pagadas por la derecha, por los terratenientes, que se convirtieron en mafias, en grupos de extorsión. En Barranquilla ocurrió el secuestro de un gobernador, y alguien dijo que los secuestradores se habían escondido en la ciénaga de Santa Marta. Fue una operación militar que incorporó a tres grupos (unas 30 personas, hombres y mujeres) con tres jefes distintos, liderados por un tal Jorge Tobar. Lo que hicieron fue meterse con tres lanchas, encontraron a un grupo de pescadores y les dijeron que los condujeran a Nueva Venecia, donde entendían que estaban los responsables del secuestro. Cuando llegaron ya era de noche, habían matado por el camino a un pescador que se les había querido escapar. En un principio llevaron a todos los hombres a la iglesia y los encerraron. De una lista de nombres que tenían, sacaron a 12 de esos hombres y los fusilaron. Por lo que dicen fue un operativo muy caótico: entre ellos no estaban de acuerdo, algunos querían fusilarlos, otros querían irse. Al parecer todo terminó desquiciándose porque finalmente empezaron a dispararle a pescadores que estaban en el medio de la ciénaga, gente que andaba pescando por ahí. En definitiva terminaron matando a 40 personas, en una especie de locura general. A Jorge Tobar empezaron a decirle “Jorge 40”, por los muertos de Nueva Venecia. Hoy día Tobar está preso en los Estados Unidos, está extraditado, lo van a liberar dentro de tres o cuatro años.
Toda esa zona de Colombia, el Caribe colombiano y la zona del Pacífico, es una zona azotada por el paramilitarismo. Allí se han cometido toda clase de aberraciones. Los mismos venecianos dicen “tuvimos una mala hora”, refiriéndose a la masacre. Se cruzaron con ese destino una sola vez, una sola noche. “Murieron nada más que 40 vecinos”, te dicen.
—¿Se puede decir que la sacaron barata?
—Hubo poblaciones en las que mataron a todos los hombres y violaron, durante una década, a todas las mujeres para generar “paraquitos”, niños que cuando crecen pasan a las fuerzas paramilitares. Ni en una película de terror se muestran cosas así.
—¿Estando en Nueva Venecia, se siente aún la presencia de aquella masacre?
—Pasó hace 15 años, pero parece que hubiese sido ayer. Todos se ponen a llorar cuando hablan de esto. Era un tema muy difícil de tocar, como extranjero me costó pensar bien cómo abordarlo, pero era evidente que tenía que estar en la película, forma parte de un pasado reciente que les cambió la vida a los pobladores. Es tremendo que un hombretón fuerte y duro, al que conocés como pescador y de quien conociste a su familia, se te desarme llorando al recordar eso.
—El estreno de la película fue en el pueblo… ¿Cómo fue la reacción a esa presentación?
—Ese día yo estaba feliz, estaba cumpliendo con mi palabra cuatro años después de empezar a filmar. Llevamos una pantalla inflable con parlantes e hicimos la proyección en el patio de la iglesia, el lugar mismo en el que había sido la masacre, la noche antes de que se cumplieran los 15 años. En esa algarabía, y con toda esa movilización –que tenía hasta ribetes de Fitzcarraldo, imaginate llevar un cine hasta ese lugar–, yo estaba sentado junto a ellos, y cuando empezó la secuencia de la masacre me vino un escalofrío, un estrés repentino porque estaba casi olvidado de que la película pasaba por ahí. Ellos al principio estaban encantados, se reían, se reconocían en la pantalla. Había un clima festivo que de repente se transformó en un silencio sepulcral. Una niña se asustó con la secuencia de la masacre, se puso a llorar y se tuvo que ir con la madre, lo que te lleva a pensar que todavía se reproduce el gen del terror en gente que no lo vivió.
—¿Habían visto cine alguna vez?
—Era la primera vez que en su historia tenían una experiencia colectiva de ver cine. Claro que tienen televisión y ven películas ahí. Alguno quizá fue al cine en alguna ciudad, pero para la mayoría fue la primera vez.
—Y después, ¿cómo fue la devolución por parte de ellos?
—Fue muy raro. Al principio, inmediatamente después de terminar la película hubo un silencio extraño, se había cortado el ambiente festivo del comienzo. Pasaron los créditos y empezamos una sesión de fotos, se empezaron a acercar los colaboradores y lentamente se fue recobrando el buen clima, hubo una evolución paulatina por la cual la gente fue recobrando el buen ánimo y todo terminó en una fiesta colombiana. Cuando se acabó el alcohol nos fuimos a dormir, porque además ya estábamos pisando una fecha de memoria y no daba para envolverse en una parranda descomunal. En definitiva la gente quedó contenta. Pero lo que me pareció aun más interesante fue que los pobladores se apoderaron de la película.
—¿Qué quiere decir eso?
—Se adueñaron de Nueva Venecia, empezaron a tener un orgullo de formar parte. Un problema que siempre tuvieron es el de cargar con el cartel de “víctimas”. El gobierno colombiano los ayuda económicamente, les da dádivas, por ser precisamente víctimas. Nosotros queríamos cambiar eso. No necesitan dádivas, necesitan lo que merecen porque son ciudadanos colombianos, tienen que tener una escuela, agua potable, recolección de residuos.
—¿Y tuviste alguna reacción negativa por parte de los pobladores?
—Muchos me preguntaron por qué no seguía la película, querían ver el partido de fútbol. Es como que la película gira mucho en torno a la cancha, pero cuando finalmente llega el partido se termina, y eso capaz que decepcionó un poco a alguno. Es muy llamativo, pero hay que recalcar que a mí me llevó hasta ese lugar la cancha de fútbol… Yo me enteré del pueblo porque supe a través de una noticia que había un pueblo de pescadores con una cancha arriba del agua. Dije: “esto es realismo mágico puro, voy p’ahí”, después me di cuenta de que no correspondía filmar un documental de fútbol, se me hacía difícil hacer eso. La cancha fue interesándome más como símbolo, esa reconstrucción muy naif que hacen, de tapar con tierrita unos baches, para mí es una metáfora de lo que hicieron con su regreso. La cancha es el último lugar que tienen para correr, y no hay otro lugar en todo el pueblo para tener una vida social, para recrearse. Para mí es un símbolo de resistencia, y de autogestión.
—¿Es verdad que el primero en volver a la ciudad después de la masacre fue un chancho?
—Esa fue una licencia poética de Jesús. De hecho Jesús tiene un blog1 en el que tiene publicados todos estos cuentos. Lo que hicimos fue, con su autorización, tratar de escribir un cuento nuevo utilizando partes de varios. Jesús hizo un trabajo interesantísimo, porque sin saberlo hizo un relevamiento etnográfico. A través de los cuentos revela usos y costumbres de los pobladores de Nueva Venecia, prácticamente desde su fundación hasta la masacre. Cuenta cómo son los velorios, alguna boda, algún carnaval, con una prosa y un lenguaje muy atractivos.
Pero al final de la película Jesús dice que mezcla la verdad con la mentira. Me vino como anillo al dedo, porque viene a ser como una guiñada para el viejo discurso de los documentalistas y toda esa cosa que hay alrededor del documental, de hasta dónde la verdad es verdad, qué es puesta en escena y qué no, etcétera. Él lo resume perfectamente.
—¿Cómo hacen para jugar al fútbol en un lugar rodeado de agua? ¿No se pierde demasiado tiempo yendo a buscar la pelota?
—Y sí… a veces la van a buscar nadando, a veces va uno en una canoa… e imaginate que si pierden tiempo en buscar la pelota, lo que demoraron para construir esa cancha…
—¿Y no se echan a perder las pelotas con el agua?
—Sí. Todo el tiempo. Se rompen y juegan a veces con pelotas de mierda. Y para que tengas idea del nivel de pobreza, a veces uno termina de jugar, se saca las medias y se las da a otro jugador para que se las ponga y empiece a jugar después. Apenas se organizaron para tener seis, siete equipos que tienen uniformes más o menos parecidos, salvo unos, los que se hacen llamar “Real Madrid”, que son como unos metrosexuales al estilo veneciano, con uniformes todos blanquitos y pulcros. Eso en parte era la dosis de realismo mágico que se necesitaba… podrían preguntarnos si eso lo armamos, y no, eso existe tal cual, tienen camisetas del Real Madrid, con el símbolo de Fly Emirates y todo…
—¿Entonces hay diferentes estratos sociales en Nueva Venecia?
—A primera vista es un pueblo pobre. Llegás y te parece todo lo mismo, pero cuando empezás a ver te das cuenta de que hay almaceneros, negociantes; son de una clase media alta, tienen Direct TV, parabólica, cuando llega gente del gobierno incluso se aloja en sus casas, tienen una buena heladera, lanchas con motor fuera de borda. Después hay una gran clase media de pescadores, que ganan muy poco. Y después hay gente que es mucho más pobre, viven en casas muy precarias, de la pesca también, pero no tienen canoa, son empleados de pescadores… Como normalmente se sale a pescar de a dos, el dueño del bote le paga un tercio al que lo acompaña… Evidentemente en Nueva Venecia necesitás una canoa para moverte, y si no tenés canoa no sos nadie… Claramente se ven esas tres capas. Pero a pesar de todo, no existe la miseria.
[notice]En la semana del documental
Otras propuestas
Si bien la oferta de actividades que DocMontevideo propone (instancias de formación, foros y talleres, pitchings, entregas de premios) está más bien orientada a productores y realizadores, lo que más puede interesarle al público común es la serie de proyecciones del ciclo Semana del Documental, en el que serán exhibidas películas de autor de diferentes procedencias. Además de ser una muestra de varios de los mejores documentales actuales de creación, cuenta con los valiosos Q&A posteriores a la proyección, verdaderas oportunidades para conversar en persona con los realizadores, en sesiones de preguntas y respuestas.
De las películas a las que este cronista pudo acceder, Jonas e o Circo sem Lona de Paula Gomes es un verdadero encanto. El Jonas del título es un niño inquieto, obsesionado con sacar adelante su circo propio, al que acuden algunos niños pequeños, vecinos de la zona. Pero cada vez le es más complicado reunir a su troupe de amigos para su emprendimiento, y es que las necesidades y toda una realidad social atentan contra él. Los otros niños deben seguir los mandatos de sus padres o tutores, ya sea trabajando, cuidando hermanos, estudiando. Por otra parte le pesan también sus propias obligaciones y los cambios que impone la adolescencia. La sensible aproximación de la directora lleva a pensar sobre vocaciones, oficios y talentos olvidados, y sobre el peso de la incomprensión.
También es sobresaliente 327 cuadernos, de Andrés Di Tella, sobre el escritor Ricardo Piglia y su revisión del diario íntimo que mantuvo sistemáticamente desde que tenía 16 años, en el que se encuentran registrados 50 años de su existencia. Guardados en 40 cajas de cartón, desde apuntes irrelevantes como listados de nombres de boxeadores hasta referencias históricas de auténtico valor testimonial, se apilan folios con una letra prácticamente ilegible. Es así que el escritor lee, hojea, revisa al azar y hasta se indigna con sus propios escritos, evalúa la persona que fue y los sucesos que lo circundaron. Carismático, ameno, jovial y con un gran sentido del humor, Piglia demuestra ser un gran entrevistado que sabe contrabandear en todo momento anécdotas, aportándole un colorido muy peculiar a este documental.
Otros films a exhibirse son 35 y soltera, de Paula Schargorodsky, presentada como una desafiante exploración íntima, coproducción de Argentina, Uruguay, Italia e India; la brasileña Cinema Novo, de Erik Rocha, sobre la revolución artística que en los años sesenta le cambiaría la cara al cine brasileño, la estadounidense Primo Lejano, del reconocido Alan Berliner, de España la notable y ya estrenada por Cinemateca Oleg y las raras artes, de Andrés Duque, y la uruguaya Los de siempre, del experiente realizador José Pedro Charlo.
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