No siempre los muros de un edificio sirven de protección a quienes respiran en su interior; corrientes y fuerzas provenientes no sólo de afuera sino también desde las mismas entrañas de quienes allí se encuentran pueden llevarlos a enfrentarse y desentenderse a extremos que diferentes dramaturgos se encargan de explorar en tres estrenos de la cartelera teatral.
Málaga (Verdi), del suizo Lukas Bärfuss, por la Comedia Nacional dirigida por Bettina Mondino, anuncia en el título el lugar al que debería viajar por unos días la protagonista con su nueva pareja, siempre y cuando consiga dejar a su hija de 7 años con un joven niñero, ya que el padre de la pequeña deberá, en esos mismos días, asistir a un congreso en otra localidad. El hombre parece no estar de acuerdo en que la niña quede bajo la citada custodia, y el asunto enfrenta a los progenitores en cuestión hasta límites en los que sale a relucir que así como él no dejará de lado el tal congreso, ella no está dispuesta a postergar su breve vacación. Hechos más o menos cotidianos, referencias a asuntos ya liquidados y opiniones opuestas nutren entonces crecientes alternativas de una discusión en la que se refleja asimismo lo que uno y otra no se atreven a pronunciar hasta el momento preciso en que ocurre un accidente que trastoca las intenciones de ambos y los sitúa en un nuevo plano que el autor, de forma inesperada, plantea con puntos suspensivos. La borrosa conclusión de un asunto, que hasta poco antes Bärfuss había planteado con claridad meridiana, desconcierta así en ese importante tramo a una platea que permanece a la espera de una explicación que debería llegar, y no lo hace. La mejor parte del texto, sin embargo, es la que revela los desacuerdos de la ex pareja a lo largo de diálogos a menudo crispados, de los cuales la platea extrae sus propias conclusiones. Todo un desafío que la dirección de Mondino y el desempeño de Gabriel Hermano y Jimena Pérez ilustran con precisión.
Decadencia (El Galpón, sala Cero), del inglés Steven Berkoff con dirección de Gerardo Begérez, se apoya en el trabajo de Jorge Bolani y Mariana Lobo encarnando a una pareja de amantes de la clase británica acomodada, así como al dúo integrado por la esposa del hombre en cuestión y el investigador que ésta contrata para seguirle los pasos a su marido. A unos y otras el irreverente Berkoff diseca sin la menor compasión a lo largo de diferentes secuencias en las que afloran no sólo irónicas alusiones a la desfachatez y los repentinos asomos de ignorancia de cada uno, sino también al entorno de la Inglaterra de hace unos años, la figura de su primera ministra y las grietas que el “patriotismo” de sus habitantes revela en varios de ellos, nada dispuestos, por ejemplo, a tolerar a los irlandeses y, menos aun, a negros y judíos. Tal la intención de un dramaturgo cuyo sentido crítico se dispara cada pocos minutos a través de un texto que, a pesar de su espíritu combativo, en esta versión se alarga en demasía, sin brindar muestras de que la acción progrese en alguna dirección, un obstáculo que una marcada división en escenas independientes parece acentuar sin que llegue más tarde a pesar demasiado cuál resulta el dúo que protagoniza cada segmento. La labor de Begérez se aprecia empero mejor en la entrega que consigue de Bolani y Lobo, irresistibles disparadores de una artillería verbal que, con frecuencia, da en el blanco.
Las criadas (La Gringa), del francés Jean Genet dirigida por Daniel Romano, propone una aguda metáfora acerca de una humanidad dividida en clases sociales incapaces de llegar a acuerdo alguno. El odio más impensado y, por cierto, el crimen, da a entender el autor, acechan hasta bajo un mismo techo donde ya no importa quién se llama Clara y quién Solange. La inspirada versión de Raquel Diana de este revulsivo texto de posguerra insiste en hacer que el espectador no esté muy seguro en cuanto a tales identidades, y el meditado trabajo que Romano desgrana con toques expresionistas resalta la simulación y la absoluta postergación del raciocinio del trío que las mencionadas servidoras integran con su patrona. En la inspirada planta escénica concebida por Rodolfo da Costa, Alondra Portela y Rosa Simonelli se integran y desdoblan con sugerentes matices frente a la señora que Susana Groisman dibuja con los rasgos de hipocresía, indiferencia, crueldad y fingida consideración que caracterizan a quien manda. Todo un trío para un Genet de innegable vigencia.