Corrían los años noventa y ya enseñaba en la Universidad de Brasilia. La ciudad padecía unos índices de violación desproporcionados y, junto a un grupo de académicas feministas, se decidió a investigar. Segato fue al grano: quiso hablar directamente con los violadores. Fueron años de entrevistar presos. “Nada de lo que digan les va a favorecer en su condena”, les aclararon en esas conversaciones. Y los violadores hablaron: “No entiendo, yo tengo mi mujer, tengo mis novias, el viernes voy con mis amigos al burdel, no entiendo qué pasó ahí”, se registra en uno de los testimonios.
“El mismo violador, preguntado sobre su acto, se mostraba incapaz de entenderlo, era ininteligible para su propia conciencia”, cuenta la autora más de dos décadas después. De ahí la conclusión de que los crímenes no...
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