Nada tiene que ver un caso con el otro y menos aun los personajes involucrados, pero el recentramiento de los partidos tiene esas cosas: va limando las aristas de los bordes.
En Francia, el ultraderechista Frente Nacional ajustó cuentas con su líder histórico y fundador, Jean Marie Le Pen. El ahora octogenario ex paracaidista volvió a hacer de las suyas (repitió una frase que había dicho muchos años atrás: que el Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial había sido “sólo un pequeño punto en la historia”), y su hija, que tomó la sucesión en el partido y lo está llevando a la cima, estalló. No se pueden decir cosas así, papá, le dijo, y mandó al viejo ante el tribunal de disciplina del FN, que esta semana suspendió la afiliación de Jean Marie y lo destronó de la presidencia de honor del partido. “Ojalá mi hija se case pronto, así pierde el apellido y este Frente Nacional tan distinto al de los orígenes deja de tener un Le Pen a la cabeza”, comentó un ofuscado Jean Marie el lunes 4 (quizá ignorando, además, que hace ya un tiempo las mujeres francesas casadas pueden optar por conservar su apellido de soltera…). Marine, otrora la más allegada a papá Le Pen y la única de sus tres hijas que heredó el gustito por la política, se ha esforzado en los últimos años por hacer perder al FN ese “olor a azufre” que durante décadas lo confinó en lugares marginales del paisaje político francés. Hoy, el Frente Nacional, que de todas maneras no ha olvidado sus acentos xenófobos y represivos y su prédica ultraconservadora y privatista, está en lo más alto de los sondeos, y Marine Le Pen bien puede aspirar a disputar la presidencia en las próximas elecciones, ya que el FN supera en algunos sondeos a los socialistas y aparece como el primer o el segundo partido francés. Jean Marie ya había hecho ese prodigio en los años noventa, pero terminó aplastado en la segunda vuelta de las elecciones. Marine puede llegar a superarlo holgadamente en votos, y tiene una imagen bastante más presentable que su padre.
Del otro lado de los Pirineos, Juan Carlos Monedero se cansó y tiró la toalla en Podemos. Cofundador del partido liderado por el pelilargo Pablo Iglesias hace poco más de un año y uno de sus padres ideológicos, Monedero estimó que Podemos había hecho en los últimos meses un giro demasiado evidente hacia el centro y que estaba perdiendo “la esencia” de lo que le había dado poder de atracción (su radicalidad, su cable a tierra con las bases y con “los de abajo”), y renunció a la dirección del partido. Su dimisión se produjo días antes de que Podemos presentara su programa electoral para las elecciones municipales y regionales del domingo 24. Encargado precisamente de Programa y Proceso Constituyente en la formación del círculo morado, Monedero no se reconocía como padre de la criatura que se dio a conocer el martes 5, bastante más lavada de lo que él hubiera querido. El ex consejero de Hugo Chávez tomó sus bártulos, dijo que no era hombre de aparato, que alguno de sus compañeros más encumbrados estaba teniendo “un comportamiento similar al que tienen aquellos a los que tanto criticamos”, y anunció que volvía a las bases y a recorrer el país para “ayudar a Podemos a que recupere su condición rebelde nacida en el movimiento del 15 M”. De la interna de este partido que pintó, junto a la Syriza griega, como la mayor esperanza de “cambio radical” en Europa en muchísimos años, de su evolución de los últimos meses, Brecha se ocupará en su próxima edición.