Juan Fló tuvo una activa participación en la política universitaria, siendo consejero de la Facultad de Humanidades en más de un período y decano interino en varias oportunidades. Fue docente de decenas de generaciones de estudiantes; primero en secundaria y luego en la Universidad. Fue militante del Partido Comunista uruguayo y un recurrente pensador de los problemas del marxismo.
Su producción editada, sobria en cantidad, ha sido objeto de reconocimiento en el ámbito internacional. En particular, es considerado el más destacado especialista en la obra de Torres García, a quien ha dedicado varios trabajos publicados en Uruguay y en el extranjero. Prueba de ello es, por ejemplo, que, cuando se organizó una muestra sobre Torres en el MOMA, Fló fue invitado a dar una conferencia en el museo neoyorquino, y al declinar la invitación, el curador de la exposición lo visitó en Montevideo para consultarlo. Otro reconocimiento a destacar –entre los pocos que aceptó, porque fue crecientemente alérgico a todo tipo de reconocimientos y homenajes– fue la reedición de su libro Imagen, icono, ilusión por la editorial Siglo XXI.
Más allá de reconocimientos externos, es relevante anotar que uno de sus primeros trabajos en estética filosófica, presentado en el congreso internacional de estética de 1956, adelanta precursoramente las líneas del que va a ser el problema central de la estética contemporánea: la definibilidad del arte. El trabajo, escrito en francés, es contemporáneo del artículo de Weitz que suele inaugurar los programas de los cursos de Estética en universidades internacionales (en su momento hice una traducción al español revisada por Fló, que permanece inédita).
En el ámbito local, y como otros docentes de su época, Fló tiene algo de leyenda o de personaje, para bien y para mal. Él lo tomaba con cierta distancia y sentido del humor: por ejemplo, contaba divertido que un día había llegado al salón de clases y en el pizarrón un estudiante había escrito: «Clase de Flosofía». Lo cierto es que era dueño de una inteligencia brillante que podía resultar incómoda: las personas altas nos hacen notar, quiéranlo o no, nuestra propia altura.
ARTE Y PENSAMIENTO
En las últimas décadas de trabajo, Fló se centró en algunas líneas de investigación interrelacionadas: el arte contemporáneo y la definibilidad del arte, lo que denominó una teoría de la novedad, y el arte y el pensamiento estético de Torres García, que, a su vez, abrevan en intereses de larga data, como las relaciones entre imagen (especialmente, pintura), pensamiento, lenguaje y realidad. Tomo este último tema, que es amplio, para mostrar un par de ejemplos de la escritura de Fló. Sobre pensamiento y pintura, había dicho que son dos actividades que «no se integran, en general, de un modo natural y feliz. Son muy pocos los pintores anteriores al último siglo que han consignado por escrito las reflexiones que conciernen a su actividad específica, y en los casos en que lo han hecho esas reflexiones suelen ser magras y muchas veces decepcionantes. Asimismo las aproximaciones verbales, discursivas, intelectuales, al mundo de la pintura, ya sea las que perjudican a textos tan imponentes como la Crítica del juicio de Kant, que por suerte poco se mete con el arte en concreto, como las que solían realizar y todavía cometen algunos poetas, de muy poco han servido para hacernos comprender el arte». Fló cavó durante años en este cruce difícil entre arte y pensamiento, en diálogo diferido con obras visuales y textos de artistas de diferentes épocas. Una de las ideas centrales que se pueden sacar en limpio la extrae de Cézanne: «Cuando el artista logra llegar conscientemente al pensamiento que rige su creación sin ser interferido por las formas ideológicas dominantes, no tiene otro recurso para comunicar esa íntima reflexión que indicar, mostrar o sugerir los campos o las áreas que ella recorre. Siempre sentirá la falta de un lenguaje adecuado para la comunicación puesto que el que existe está saturado de significados ajenos y distorsionantes».
Como dije, ambos fragmentos pueden dar una idea de la escritura de Fló, incluyendo la mezcla de respeto e irreverencia hacia Kant. Si para muestra basta un botón, en el segundo fragmento se pueden identificar la influencia de la tradición marxista, en general, y de la crítica a la ideología, en particular, cuando habla de cómo «las formas ideológicas dominantes» son obstáculos internos que interfieren en lo que podríamos llamar la autocomprensión del artista o, más precisamente, el delicado mecanismo por el cual un artista puede volver inteligible, hasta donde esto es posible, su propio proceso de creación. En ese mismo fragmento podría identificarse, con un poco más de riesgo, el fantasma de Vaz Ferreira, cuando Fló dice que el artista «siempre sentirá la falta de un lenguaje adecuado para la comunicación»: en efecto, entre los elementos más característicos de la filosofía vazferreiriana está la tesis de que la interioridad es inefable y, por tanto, siempre es traicionada al intentar transmitirla mediante el lenguaje. Sin embargo, cabe aclarar que este fragmento es relativamente temprano y que Fló siguió peleando con sus maestros y sus objetos de estudio –más apasionadamente con Marx o Torres García, más cerebralmente con Kant o Vaz– y, sobre todo, consigo mismo, por lo tanto, esta apelación a elementos de la teoría marxiana, como la ideología o la alienación, se hará mucho más refinada, y la influencia quizás soterrada de Vaz se hará más tenue.
Lo que permanece como constante es la propia relación de Fló con las obras de arte en sí mismas, especialmente las visuales. Al observarlas o mostrarlas, prescindía casi totalmente de las palabras. Al escribir, mantenía una atención casi dolorosa sobre su propio pensamiento y las palabras que ponía por escrito. Como un músico que no pudiera dejar de escuchar afinaciones y desafinaciones, Fló estaba casi siempre lacerantemente pensando en cómo estaba pensando, y cómo estaba escribiendo. Un penúltimo fragmento para ilustrar este punto, esta vez a propósito de Miró: «Si no conociéramos las anotaciones que el pintor realizó en muchas ocasiones como auxiliares de su trabajo, íntimamente vinculadas con el proceso de creación, esta paradoja de un artista predominantemente lingüístico en la pintura, que es a la vez el menos locuaz en el lenguaje propiamente dicho, podría llevarnos fácilmente a inferir –toda paradoja suele ser el preámbulo de una conclusión ingeniosa pero no necesariamente verdadera– que Miró es un artista instintivo cuyo pensamiento solamente existe al nivel de la pintura misma en cuyo discurso específico se realizan todas las significaciones sin auxilio del pensamiento verbal».
Una última cita, a propósito ahora de uno de sus más queridos amigos, el artista uruguayo Guillermo Fernández, podría quizás iluminar el trabajo del propio Fló. Contaba que, en cierto momento, Fernández se había declarado perturbado por «la alegre facilidad con la que opinábamos y polemizábamos, como si “hiciéramos malabarismo con las ideas”. […] En aquel momento pensé que su contacto con Torres García, y su vínculo como discípulo y amigo de algunos de los más notorios integrantes del TTG (Taller Torres García), del que luego fue maestro, le había producido algo así como un acceso de ascetismo, y que estaba castigando sus dotes naturales como si los dones fuera necesario expiarlos. […] No puedo menos de evocar ahora aquellos hábiles dibujos de su adolescencia fruto de sus capacidades naturales y admirar la valentía con la cual se entregó con “obstinado rigor” a seguir el camino más arduo, más exigente y más creativo». También Fló siguió el camino más arduo, más exigente y más creativo. En este sentido, puede leerse un trabajo reciente sobre Fló especialmente valioso, publicado en la Revista de la Biblioteca Nacional, en el que Ana Inés Larre Borges rescata algunos de sus textos deslumbrantes y provee una lectura y una interpretación que cabe calificar con el mismo adjetivo.
PROBLEMAS ABIERTOS
Participé en las clases de Fló –del curso regular de Estética y de seminarios especializados, desde Hegel hasta Duchamp y Danto, pasando por Marx o Bourdieu–, primero como estudiante, después como docente ayudante, finalmente en una modalidad a dos voces de la que aprendí no solo sobre estética y filosofía, sino sobre cómo pensar con otros, en el acuerdo siempre revisable, y en el desacuerdo y la diferencia. Colaboré en su trabajo de investigación concretado en la escritura y publicación de artículos sobre temas muy diversos, desde Kant hasta Torres García, desde el arte prehispánico hasta el arte contemporáneo, pasando por Joyce o Borges. Finalmente, trabajé sobre la obra de Fló, en el marco de un proyecto del Fondo Clemente Estable, del que fui responsable científica.
En síntesis, trabajé con Juan Fló durante un período relativamente largo que abarcó una década y fue, además, intensivo: aparte de trabajar en facultad, iba a su casa varias veces por semana, a veces todos los días, incluso también los domingos, durante largas horas que se me hacían cortas y terminaban muchas veces con la cena con su pareja, Amparo, y sus hijos. Aprendí así el encarnizado trabajo sobre los textos y los conceptos, y los raros momentos de creación conceptual que, a partir de ese trabajo, son, a veces, posibles. También de Fló aprendí a luchar contra la tendencia a no hacer público su trabajo, parte del cual permanece inédito en forma de entrevistas grabadas y laberínticos borradores.
Aun después de haber leído toda su obra publicada, y gran parte de la inédita, sigue habiendo cabos sueltos, pistas que reaparecen y otras que no van a ningún lado, caminos sin salida. Esto habla del tipo de inteligencia creativa que tenía Fló y, a la vez, de la complejidad de los problemas teóricos a los que se enfrentaba. Es, al mismo tiempo, deprimente y esperanzador: los problemas irresueltos, si se toman en serio y no como una partida de ajedrez filosófica, abruman y acicatean, según el ánimo y las fuerzas que tengamos en cada momento.
Quienes tuvimos el privilegio de estar cerca, pagamos ahora con el dolor de la pérdida. Para lidiar con ese dolor, nos repetimos que los libros quedan y que, gracias a la porfiada resistencia de Juan a publicar, podrían, incluso, multiplicarse.
1. Agradezco a Amparo Rama el apoyo en la elaboración de una versión previa de este texto.