—¿Qué cambios registran, desde que comenzaron, en la situación de las personas con las que trabajan?
Milena Garzón —A principios del invierno del año pasado, y pandemia mediante, la idea fue ofrecer, aparte de tres comidas diarias y un techo, contención y acompañamiento a personas de todas las edades, cuyas vulnerabilidades van desde la falta de techo e ingresos hasta violencia, adicciones y trastornos de salud mental. El Espacio Compa trabaja en tres áreas –laboral, educativa y sanitaria–, mediante talleres y actividades que pueden ser hoy un campeonato de truco y mañana la práctica de la escucha. Hay libros, juegos de mesa y música disponibles, además de una PC y un celular para comunicarse con familiares. Somos 16 las voluntarias y voluntarios que gestionamos el Espacio Compa, y una vez por semana la Iglesia metodista celebra un culto, de asistencia optativa, que ha funcionado como amarre a la vida para personas que perdieron todo. Es poco el tiempo transcurrido desde que arrancamos como para apreciar cambios, pero lo evidente, al menos en Montevideo, es que la pandemia arrojó a la calle a muchas uruguayas y uruguayos.
Stefanie Kreher —Compa inició actividades el 1 de junio de 2021, con un perfil de beneficiarios marcado por problemas de salud mental y, últimamente, discapacidades físicas, como la ceguera, e intelectuales. Todo lo hacemos en equipo junto con voluntarias y voluntarios de la Iglesia y los propios beneficiarios, que se suman a limpiar, cocinar y armar los espacios.
—¿Cuántas personas están recibiendo?
M. G. —De 30 a 35 diarias, por el aforo de la pandemia y la capacidad locativa; si bien esta es una población de alta rotación, desde que iniciamos pasaron por el centro unos 300 beneficiarios. La rotación responde a que la realidad de estas personas cambia muy rápido, a veces en forma auspiciosa –consiguen trabajo, recuperan vínculos familiares– y otras no tanto, porque cometen delitos, caen presos o deben internarse por problemas de salud. Recordemos que es un grupo humano desprovisto de todo tipo de contención. Nos llegaron personas con discapacidades que les impiden trabajar, personas trans arrastrando una marginación histórica, consumidores de sustancias psicoactivas, hombres que llevaban tobilleras, pero que querían dejar de ejercer violencia de género y se inscribieron en programas para lograrlo, personas mayores que fueron violentadas y abusadas desde la infancia y crecieron en hogares del INAU [Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay]. Son círculos de retroalimentación negativa, de los cuales es muy difícil salir sin ayuda.
S. K. —Notamos que cuando cerraron los refugios nocturnos de contingencia, sobre octubre del año pasado, el deterioro de estas personas aumentó; no saber dónde vas a dormir esta noche lesiona gravemente cualquier subjetividad.
—¿Cómo financian un espacio voluntario?
S. K. —Con voluntariado [risas], apoyo de la Iglesia metodista y donación de alimentos del Municipio B de Montevideo. La Iglesia metodista de la Aguada tiene otro espacio abierto desde 2016, denominado VAR [Voluntariado, Arte y Reflexión], que coordino y comenzó ofreciendo capacitación en voluntariado a jóvenes, para luego incursionar en la atención a personas en situación de calle, con apoyo del área Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo. Firmamos un convenio por tres meses en invierno de 2021, que fue prorrogado por dos meses más; eso nos permitió remunerar a técnicos, como Milena, y cubrir algunos gastos.
—En la actualidad, decían, Milena trabaja en forma honoraria, de la Intendencia de Montevideo reciben alimentos donados por el Municipio B y de la Iglesia metodista, insumos de funcionamiento.
S. K. —Sí, la Iglesia financia, además, mi cargo de coordinadora del espacio VAR y es una entidad ecuménica, de puertas abiertas a toda persona que desee acercarse a escuchar, compartir o dar una mano, sin importar si profesa una religión o ninguna. De hecho, la Iglesia metodista es protestante y en el Espacio Compa trabajan voluntarias y voluntarios católicos, evangelistas y de otras confesiones cristianas.
—¿Solicitaron recursos, en algún momento, al Ministerio de Desarrollo Social [MIDES]?
S. K. —El MIDES no cuenta con partidas para centros diurnos; procuramos presentarnos a un llamado que hicieron en un momento, pero no entrábamos en el perfil. Mantenemos contacto, sí, con el Programa Calle Drogas, del área Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo, aliado natural de nuestro trabajo.
HUMANISMO DIVINO
—Entre integrantes de distintas orientaciones religiosas, ¿es sencillo unificar posturas filosóficas ante los beneficiarios?
M. G. —Varias personas de nuestro equipo son ateas o, como mencionó Stefy, afines a otras líneas religiosas o a ninguna, y creo que esta diversidad es una riqueza del Espacio Compa. Stefy suele marcar que no somos padres y madres de las personas que vienen, sino acompañantes de sus procesos, y es desde esta óptica de trabajo social que la instancia del culto funciona más como intercambio que como sermón, y nos involucra. Y a los resultados, si cabe llamarlos así, los evaluamos en función de la singularidad de cada persona; para alguien que fuma pasta base todo el día, sostener el compromiso de llegar temprano al espacio, barrer y lavar los platos es tremendo logro. Por otro lado, y en el marco de la violencia social a la que estamos malacostumbrándonos, no hay que olvidar que estas personas necesitan apelar muchas veces a actitudes violentas para poder subsistir a la intemperie, y son víctimas de una violenta vulneración de derechos por parte de las y los integrantes de esta sociedad.
S. K. —Como bien señala Milena, la heterogeneidad ideológica y filosófica es una fortaleza del equipo que integramos, porque nos permite trabajar la complejidad que presenta cada ser humano, sin apriorismos ni verdades reveladas. No aspiramos a encajar a las personas en modelos preestablecidos, sino al revés, abrirnos a sus experiencias y saberes para elaborar, juntos, instrumentos de resiliencia y rescate personal. Y hacemos esto dejándonos sorprender por lo que estas ciudadanas y ciudadanos traen, no solo en materia de aptitudes para la vida, sino de concepciones y creencias espirituales.
—¿Qué hago con mi fe cristiana cuando un prójimo desmantelado psíquica y físicamente me pregunta dónde está dios?
M. G. —Cedo la respuesta a Stefy; lo que sí te comento es que enfatizamos el autocuidado, conductas alternativas a la autodestructividad que caracteriza, por ejemplo, a las personas con consumo problemático de sustancias.
S. K. —Aunque hay muchas formas de vivir y de expresar la fe, el principal armonizador de nuestro trabajo es el amor, no la doctrina. Ese sentimiento es el que da sentido a nuestra existencia y al encuentro con otras y otros vulnerados y vulnerables; en agradecimiento a ese ida y vuelta afectivizado es que ofrecemos servicio. No creemos en la salvación de un alma desligada del cuerpo; nuestra fe enraíza en lo insondable del ser humano y en la confianza en un dios hecho a nuestra imagen y semejanza, no en uno que, desde las alturas, debería modificar unilateralmente mi trayectoria. Elige caminar conmigo, dios, a paso lento.